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El son de
los asombros
¡SOSEGAOS,
SOSEGAOS, MONAGO!
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del día a día
Se cuenta que en las audiencias mensuales que
concedía Felipe II, algunos llegaron casi al infarto y tenían que ser atendidos
en la antecámara real. Otros, la mayoría, después de meses de espera, eran
incapaces de exponer al monarca los motivos que los habían llevado ante él.
Eran tan frecuentes los atropellos en la exposición de sus demandas, que Felipe
II no lograba entenderlos ni con la ayuda de traductores locales e intentaba
tranquilizarlos, acompañándose con las manos con un “¡sosegaos, sosegaos!” que
se hizo famoso. Falta nos hace a todos un poco de sosiego, que en el
diccionario de sinónimos se dice que es calma, serenidad, tranquilidad,
quietud, paz, placidez, reposo, relajación, moderación, silencio… El affaire
viajero de Monago a Tenerife ha dejado al descubierto el atropello del
protagonista que, pese a la treintena de asesores de tonterías y otros
menesteres, no ha sido capaz de articular un discurso mínimamente coherente más
allá del que le prestaban unas lágrimas que movían más a la conmiseración que a
la comprensión.
Ayer mismo, el propio Monago, consciente de sus
atropellos y meteduras de pierna presidencial, volvía a aparecer, esta vez con
más envolturas que una alcachofa, para después de besarse durante veinte
minutos, aclarar algo que hace sonreír incluso a los más ilusos: No fueron 32
los viajes que hizo a Tenerife, sino solo 16. Y punto, todo lo demás pienso
para los crédulos y desprevenidos. Ahora, eso si, da el nombre de un senador
con el que al parecer se vio alguna vez, aunque los demás no sepan nada del
trabajo que hacía el incansable viajero a favor de sus islas. Pues bueno, si
antes solo teníamos la información de un medio, ahora tenemos una certificación
oficial, firmada por el letrado mayor, que dice que Monago pasó al Senado 16
viajes o 32 vuelos. ¿Ego te absolvo?
¿Cuántas veces he escrito en mis columnas que la
cohetería barata que le preparaban en la consejería de Ocurrencias, no tenía
más eficacia que la de atronar los oídos del personal? Monago, lo repito una
vez más, no tiene un gabinete de comunicación, sino un equipo de ocurrentes sin
más capacidad que la de epatar al personal con juegos malabares, tragafuegos y
trileros de mercadillos. Ese popurrí es el que nos ofreció ayer. Más que un retén de bomberos, capaces de
abordar un gran incendio, lo que tiene es un “rasputín” que lo atolondra con
idioteces, rodeado de aprendices a los que ha dotado con pistolitas de agua,
incapaces de apagar una cerilla.
Mentir bien no es fácil, aunque se tenga una
consolidada experiencia y, para interpretar hace falta mucho ingenio y un buen
guión. Aquí han fallado los dos pilares y lo que iba para tragedia, ha devenido
en tragicomedia, porque si malo es el actor, peor es el libreto y aún peor el
elenco de acompañantes. En algo que exige delicadeza y mesura ¿se le puede dar
protagonismo a Manzano, pintoresco presidente de la Asamblea, empeñado en
recitar su particular canto de Segismundo, “triste de él, mísero de él…”? ¿Se
puede representar el papel de justiciero del oeste americano un día, el de contrito
y confeso al siguiente y el de hombre evidencias después? ¿Se puede vestir el
esperpento desnudando al partido, al grupo del Senado, a los portavoces, a la
secretaria general del PP y al presidente del Gobierno? ¿Es sensato arroparse
en el manto de los privilegios clasistas, mientras otro, como el dimisionario
diputado por Teruel, por los mismos motivos, pero con menos razones, es
obligado al destierro? Y, con la que está cayendo dentro y fuera de
Extremadura, ¿puede un responsable político escurrir el bulto porque sus vuelos
pasen de 32 a
16? ¿Hasta 16 está bien?
Torpeza a la torpeza, se evidencia, una vez más,
que algunos, en su soberbia y engreimiento, dan evidentes muestras de que consideran
tontos a todos los demás. ¿Tenía salidas Monago para desmentir lo que se había
afirmado? El digital hizo su trabajo, supongo que basándose en una información
que ha resultado fiable, y que desde luego no está residenciada donde el
viajero piensa, excepto en el número de kilómetros recorridos, pero Monago,
emulando al gran Houdini, ha pretendido un escapismo a la desesperada, aunque
no le voy a negar habilidad para desviar la atención y, al paso, convencer a
los predispuestos. ¡Falta le hace una larga temporada en el rincón de pensar!
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