sábado, 9 de marzo de 2013

EN DEFENSA DEL PERIODISMO


La calma del encinar
                             EN DEFENSA DEL PERIODISMO
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com



La caída del Imperio Romano no hay que buscarla en el 480 dC, periodo del último y efímero emperador, Rómulo Augústulo, un muchacho de 15 años al que no dejaban dormir porque, cuando trascendía que se acostaba, sus adversarios movían cientos de cencerros para que no pudiera conciliar el sueño. La descomposición se inició doscientos años antes, aunque la inercia y el inmenso poder acumulado por Roma prolongaran la agonía hasta caer en la indefensión total. Un liviano empujón de Odoacro, general del ejército de los hérulos, fue suficiente para que la última torre del Imperio cayera, figurando el desdichado Augústulo como el artífice de una caída que tenía antecedentes muy lejanos.

Mover los cencerros y quemar cuernos al paso de las comitivas imperiales era el recurso de un pueblo sometido, arruinado y hambriento, que llevaba dos siglos esperando un rearme moral que nunca llegó. Mover los cencerros era, como el periodismo hoy, una práctica muy peligrosa porque siempre se ha matado al mensajero.  Las castas asentadas eran las únicas que podían acometer unas reformas que iban a cercenar sus privilegios y, generación tras generación, ninguno se atrevió a afrontar cambios efectivos en el sistema. En medio del silencio los cencerros lo denunciaban, los periodistas de hoy también. Bajar de los pedestales a las élites es caminar por el filo de la navaja, porque muchos no quieren renunciar a unas prerrogativas que los aleja de la cochambre de un pueblo, al que engañaban en cada ocasión, del que siempre se aprovecharon y al que jamás escucharon…

Todo esto me suena cercano y actual, no ya por la comparación y la añoranza de lo que fue el Imperio español, que después de haberlo perdido todo, está amenazado el último bastión desde alguna de sus provincias, sino porque se evidencia que las reformas de un sistema agotado no puede protagonizarlas el propio sistema. Lo que nos está ocurriendo es un signo evidente de descomposición, porque lo peor que nos puede ocurrir es que veamos y aceptemos con normalidad el declive moral y la degeneración. No entiendo que el periodismo sea una de las profesiones peor valoradas, cuando el único grito de protesta y denuncia surge desde los medios de comunicación, frente a una sociedad adocenada y conformista.

Son los periodistas los que han denunciado las tropelías de Bárcenas, los silencios de un PP que parece cogido en una trampa mortal, las irregularidades que hacen caer gobiernos y consejeros, los “sobres” que don Pepiño Blanco recibió del PSOE para reformar su vivienda, el exilio del dinero de algún Puyol, el blanqueo por una amnistía fiscal llena de trampas…Esta misma semana varios medios  han difundido la noticia de que “con dinero del erario público, la Casa Real acometió reformas por un valor superior a los dos millones de euros, para acondicionar un palacete en el que ha vivido cinco años una tal Corinna, al parecer amiga íntima del rey… ¿Alguien da más, alguien se escandaliza con la difusión de unas noticias, cencerradas al fin, que ponen en evidencia a los gobernantes, a la clase política y a la sociedad en general?

Son los medios de comunicación, los periodistas, los únicos que se atreven a hacer la cencerrada que a Rómulo Augústulo le quitaban el sueño, pero que en una España entregada y corrupta, no despiertan a nadie. ¡Qué felices seríamos si los periodistas no hicieran sonar  unos cencerros que nos ponen frente al espejo!

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