sábado, 13 de julio de 2013

LOS PUTOS AMOS

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                                      La calma del encinar
                                    LOS PUTOS AMOS
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Como cantaban los de  Siniestro Total son “los putos amos”.Cualquier tipillo que entra en la prisión con algún eco mediático, se transforma por arte de birlibirloque en el puto amo del patio, en el guía espiritual, en el gurú y en el héroe de la muchachada habitual de los centros penitenciarios. ¡Qué capacidad de seducción, qué facilidad para adaptarse a un medio adverso, qué inteligencia para doblegar la natural hostilidad de delincuentes con muchas cicatrices, colmillos retorcidos y años de condena! Llegan en el coche policial con ternos de alta costura, descorbatados, sí, pero con camisas a medida y con sus iniciales bordadas, sus zapatos de hebilla , repeinados… y nada más atravesar la primera puerta toda la prisión se postra a sus pies. Y claro, el brillo de los tipos deslumbra tanto que cuando a las 24 horas son trasladados a un módulo y entran en el comedor o en el patio, todos se ponen de pie o le hacen la ola... ¡Vaya película, qué risa!
 
Siempre, desde el caso Matesa, hace más de cuarenta años, ocurre lo mismo y ya aquel Juan Vilá Reyes, el primer capitoste que ingresó en prisión, se convirtió en el perro-guía (puto amo de ahora) de cara al exterior, porque dentro no pasó nunca de ser un pagacafés, pagatabaco, pagatodo y paratodo. Allí rozando la condición de chico de los recados del módulo y suministrador oficial de pitillos para los verdaderos capitostes, pero proyectando hacia fuera una capacidad de liderazgo que nos hace reír a todos los que conocemos ese submundo. El caso más singular, porque él es singular en sí mismo, fue el de Mario Conde, que nada más conseguir su primer permiso carcelario se dedicó a sacar pecho, presumiendo de los colegas que había dejado dentro y del respeto que allí le profesaban. Es como si en las prisiones se hubiera establecido un antes y un después de Mario Conde.

Ahora el puto amo de la trena es Bárcenas. Los presos le piden autógrafos, ropa y tabaco, lo consideran un héroe, lo buscan y protegen, le reservan un sitio en el comedor, todos se disputan su cercanía y su consejo… ¡Otro puto amo! Lo peor es que como entren todos los que están en rampa de salida -más bien de entrada-, acabarán disputándose entre ellos la capitanía general de los patios carcelarios… Yo no soy tan inteligente como Mario Conde, ni tan vivo como Javier de la Rosa, ni tan sagaz como Manuel Prado y Colón de Carvajal, ni tan listo como Bárcenas, ni, ni, ni.., pero después de cuarenta años trabajando en prisiones algo he visto y algo sé del pan que allí se amasa y de lo que se cuece en aquel horno. He tenido alumnos de todo pelo y color, atracadores, estafadores, asesinos, proxenetas, violadores, etarras, grapos… y algo de autoridad tengo para afirmar que cualquier parecido  con la realidad es pura coincidencia.


Al margen  de las políticas y politiquerías que la manosean, la prisión es de lo poco serio que nos va quedando. Es dura, férrea, recia, inmisericorde y asfixiante. Y mientras más cuello duro tenga el recluso peor lo pasa porque se hace mas abismal el contraste. Allí los líderes, que los hay, no suelen ser conocidos ni tienen apellidos sonoros y se forjan en la batalla de cada día. Todos estos personajes son unos pringadillos que pagan a muy alto precio hasta por sonreír. ¿Los putos amos? ¡Vamos, sí, claro, los putos amos!


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