Escribir para HOY conlleva la obligación de mantener el listón a una
altura mínima de interés y calidad, de la que no se puede descender, y la
disciplina que impone una cita fija, a la que no se puede faltar. No es fácil.
Un poema, sobre todo si es malo, lo puede escribir cualquiera, pero el poeta
entra en una dimensión diferente. Dar una opinión aislada también resulta
asequible, la dificultad la impone el plazo fijo, adaptándose a las múltiples
variables de la actualidad y, lo más difícil, sin perder la coherencia, porque
en cada lector hay un crítico con memoria. Yo he publicado en estas páginas más
de un millar de artículos (no creo que nadie lo supere en la historia del
periódico) pero eso no facilita la tarea, porque cada día tiene su interés y
para comentar la actualidad es necesario oírla, verla y leerla de una forma diferente
a la que se requiere para informarse.
Pero dicho la anterior, tal vez sea necesario señalar algo tan obvio
como que no escribimos por obligación. Esta es una disciplina voluntaria, que
requiere el consenso del periódico y del columnista, y que suele resumirse en
un sólo artículo no escrito: “el columnista escribe lo que le da la gana y el
periódico publica lo que considera oportuno”, aunque en mi caso suele coincidir.
Y si existe disenso el periódico decide, porque si no escribimos por
obligación, el periódico tampoco está obligado a publicar lo que escribimos. Así
de claro y de sencillito, aunque algunos quieran buscar extraños conciliábulos.
¿Compensa semejante tarea que, además, suele estar testimonialmente
retribuida?
Cada uno tendrá sus razones, pero a mí me compensa e incluso me siento
afortunado porque me pagan, pese a que yo estaría dispuesto a pagar por
mantener un espacio en estas páginas. El contacto y la comunicación con los
lectores no tienen precio y el reconocimiento que a veces me deparan
tampoco. A mí me abordan en el
restaurante, en la gasolinera, en la calle, en la pescadería del híper, me
envían correos y cartas, se enfadan, se alegran, me llaman por teléfono.
¡Incluso uno me llamó hijo de p… y vendido, desde un coche! ¿Qué más se puede
pedir? Aunque no sea para aplaudir, en el fondo todo es aplauso porque
evidencia que mi opinión cuenta y es compartida o criticada. Y esperada.
Además, está la parte lúdica, que me resulta especialmente festiva. Una
lectora me dijo: “Sus artículos y los de Tomás Martín Tamayo son los que más me
gustan” Yo aproveché: “¿Y cual de los dos le gusta más? Y la señora no lo dudó:
“¡Pues yo creo que los suyos!”. Me quedé con las ganas de saber quién era yo y
quién Tomás Martín Tamayo. Otro se acercó con cierta complicidad en los ojos:
“Ahora mismo he acabado de leer su artículo y me encanta…Usted es Antonio Cid,
¿verdad?”. Un lector eufórico, mientras me daba la mano: “Los domingos lo
primero que hago es leerlo” ¡Cómo se lo agradezco! –le dije, pese a que mi
artículo sale los sábados. ¡Qué arte!.. Bueno pues, salvo imponderables, los sábados nos veremos.
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