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El son de los
asombros
PEQUEÑO
RECORDATORIO ( II)
Tomás Martín Tamayo

Hay gente sin profesión conocida
que se han especializado en hacerse imprescindibles para el que llega. Lo mismo
les da que sea blanco, negro, cobrizo o amarillo, porque siempre están de
guardia, ojo avizor, jejeje de oreja a
oreja, para otear la ruta del que va a llegar y salir a su encuentro. Esa es su
profesión. Son zahoríes políticos que con solo mirar el terreno, ya saben dónde
hay agua para saciar su sed. Corchos que flotan en cualquier líquido, tan
pragmáticas que no pierden el tiempo en trabajar ni en los partidos políticos
porque su especialidad es tan simple como situarse al lado del que manda, para
navegar sin esfuerzo siguiendo la corriente que las lleva. Gentuza, garrapatas
que se han acostumbrado a vivir holgadamente del erario público, que no aportan
nada y que desde luego no se van a romper la uñitas con el engrudo de los
carteles. En la tercera entrega de este pequeño recordatorio me pararé un poco
en los ocurrentes que llegaron para hacernos un favor y que ahora se quieren
quedar, como sea y dónde sea, porque no tienen adónde ir. La misma ruina que
han traído a su marioneta los ha dejado con el culo al aire.
Unos que ríen otros llorarán… La vida sigue porque, al final, los años
barren las idioteces como el viento la hojarasca. En esta carrera de relevos, pocas
son las huellas que permanecen y de los esplendorosos cohetes que iluminaron la
noche, en unas horas no quedan ni los ecos. ¿Qué quedará del bochornoso primo
del chófer? Gozamos de una saludable desmemoria colectiva y no hace falta esperar
mucho para conocer lo efímero de algunas soberbias que pronto estarán
exclusivamente en la memoria estática de las hemerotecas. De todos modos, hay
gente que son porque valen y otros, los más, sólo son porque han estado, pero
que sin el paraguas del puestecino vuelven a la intemperie de la que proceden.
Los que nacen nada, mueren nada, aunque se “traspolen”. Sin remedio. De ellos no
quedará ni el dolor que produjeron porque la vida también se encarga de
cicatrizar las heridas y, si acaso,
apenas un queloide cuyo origen también concluimos por olvidar. Algunos
toreros no son capaces de situar en tiempo y
lugar la cicatriz del desgarro que le pudo costar la vida y los únicos
toros que permanecen son los disecados y colgados de una pared, con una
plaquita metálica claveteada al pedestal. De los idiotas que se creyeron algo
porque les tocó un reintegro, ni eso, aunque hayan ido dejando plaquitas y
retratos por todas partes. El rastro de la babosa se pierde con las primeras
lluvias…

El próximo sábado “PEQUEÑO RECORDATORIO (y III)
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