CUARTO PODER
La balada de los Miserables
Aníbal
Malvar
Ediciones
AKAL, S.A., 2012
349
páginas
___
euros
La trama de esta apasionante novela, la desaparición de una niña gitana
en un poblado marginal, es una percha, una disculpa que Aníbal Malvar aprovecha
para llevarnos de la mano a un mundo de pesadilla, donde lo patibulario se
mezcla en un cóctel imposible con la corrupción, la brutalidad, el delito, la marginalidad,
la humanidad y escenas de humor
desternillante. No es novela ni de principiante ni para principiantes porque
Malvar se propone, de principio a fin, no dar un solo respiro al lector,
impidiéndole tomar distancias, para involucrarlo como un personaje más en esta
narración coral en la que no hay protagonistas y quedan difuminados incluso los
narradores, que pasan, según las circunstancias, de las víctimas a los
verdugos. En un correturnos de vértigo,
la historia prosigue, cediendo el testigo de la narración de un juez a
la vejez, de una rata a un policía, de una polla (pene) a un putañero o al
quejido de un poblado miserable, enfangado, marginal y olvidado, donde nada
merece el ulular de una sirena y todo lo que llega se acepta con naturalidad: “Las
gitanas muertas no despiertan jueces a media noche”
No es un mundo nuevo ni desconocido, en esta balada todos los acordes
resultan previsibles e incluso en la
serie televisiva de “Callejeros” hemos visto escenas que podrán servir como
fotos fijas de esta canción de miseria. La historia, como sus protagonistas, es
intencionadamente irrelevante, porque resulta evidente que Aníbal Malvar lo que
quería era contar a su manera, sin limitaciones estéticas, como él ve y siente,
deteniéndose muy poco en los conceptos formales de una literatura que puede
enmarcarse en la novela negra, si optamos por el reduccionismo de las
definiciones. Creo que esta novela, sobria, conceptualmente avanzada, novedosa
y bien construida, no pertenece a ningún genero, excepto al de las novelas
dignas de ser leídas y analizadas, porque cuando creemos que todo está dicho y
todo está escrito, ”La balada de los miserables” nos demuestra que siguen
vigentes los versos de Jesús Delgado Valhondo: “después de la hierba pisada
/queda hierba por pisar”.
¿Qué aporta “La balada de los
miserables”, una novela inclasificable, en la que el argumento y los personajes,
triturados hasta la inexistencia en la coctelera de un vértigo narrativo, dicen
poco? La novedad la aporta el autor en sí mismo, en su modo expositivo, en la
fiereza de sus frases rotundas, en los giros difíciles, a veces alambicados,
del lenguaje y en la jerga ocasional para proyectar sobre la pantalla el perfil
de unos personajes principales que devienen en secundarios y se desmoronan como
estatuas de arena a la primera envestida
del agua. No es novela de fondo, es novela de forma, con algunos excesos
prescindibles.
Aníbal Malvar escribe con
pasión, con obcecación contagiosa. Despreocupado de las reacciones del lector al entrar en su mundo de pesadilla, es
éste el que debe correr con la carga de la prueba, claudicando, dejándose
embridar hasta lograr, con algún esfuerzo inicial, las claves de una forma de
escribir que concluye en dependencia embriagadora. Cada página empuja a la siguiente,
sin dar resuello ni tiempo, sin permitir el análisis mínimo del trasmundo de un
universo que acaba siendo normal, familiar y reconocible. Malvar escribe: “el
tasco oloroso a meo del Parlemino, donde
las moscas se quedaban pegadas a las bombillas peladas por culpa del opio
ambiente” y sigue su camino, despreocupado e indiferente, como si no tuviera
tiempo para las sutilezas literarias y no pudiera sostener el vómito que le
aflora. Es el lector el que tiene que poner el esfuerzo intelectivo si no quiere
quedarse descolgado. Muchos, lo sé, abandonarán esta novela en el primer
tercio, después de ir y venir, leer y releer, sin haber logrado las
imprescindibles claves de complicidad con el autor. El esfuerzo merece la pena,
porque, como conclusión, Malvar da más de lo que exige.
El relato, con recurrentes flash-backs, se ve enriquecido por
frases que exigen detenimiento: “La luz sólo ve lo que alumbra”, “el
cadáver quedó allí tendido, echando sangre por todos los agujeros por los que
se vacía y llena el cuerpo humano y por dos más”, “tetas amenazadas por feroces
cocodrilos de Lacoste”, “polla que huele, duele”, “no hay nada peor que ser la
polla de un capullo”, “las ratas tenemos los ojos chicos para desconfiar más”
“Valdeterneros es tan arrabales que aún
no se ha instalado allí ningún chino”, “¿qué tal mi amigo el Calcao? Supongo
que mal, porque está muerto”, “cuando notas la caricia fría de la vaselina en
el culo, es que algo te va a doler”…
Al socaire de un humor negro, paralelo al de el Corto, entre lo
escatológico y lo nauseabundo con ramalazos poéticos, dando manotazos para
arribar a una orilla que flota para alejarse, Aníbal Malvar se posiciona
claramente del lado de sus personajes más irredentos y miserables, con una
crítica inmisericorde hacía una normalidad contra la que se revela: “los jueces
teníamos que dictar las sentencias según las empresas de sondeos”. Uno de los
personajes, uno más, es un inspector de policía, tramposo, sucio y trapacero,
lleno de vicios y carcomas, al que, a pesar de todo, lo hace brillar por encima
del sistema. Lo quieren apartar por sus desmanes y drogadicciones múltiples y
él se queja amargamente: “Joder, tíos. De pequeño me echaron dos veces del
colegio. De bares me han echado mogollón de veces. Me han echado de timbas
ilegales de póquer. De bailes de salón. De entierros. De charlas de alcohólicos
anónimos. De muchas camas… Pero tíos, ¡joder! Que me vayáis a echar de la
policía, eso sí que es caer bajo”.
En pocas ocasiones he tenido en mis manos una novela tan rotunda y
ultimada, llevada de principio a fin con un ritmo agotador. Apasionante y
apasionada. Después de esta experiencia, habremos de esperar la trayectoria
literaria de este Aníbal Malvar que escribiendo a brochazos y evidencia en cada
página que después de la hierba pisada, le queda mucha hierba por pisar.
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