jueves, 6 de enero de 2011

LO QUE IGNORA ÁLVAREZ CASCOS


No tardará porque estamos inmersos en un revisionismo generalizado, pero, de momento, a los partidos políticos no ha llegado la regeneración necesaria. Son instituciones piramidales, que se comportan como establecimientos franquiciados, al servicio de unos intereses concretos. Su verticalidad es mohosa, con pocas ideas y menos ideales, porque todo pasa por el propietario temporal de la marca que impone hacia abajo una disciplina que se cuestionaría incluso en el ejército. Los partidos políticos surgieron encorsetados, como la propia Constitución, y treinta y cinco años después, necesitan pasar por una ITV que los libere de sus corsés dictatoriales y los ponga al día. Ese momento aún no ha llegado.

Esto, que es de primaria política, parece ignorarlo Francisco Álvarez Cascos, el que fuera todopoderoso secretario general del Partido Popular y eficaz ministro de Fomento del último gobierno de Aznar. El tiempo que ejerció como secretario general usó el puño de acero e impuso una disciplina férrea y vertical, similar a la que estableció Alfonso Guerra en el PSOE y que se resumía en “el que se mueva no sale en la foto”. Es decir, que ahora le han obligado a tomar de su propia medicina y los que están donde él estuvo, siguen la misma tónica que él siguió: “aquí mando yo”. Así es la política y Álvarez Cascos, con tantos años de oficio, no debería ignorarlo.

Ahora, después de haberse ido “definitivamente”, quiso volver al rebufo del viento favorable que empuja al PP y ha pretendido imponerse como candidato al gobierno del Principado de Asturias, “por libre”, apoyándose en una militancia que él tantas veces ignoró. Resulta muy ingenuo que alguien con su trayectoria no haya aprendido, todavía, que los partidos políticos no se rigen por el recuerdo, ni por el agradecimiento, ni por la democracia, y que la fuerza de las bases cabe en un botecito de penicilina. Álvarez Cascos puede montar su tenderete en Asturias y, con su trayectoria y notoriedad pública, es posible que logre alguna representación e incluso que esta sea a costa de restar al Partido Popular, pero, mientras no se cambien las reglas del juego, no pasa de cohetería barata, que sólo sirve para la autocomplacencia y para, en una rabieta infantil, echarle un pulso al dueño de la marca.

Los partidos políticos, todos, son muros de hormigón embadurnados de vaselina y el que tiene el mando quiere ejercerlo, como lo ejerció Álvarez Casco cuando pudo. Por eso no quieren abrirse, no quieren cambiar sus estructuras internas y no se plantean ni de lejos el sistema de listas abiertas. Si al electorado se le dan nombres en lugar de siglas, ellos perderían el mando vertical que ejercen y no podrían imponer la conveniencia del corralito, colocando al paniaguado/a que les interese. Los partidos políticos prefieren la hegemonía de la sigla a la categoría del candidato. Con excepciones excepcionales, el resultado es el que tenemos, un montón de políticos prescindibles, que aportan poco/nada, pero que saben extender con diligencia la alfombra al paso del que manda. Inutilidad, endogamia y mansedumbre es el resultado final. No creo que lo ignore Álvarez Cascos.

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