Antes de que se hiciera pública la DIA sobre la refinería, tuve un
encuentro con un amigo, involucrado directamente en el proyecto. Haciéndome
portavoz de la evidencia, le anuncié que la declaración de impacto ambiental
iba a ser negativa. Negativa a bocajarro o positiva con condiciones inviables
que la harían igualmente negativa. Me escuchó con interés, pero seguía
manteniendo una pizca de esperanza, basándose –¡ay Dios!- en la confianza que
le inspiraba Monago… A veces, los visionarios capaces de ver una siderúrgica en
Jerez, una cementera en Alconera o una refinería en los Santos de Maimona, no
aciertan en la medida justa que separa la
heroica temeridad de la cornada certera y sufren atropellos, como el de
Padilla. Si a esto se suma el supuesto conflicto de intereses en el que parece
involucrado el propio ministro…
Nueve años, dos partidos en el Gobierno,
cuatro ministros y tres presidentes autonómicos han estado manoseando el
proyecto según ha interesado en cada momento, mientras que el empresario se ha
vaciado en una tramitación que le ha costado cincuenta millones de euros y en
la que se le ha exigido casi que pinte las nubes de colores. Si el parque de
Doñana estuvo ahí desde el principio ¿para qué tanta solicitud y tanta
ampliación de costosos informes añadidos? ¿No podían haber tomado la
determinación mucho antes? No, porque era, según las circunstancias,
políticamente muy ordeñable. Política, política, política y política de
principio a fin, aunque algunos se hicieron cruces cuando Alfonso Gallardo, al
pan pan y al vino vino, cansado de tanto cachondeo, salió con unas
declaraciones inusuales, afirmando que si los políticos querían la refinería
obtendría una DIA favorable. Verdad incontestable, aunque la hipocresía al uso
quiera vestir la declaración final como algo técnico en lo que no interviene ni
política ni políticos. ¿Una declaración exclusivamente técnica? ¡Tía p´allá!
El proyecto de la refinería nació politizado y su tramitación y
desenlace final ha sido político, además
de descarado y desvergonzado. Con el empresario y con Extremadura, porque se
han inventado exigencias por las que otros no han pasado para hacer lo mismo,
con menos inversión y en menos tiempo. Ibarra, con la frivolidad que le
caracteriza, la metió de rondón durante su debate de investidura de 2003,
vendiéndola como algo estudiado y meditado que, además, iba a impulsar como
perla del proyecto que estaba presentando. De entrada, ya puso a la mitad de
Extremadura en contra, pero eso es algo que a él no le inquietaba, si podía
conseguir titulares a su costa. Después de apadrinarlo, encabezando incluso una
manifestación, no hizo nada porque más allá del bla, bla, bla él no llegaba.
Vara se la encontró entre la herencia y después de ganar las
elecciones, dijo aquello de “la refinería es cosa juzgada”. Monago, pies para
qué os quiero, se fue corriendo a Jeréz para hacerse una foto con el
empresario, garantizándole su apoyo incondicional, aunque ahora, “si te vi no
me acuerdo” porque, cogido por los cataplines, la incondicionalidad la reserva
para preservar su silloncito.
Han usado la refinería para limpiarse el… aunque el papel higiénico lo
hayan puesto los técnicos. Vaya pepelón. El de unos y otros.
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