El pasado cinco de febrero concluí así mi artículo sabatino: “Zapatero morirá matando. A España y al PSOE”. No era mérito de pitoniso, porque, menos para el PSOE, resultaba evidente para todos los demás. No voy a restar méritos al que ha ganado las elecciones, ni a cargar con culpas excesivas al que las ha perdido, pero creo que el que ha movilizado el voto contra el PSOE y el que ha hecho que incluso los feudos tradicionales socialistas sufran un vuelco histórico, ha sido Zapatero, sus estupideces, sus paranoias, sus “leires”, “pepiños” “rubalcabas”“aydos” y demás payasos/as, sin puñetera gracia, que llevan siete años jugando a ser “guais” con la ruina de España. Es indigno que ese tipo siga ahí, haciéndose el solemne y amenazándonos con agotar la legislatura, contra el criterio más liviano del sentido común.
España ha servido como cobaya experimental a este químico enloquecido y desparramado, y la respuesta del electorado, con ser apabullante, no es más que el anticipo de la indignación, la rabia y el odio que Zapatero y sus conmilitones más cercanos merecen, aunque atenuado por la sordina de excelentes candidatos socialistas, municipales y autonómicos. El PSOE ya ha probado la medicina ZP y, por su propio interés, debe dar un empujón a ese insolvente que tiene una mascletá en la cabeza, incapaz de ver la ruina que siembra a su paso. ¿Zapatero hasta marzo? Eso es imposible, porque por encima del tiempo de legislatura está España y por encima de un bobo de libro están los cinco millones de parados, la ruina genérica, las familias desahuciadas y la visión tercermundista de los comedores sociales abarrotados. Ese tipo, mentiroso, pirado, sin escrúpulos y sin conciencia, no puede seguir jugando con cincuenta millones de españoles.
El Partido Popular ha ganado incluso en Extremadura, lo que supone un éxito sin paliativos para su candidato, José Antonio Monago. Y si la derrota del PSOE no ha sido mayor es porque Fernández Vara ha sido capaz de achicarla con su tirón personal, la simpatía que despierta, su dedicación y el convencimiento de su papel de víctima en gran parte de los votantes. Que la pelota esté ahora en manos de IU, con tres diputados, no es más que un accidente, que no debería aprovecharse para torcer el brazo a un electorado que ha cantado alta y clara su elección. Ya se que en las reglas del juego democrático entra la suma de las minorías, que es legítimo que incluso perdiendo se gobierne, y que es un derecho que también ha ejercido, ejerce y ejercerá el Partido Popular, pero chirría que una fuerza política con tan reducida representación, se convierta en el clavo del abanico y, por una coyuntura electoral, tenga la última palabra entre los electores de Extremadura.
El PP ha tenido a lo largo de la legislatura pasada una actitud dialogante, negociadora y conciliadora con la Junta, colaborando en lo esencial. El PSOE debería asumir el cambio, ayudar al que ha ganado y, en justa reciprocidad, ejercer una oposición constructiva, al servicio de Extremadura. Resulta bastante estrafalario que sesenta y dos diputados se plieguen a los intereses de tres.
España ha servido como cobaya experimental a este químico enloquecido y desparramado, y la respuesta del electorado, con ser apabullante, no es más que el anticipo de la indignación, la rabia y el odio que Zapatero y sus conmilitones más cercanos merecen, aunque atenuado por la sordina de excelentes candidatos socialistas, municipales y autonómicos. El PSOE ya ha probado la medicina ZP y, por su propio interés, debe dar un empujón a ese insolvente que tiene una mascletá en la cabeza, incapaz de ver la ruina que siembra a su paso. ¿Zapatero hasta marzo? Eso es imposible, porque por encima del tiempo de legislatura está España y por encima de un bobo de libro están los cinco millones de parados, la ruina genérica, las familias desahuciadas y la visión tercermundista de los comedores sociales abarrotados. Ese tipo, mentiroso, pirado, sin escrúpulos y sin conciencia, no puede seguir jugando con cincuenta millones de españoles.
El Partido Popular ha ganado incluso en Extremadura, lo que supone un éxito sin paliativos para su candidato, José Antonio Monago. Y si la derrota del PSOE no ha sido mayor es porque Fernández Vara ha sido capaz de achicarla con su tirón personal, la simpatía que despierta, su dedicación y el convencimiento de su papel de víctima en gran parte de los votantes. Que la pelota esté ahora en manos de IU, con tres diputados, no es más que un accidente, que no debería aprovecharse para torcer el brazo a un electorado que ha cantado alta y clara su elección. Ya se que en las reglas del juego democrático entra la suma de las minorías, que es legítimo que incluso perdiendo se gobierne, y que es un derecho que también ha ejercido, ejerce y ejercerá el Partido Popular, pero chirría que una fuerza política con tan reducida representación, se convierta en el clavo del abanico y, por una coyuntura electoral, tenga la última palabra entre los electores de Extremadura.
El PP ha tenido a lo largo de la legislatura pasada una actitud dialogante, negociadora y conciliadora con la Junta, colaborando en lo esencial. El PSOE debería asumir el cambio, ayudar al que ha ganado y, en justa reciprocidad, ejercer una oposición constructiva, al servicio de Extremadura. Resulta bastante estrafalario que sesenta y dos diputados se plieguen a los intereses de tres.
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