La calma del encinar
EXTREMADURA
SIN REMEDIO
Tomás Martín Tamayo
Lo peor de nuestra situación es que la aceptamos con una resignación,
maldita resignación, que tiene poco de cristiana pero mucho de cobarde.
Extremadura soporta su ruina, impávida, cabizbaja, sometida y rotando la gorra,
igual que en los Santos Inocentes, como si no hubiera solución alguna para
nuestra dramática situación, camino de los 200.000 parados, y fuera sentencia
bíblica que le quiten el pan de la boca para gastárselo en farolillos,
confituras y matasuegras. En pocas ocasiones, como ahora, he visto en un documento oficial, la plasmación
de la burla macabra y la desvergüenza que supone desviar inversiones de centros
de educación infantil y primaria, por un importe de 521.676.58 euros, para
pagar el extraño guateque de los premios Ceres de teatro. Esto es algo que no
tiene justificación y que indica claramente las prioridades de los que nos
gobiernan, amén del desprecio que les merecemos como gobernados. Los premios
Ceres, que ya los rechazaron en otras comunidades por su elevado coste, han
encontrado cobijo en Extremadura y aquí los pagamos, como si nos sobrara, a costa
de ya sabemos qué.
Supongo que no soy el único con dificultades para encontrar respuestas
y argumentos a determinaciones
irracionales. En la dialéctica del día a día todos hemos aprendido a
pertrecharnos de cierto blindaje e incluso, ante lo imprevisible, podemos dar
un capotazo para que el morlaco pase
causando el menor daño, pero con lo
estrafalario y lo inconsistente somos muchos los que nos quedamos colgados de
la brocha. Recibir a “porta gayola” es cosa de toreros preparados para el salto
imprevisible del animal, cuando, cegado por la luz, sale dispuesto a empitonar
al mismísimo sol, pero fuera de la torería
son pocos los que tienen temple para razonar con un tren que se aproxima
bufando, ciego, sordo y sin frenos. Pirrón,
el primer filósofo griego que hizo de la duda el problema central de su
filosofía, (270 a
de C), decía que “las determinaciones irracionales tienen poca consistencia
pero mucha fortaleza” y su sentencia sigue hoy plenamente vigente. Sobre todo
en Extremadura, donde somos capaces de digerir sin vomiteras que nos quiten el
pan para gastárselo en juergas.
Se puede razonar, dialogar y discutir con un semejante, pero lo
estrafalario tiene a su favor la
fortaleza de lo irracional, aunque sus argumentos carezcan de la menor consistencia.
En la distancia corta, como sorprenden, llevan siempre las de ganar, aunque el
desbarajuste mental los desarme una vez que ha pasado el furor de la embestida.
Pero los hay que, sin ser brutos ni irracionales, utilizan el tambor como
estrategia y aún sorprenden más porque no se espera de ellos que entren como
monos aulladores en plena misa, alarmando a toda la feligresía. Es el caso de
lo que está ocurriendo en Extremadura. Nos están sorprendiendo con golpes
fatuos de audacia y determinaciones meramente publicitarias que incluso nos
dejan sin respuesta porque nos cuesta creer que en medio de la ruina
generalizada en la que nos estamos convirtiendo, nos vendan casi a diario
fanfarrias y coheterías, haciendo de lo superfluo lo esencial y de lo esencial
lo superfluo.
Somos una ruina a la que están arruinando más y más, prevaliéndose de
nuestra mansedumbre, conformismo y pasividad. ¡Viva la siesta!
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