Acaba de salir una biografía, supongo que no autorizada por el protagonista (es coña), del que fuera tercer presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson. En “La vida tal cual” se relatan las vivencias personales del autor de la Declaración de Independencia, su escabroso ascenso al poder, las intrigas políticas del momento y asuntos de cama que resultan curiosos por su fondo y por su forma. Resulta que Jefferson, esposo y padre amantísimo, se aliviaba las urgencias con una esclava negra, Elizabeth Hemings, que era hija de su suegro y, por tanto, hermana bastarda de su esposa. Es decir, que don Thomás se beneficiaba a las dos hermanas y, amparándose en el manto de la noche, pasaba del blanco al negro sin percatarse de la diferencia. Ya se sabe que de noche todos los gatos y gatas son pardos y pardas.
La correrías (es una forma de decirlo), eran tan frecuentes que la preñez les llegaba a las dos hermanas, a la negra y a la blanca, simultáneamente, aunque una pariera en la alcoba presidencial, asistida de médicos y parteras y la otra, la negra, claro, lo hiciera asistida por otra esclava y en el cuchitril de los esclavos. Cinco de los nenes que tuvo Elizabeth, la esclava, salieron de un oscuro blanquecino que nada indicaba, pero lo peor, o lo mejor, es que las criaturitas eran calcos del mismísimo presidente, con sus andares abiertos y la inclinación de hombros que era su sello de identidad. Sin embargo, los niños de la legítima, eran irreconocibles y en nada se parecían ni al padre ni a la madre. Putadas de la genética, empeñada en denunciar las sofoquinas de Jefferson.
Como el resultado era tan evidente, la rama oficial de los Jefferson, silbaba, miraba, acataba y se encogía de hombros, pero sin pasar a reconocimientos mayores porque algunos mostraban reticencias en aceptar parientes tan cercanos y tan negros. Eran una trágala mayor aquello de ser hijo de presidente y hermano de un negrito esclavo, pero el tema se resolvió hace poco, porque unas pruebas genéticas resolvieron que los Jefferson, los Hemings y los Woodson (por el suegro), proceden de un mismo linaje y por partida doble, ya que están emparentados por parte del abuelo materno y del padre. Todos tienen la misma carga genética, aunque unos llegaran vestidos de armiño y otros de azabache.
Pelillos a la mar, todos parecen entender hoy los escarceos del abuelo y del padre (también padre fundador de la patria) y más de un centenar de una y otra rama, se han reunido para oficializar una consanguinidad clamorosa. Y además lo han hecho en la mansión de Virginia, la misma en la que Jefferson se dejaba atender, parece que complacidamente, por su esclava Elisabeth. Doscientos años después unos y otros se tutean, aunque la piel marcara diferencias abismales en la suerte de todos ellos. Unos, los blancos, privilegios, oportunidades, respeto y fortuna. Otros por caminos sin asfaltar, a salto de mata y luchando desde la negritud en un país que rechazaba a los negros. ¿Además del abrazo darán a los negritos lo que le corresponde? La biografía no dice nada
La correrías (es una forma de decirlo), eran tan frecuentes que la preñez les llegaba a las dos hermanas, a la negra y a la blanca, simultáneamente, aunque una pariera en la alcoba presidencial, asistida de médicos y parteras y la otra, la negra, claro, lo hiciera asistida por otra esclava y en el cuchitril de los esclavos. Cinco de los nenes que tuvo Elizabeth, la esclava, salieron de un oscuro blanquecino que nada indicaba, pero lo peor, o lo mejor, es que las criaturitas eran calcos del mismísimo presidente, con sus andares abiertos y la inclinación de hombros que era su sello de identidad. Sin embargo, los niños de la legítima, eran irreconocibles y en nada se parecían ni al padre ni a la madre. Putadas de la genética, empeñada en denunciar las sofoquinas de Jefferson.
Como el resultado era tan evidente, la rama oficial de los Jefferson, silbaba, miraba, acataba y se encogía de hombros, pero sin pasar a reconocimientos mayores porque algunos mostraban reticencias en aceptar parientes tan cercanos y tan negros. Eran una trágala mayor aquello de ser hijo de presidente y hermano de un negrito esclavo, pero el tema se resolvió hace poco, porque unas pruebas genéticas resolvieron que los Jefferson, los Hemings y los Woodson (por el suegro), proceden de un mismo linaje y por partida doble, ya que están emparentados por parte del abuelo materno y del padre. Todos tienen la misma carga genética, aunque unos llegaran vestidos de armiño y otros de azabache.
Pelillos a la mar, todos parecen entender hoy los escarceos del abuelo y del padre (también padre fundador de la patria) y más de un centenar de una y otra rama, se han reunido para oficializar una consanguinidad clamorosa. Y además lo han hecho en la mansión de Virginia, la misma en la que Jefferson se dejaba atender, parece que complacidamente, por su esclava Elisabeth. Doscientos años después unos y otros se tutean, aunque la piel marcara diferencias abismales en la suerte de todos ellos. Unos, los blancos, privilegios, oportunidades, respeto y fortuna. Otros por caminos sin asfaltar, a salto de mata y luchando desde la negritud en un país que rechazaba a los negros. ¿Además del abrazo darán a los negritos lo que le corresponde? La biografía no dice nada
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