El pasado martes fue el aniversario de Adolfo Suárez, ochenta años lo
contemplan, aunque su cabeza quedó anclada en 1999, a los sesenta y siete
años. Para siempre. Víctima del alzhéimer, con alguna interferencia más, Suárez
sigue entre nosotros, aunque navegando en la lejanía de un “plus ultra” que no
admite el retorno, pero, a pesar de su ausencia pública, su figura crece a
medida que se achica la imagen de los políticos actuales y de la política en
general. Esta semana, con la disculpa del aniversario, casi todos los medios le
han dedicado un espacio generoso, elogiando su trayectoria, su enorme capacidad
de trabajo y su obra política, los cimientos de una democracia endeble que,
treinta y cinco años después, sufre de aluminosis y necesita reformas en todas
sus estructuras. Aquello sirvió para lo que sirvió –“un hombre excepcional para
un momento excepcional”-, pero parece bastante estúpido empeñarse en dar capas
de pintura a un sistema oxidado que ayer fue solución, pero que hoy se
muestra agónico y afónico.
Creo que ha habido mucho voluntarismo en algunos análisis,
evidentemente bien intencionados pero apresurados, que pueden distorsionar la
dimensión de un hombre de Estado, que
supo renunciar y apartarse en el momento que consideró que era “más problema
que solución”. No faltarán ocasiones para acotar alguna opinión publicada estos
días, cogida por los pelos y más amparada en
la “tradición oral” que en el conocimiento real de los acontecimientos y
del personaje. Adolfo Suárez no se achicaba fácilmente y desde luego no era
hombre de rendiciones baratas. Su renuncia como presidente del Gobierno estuvo
justificada en razones que nada tienen que ver con el “ruido de sables”. Decir
ahora que entregó su cabeza para calmar a los golpistas es ignorar por completo
a quien no se agachó ni ante las metralletas de Tejero. Ése no es Suárez.
SISTEMA AUTONÓMICO
El título VIII de la Constitución, sobre la organización territorial,
que acoge la por entonces novedad de la Comunidades Autónomas, no fue algo, como se ha dicho, que propusiera
Suárez a los redactores constituyentes, aunque lo aprovechó para evitar
agravios entre territorios y vertebrar a las regiones con el hoy denostado
“café para todos”, haciendo virtud de la necesidad. Posiblemente sin la
concesión de aquella exigencia, la ansiada transición habría encontrado
impedimentos insalvables y hubiéramos tardado mucho más en avanzar. Nadie podía
imaginar la degeneración que el sistema ha ido acumulando y a mí me gustaría
oír ahora la opinión de Adolfo Suárez al respecto, porque nada tiene que ver lo
que se diseñó con el monstruo deforme de diecinueve cabezas, que nos devora. Pero ahí está la transición, que
Suárez supo llevar de la mano, a pesar de las zancadillas, de la incomprensión
(llegaron a negarle incluso la paz en misa) y a pesar de la indiferencia de un
Rey que en las horas bajas se mostró aliviado con su dimisión.
Sirvan estas pinceladas finales como homenaje y recordatorio del credo
político y social de un hombre que supo pasar por la política con su compromiso
permanente hacia España. Yo estuve a su lado, me sentí señalado por él y lo
acompañé compartiendo coche y avión durante miles de kilómetros, que dieron
para muchas confidencias, pero lo que él calló, lástima, no lo puedo decir yo. Estas frases, que
apuntalan su pensamiento político y social, no son inéditas, no me las dijo al
oído, pero estuve presente cuando las dijo y muchas, sobre todo las
manifestadas en Extremaduras, fueron publicadas por HOY:
PERFIL POLÍTICO Y SOCIAL
En una ocasión me llamó por teléfono y aproveché para
lamentarme por la traición de una persona muy allegada. Me escuchó en silencio
y cuando acabé comentó: “A estas alturas si me dan una puñalada lo harán encima
de una cicatriz, así que venga, ponte una tirita y a trabajar”.
Suárez dijo en Don Benito (Feval): "Sé que tenemos
alma, porque yo he sentido sangrar la mía muchas veces. Cuando duele el alma
duele la existencia”.
En Palma de Mallorca durante un mitin, uno lo increpó
porque durante su etapa de presidente no fue a los entierros de las víctimas de
ETA: "No iba a los entierros de las
víctimas porque creo que el Pte. del Gobierno no debe llorar en público. Ni de
rabia ni de dolor".
Durante una cena con periodistas, en Badajoz, uno le
preguntó si se había sentido amenazado por ETA: "Tenía y tengo asumido que
me pueden matar cualquier día… Y de hecho, con cada atentado me matan un
poco"
En un Comité Nacional del CDS, se habló de un alcalde del
partido, muy influyente, imputado por un delito contra la salud pública: “Ese
señor no puede estar entre nosotros ni un segundo más. Que aclare lo suyo con
la Justicia y después vuelva”.
Durante una reunión del partido, un presidente regional
se quejó del tratamiento de un periódico y pidió que lo ayudaran para
neutralizarlo: “Hombre, no. No hemos llegado hasta aquí para ponerle sordina a
la prensa. Convéncelos con tu trabajo de que están confundidos”
Suárez
vino a Almendralejo para acompañarme en mi elección como presidente regional
del CDS: "Ser moderado y equidistante, querido Tomás, es la opción más
arriesgada, pero esa es nuestra opción y tenemos que ser consecuentes con ella”
Suárez en Vva. de la Serena: "Unos y otros nos
golpean como si fuéramos sacos de entrenamiento... Ojalá se desahoguen con
nosotros y no golpeen a España".
En
Badajoz, en el Teatro Menacho, habló de democracia y un ultra le gritó desde el
gallinero. “¿Y para qué ha servido?” “Para que usted pueda decir lo que piensa,
manifestar su descontento e increparme con libertad”
En Lucerna (Suiza), durante un almuerzo con la prensa
internacional: “Cada vez que sonaba el teléfono de madrugada me temblaba la
mano al cogerlo, en la convicción de que me iban a comunicar un atentado”.
Suárez paseando en los Los Santos de Maimona, entre
Cipriano Tinoco y yo: "Cuando salen a la puerta para recibirme y
saludarme, siempre pienso lo mismo: Son
mejores que yo, pero confían en mi. No los puedo defraudar”.
Suárez
en Lisboa: "España es un país grande, noble, generoso y solidario, los
políticos estamos obligados a estar a la altura del pueblo español".
Y
una pincelada última sobre su dimensión humana: Un 12 de octubre, festividad de la Virgen del
Pilar, llamó directamente a mi casa para felicitar a mi mujer. Yo cogí el
teléfono: “Por favor, ¿puede ponerse Pilar?” “Sí, ¿quién la llama?” “Soy Adolfo Suárez, Tomás…”
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