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El son de los
asombros
PEQUEÑO
RECORDATORIO ( II)
Tomás Martín Tamayo
¿Te ha llamado Vara?, me preguntó un conocido que suele seguir la faena
política desde el tendido. La interrogante no era ingenua y el que la formulaba
lo hacía porque, supongo, me veía en espera de no sé qué. Pues sí, me ha
llamado Vara, le respondí, y no le di más explicaciones, con lo que el buen
señor todavía estará deshojando la margarita sobre el puesto que me ofreció o
que yo persigo. Lástima que no sepa que estoy de vuelta de casi todo y que lo
único que anhelo es “que no me quiten el sol”, caminar a mi paso y disfrutar
del sosiego que tengo. La libido del activismo y la participación política la
tengo muy baja y no hay oferta ni tentación posible. Pasé la página para
siempre jamás y sólo espero que no me
quiten la tranquilidad recuperada tras el 24 de mayo, porque cuatro años de
vergüenza ajena, de ocurrentes y ocurrencias ya fueron demasiado. No puedo
remediar sonreír para adentro cuando, ahora, me comentan desde todos los
frentes del PP -vaya descubrimiento-, que la sobreactuación, los excesos, las
ocurrencias chirriantes y el divismo, han sido causa de la causa del mayor estropicio
del Partido Popular en la elecciones autonómicas de toda España... Bienvenidos,
pero ¿no os apuntáis alguna culpa con vuestros cuatro años de silencio?
Hay gente sin profesión conocida
que se han especializado en hacerse imprescindibles para el que llega. Lo mismo
les da que sea blanco, negro, cobrizo o amarillo, porque siempre están de
guardia, ojo avizor, jejeje de oreja a
oreja, para otear la ruta del que va a llegar y salir a su encuentro. Esa es su
profesión. Son zahoríes políticos que con solo mirar el terreno, ya saben dónde
hay agua para saciar su sed. Corchos que flotan en cualquier líquido, tan
pragmáticas que no pierden el tiempo en trabajar ni en los partidos políticos
porque su especialidad es tan simple como situarse al lado del que manda, para
navegar sin esfuerzo siguiendo la corriente que las lleva. Gentuza, garrapatas
que se han acostumbrado a vivir holgadamente del erario público, que no aportan
nada y que desde luego no se van a romper la uñitas con el engrudo de los
carteles. En la tercera entrega de este pequeño recordatorio me pararé un poco
en los ocurrentes que llegaron para hacernos un favor y que ahora se quieren
quedar, como sea y dónde sea, porque no tienen adónde ir. La misma ruina que
han traído a su marioneta los ha dejado con el culo al aire.
Unos que ríen otros llorarán… La vida sigue porque, al final, los años
barren las idioteces como el viento la hojarasca. En esta carrera de relevos, pocas
son las huellas que permanecen y de los esplendorosos cohetes que iluminaron la
noche, en unas horas no quedan ni los ecos. ¿Qué quedará del bochornoso primo
del chófer? Gozamos de una saludable desmemoria colectiva y no hace falta esperar
mucho para conocer lo efímero de algunas soberbias que pronto estarán
exclusivamente en la memoria estática de las hemerotecas. De todos modos, hay
gente que son porque valen y otros, los más, sólo son porque han estado, pero
que sin el paraguas del puestecino vuelven a la intemperie de la que proceden.
Los que nacen nada, mueren nada, aunque se “traspolen”. Sin remedio. De ellos no
quedará ni el dolor que produjeron porque la vida también se encarga de
cicatrizar las heridas y, si acaso,
apenas un queloide cuyo origen también concluimos por olvidar. Algunos
toreros no son capaces de situar en tiempo y
lugar la cicatriz del desgarro que le pudo costar la vida y los únicos
toros que permanecen son los disecados y colgados de una pared, con una
plaquita metálica claveteada al pedestal. De los idiotas que se creyeron algo
porque les tocó un reintegro, ni eso, aunque hayan ido dejando plaquitas y
retratos por todas partes. El rastro de la babosa se pierde con las primeras
lluvias…
Es necesario pasar página y si se mira por el retrovisor que sea con
condescendencia, porque en la historia hay muchas páginas dedicadas a necios
que se creyeron su propio personaje. También está llena de rasputines, de
vendedores de espuma y de gilipollas que se creen insignes doctores porque saben
abrocharse los zapatos. En esta democracia imperfecta que tanto criticamos,
está el bálsamo para aliviarnos de tontos y tonterías, aunque a algunos, ay, no
les cabe en la boca el palo de fregona que las urnas les han dado. Deberían probar por otro sitio.
El próximo sábado “PEQUEÑO RECORDATORIO (y III)
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