ABUSOS SEXISTAS
Tomás Martín Tamayo
Debo ser un hombre con suerte porque estoy rodeado de mujeres
inteligentes, con capacidad de resolución y criterio propio. Es decir, mujeres
responsables que no necesitan de proteccionismos estúpidos porque saben lo que
hacen, cuándo lo hacen y cómo lo hacen. Las de mi familia, mis compañeras y amigas me tienen muy demostrado que dónde
llego yo pueden llegar ellas sin que la condición femenina las merme ni en su
voluntad, ni en su intelecto, ni en su capacidad de elección o discernimiento.
Es decir y voy al grano, que si cualquiera de ellas va a los Sanfermines, se
toma tres calimochos, se sube a hombros de un mozo y se “desteta”, lo hace
porque quiere, porque le apetece, porque se lo pide el cuerpo o el momento y
estoy seguro de que ninguna caerá después en lloriqueos ni pamplinas de
denuncias por abusos sexistas. ¡Son mujeres, no trapitos! Personas adultas y no
nenucas tontorronas que necesiten un mapa para encontrarse el ombligo.
Hay muchas fórmulas para denigrar a la mujer por su condición de mujer,
pero una de las más efectivas en propagar la especie de que son seres
inferiores que precisen de la tutela del hombre, de colectivos feministas,
leyes especiales o instituciones, porque la mujer, y pese a lo que ha llovido,
sigue siendo un ser indefenso y manipulable que no se entera de nada y del que
se puede abusar si no se ponen remedios. Floreros. Puede presidir un consejo de
administración, firmar cheques, lucrarse de los activos del matrimonio, dictar
sentencias o firmar en el BOE, pero sin saber lo que hace porque mujer,
ignorante y necia son la misma cosa y, por tanto, su responsabilidad no es
equiparable a la del hombre que, ese sí, sabe lo que hace y a lo que se expone.
¿Hay mayor ofensa que pensar que una mujer es irresponsable por ser mujer? Por
estos derroteros acabaremos con dos códigos penales, uno para el hombre y el
otro para la mujer porque aquello de la igualdad ha devenido en entelequia.
Este año lo más comentado de los Sanfermines pamplonicas han sido los
abusos y manoseos que han sufrido un montón de mujeres, acosadas sexualmente
por garañones que se tiraban a sus pechos de forma lasciva. Y para ilustrar los
abusos han circulado por todos los medios y redes sociales fotografías en las
que se ven muchachas divirtiéndose, riendo mientras ellas mismas se levantaban
la camisa, enseñando y ofertando sus pechos a los córvidos que las toqueteaban por
todas partes. Es decir, los textos de indignación iban en una dirección y las
fotografías que los ilustraban por otra
bien diferente, porque las mozas que cabalgaban a hombros no parecían sufrir
acoso alguno, si no partimos de la
premisa de que son tontitas arrastradas a la fuerza por la molicie del momento.
¿Hubo abusos? Pudo haberlos pero a juzgar por las imágenes debieron ser
excepcionales.
Tal vez, por ética y por estética, deberían acotarse esos descocos
colectivos, más propios de bacanales que de lo que hasta ahora han sido las
fiestas de San Fermín en Pamplona, pero aprovechar los despelotes voluntarios
para poner en evidencia la “fragilidad” de las super magreadas es una forma muy
efectiva de degradar a la mujer, cuestionando su libertad, su capacidad y
responsabilidad. Tontitas aparte, que
también las hay, claro.


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