Parece razonable que la Junta, al margen de su minoritaria
participación en el accionariado de la Corporación Empresarial Extremeña, sitúe
al frente de la misma a alguien de su confianza, Juan Manuel Arribas,
desplazando a su vez a alguien de su manifiesta animadversión como es Manuel
Amigo. La Corporación surgió como iniciativa de la Junta en la época de Ibarra,
aunque parece que en última instancia fue la determinación del Rey la que la
hizo posible, aglutinando en la composición de su accionariado a sectores
empresariales muy diversos. Cuando el PSOE necesitó recolocar a Manuel Amigo,
pese a tener la Junta la misma participación que tiene hoy, el 19%, desplazó al
gerente que la llevaba desde su inicio y el descolocado Amigo fue entronizado
en ella como presidente, con mando en plaza y sueldo de alto ejecutivo, con el
asentimiento unánime de todos los partícipes. Además, parece que su gestión ha
sido notable y ése es un aval muy importante para estos momentos de crisis
donde los números rojos lo invaden todo.
Ahora el propósito de la Junta no se ha podido tomar en consideración,
porque, creo que con buen criterio, su representante, Antonio Fernández, después
de cotejar ciertas actitudes, decidió no proponerlo para evitar así un rechazo
de consecuencias imprevisibles. ¿Qué ha cambiado? Ha cambiado el presidente de
la Junta, porque no es igual el liderazgo social y político que tenía y ejercía
Ibarra que el que tiene Monago, contando el primero con holgada mayoría absoluta
y el segundo con una mayoría exigua que le obliga a ir con el cacillo de
mendicante. Aún así, pese a la minoría, la Junta actual ha pecado una vez más
de pardilla y prepotente, porque podía haber logrado su propósito si en lugar
de anunciarlo públicamente, lo hubiera negociado con los socios que pueden
hacerlo posible.
Creo que Monago debería prescindir de las espuelas de general de caballería
y alternar el palo con la zanahoria. Sus asesores, además de elegirle la camisa
o la frase grandilocuente en la búsqueda permanente del titular, deberían
decirle que “endulza más una gota de
miel que una arroba de hiel”. Los berrinches puede ejercerlos en la Junta o en
el partido, en el que cualquier determinación suya será acatada con docilidad y
mansedumbre, pero en el mundo empresarial cada uno tiene sus atributos y
puestos a ejercer autoridad son los números los que bailan encima de la mesa.
Ni con 32 diputados puede ejercer la mayoría absoluta, ni con el 19% del
accionariado en la CEX puede imponer su criterio unilateralmente.
“Porque yo lo valgo” no es una
razón para que los socios mayoritarios, muchos de ellos fuera del control
territorial de la Junta, adopten el “chitón en boca” que tanto gusta a Monago.
Y lanzar el órdago de abandonar tampoco parece una medida sensata, diplomática
y efectiva. Creo que la Junta deber seguir en la Corporación Empresarial y, aún
con minoría, ejercer en ella el liderazgo que corresponde al Gobierno de
Extremadura. Tampoco parece una exigencia imposible que al frente de la CEX
sitúe a alguien de su confianza y prescinda de quien no se fía, pero sin
pulsos, sin puños y sin competir por ver quién mea más lejos.
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