EL ENIGMA DE MARTÍN TAMAYO
Agapito Gómez Villa (HOY 28.12.08)
En efecto, de verdadero enigma se puede calificar el hecho de que un escritor de raza, Martín Tamayo, no haya dedicado su vida a la literatura. Lo de 'escritor de raza' no es mío. Lo dijo Cela dijo de Umbral, ahí es nada, al que más de una vez recriminara que dedicase tanto tiempo a 'personajes de tercera' (sic): los políticos. Si a Umbral le dijo eso, a Martín Tamayo le habría negado el saludo. Hombre, ya se sabe que a la política se tiene que dedicar alguien. Pero fíjense ustedes que los mejores arquitectos no se dedican a la cosa, ni los mejores médicos, ni los mejores científicos, ni los pintores, ni los músicos, ..., ni los buenos escritores, en fin. No sé si me van entendiendo. De ahí el enigma de Martín Tamayo: que teniendo hechuras de escritor, vamos, de lo que se dice escritor, haya incurrido en otra actividad, la política, en detrimento de la creación literaria. Dicho de otra manera: no se entiende que a estas alturas de la liga Martín Tamayo no lleve publicadas media docena de obras de la categoría de "El enigma de Poncio Pilatos", que así se titula su última y magnífica novela.
De lo que yo no tenía ni idea es de que Martín Tamayo hubiese vivido varios años en la Roma de Tiberio y que, asimismo, hubiese pasado una larga temporada en Judea. Algún día me lo explicarás, Tomás. A mí no engañas: si no se han vivido en primera fila, no hay forma de contar de modo tan fehaciente las cosas que narras en tu libro. Ah, y el conocimiento que tienes sobre la forma de ser del personal de cuando entonces, mayormente de los emperadores y demás compañeros mártires. Eso no hay forma de saberlo, si no se ha convivido con ellos. La novela, qué digo novela, la crónica a mí me atrapó desde el primer instante, pero la narración tiene un 'crescendo' que hace que te quedes pegado al asiento, libro en mano, como cuando el avión empieza a tomar altura. Hasta llegar al momento culminante: el encuentro entre el prefecto romano, Pilatos, y un pobre hombre, cabizbajo, maltrecho, sucio, malherido, conocido como el predicador de la túnica blanca. Una de las escenas más emotivas que uno ha leído en su vida (casi se me caen las lágrimas).
"Esa frase pide mármol", acostumbra a decir Carlos Herrera. El enigma de Martín Tamayo, quiero decir "El enigma de Poncio Pilatos", pide a gritos una cámara. Y un buen director. Lo que yo te diga.
Agapito Gómez Villa (HOY 28.12.08)
En efecto, de verdadero enigma se puede calificar el hecho de que un escritor de raza, Martín Tamayo, no haya dedicado su vida a la literatura. Lo de 'escritor de raza' no es mío. Lo dijo Cela dijo de Umbral, ahí es nada, al que más de una vez recriminara que dedicase tanto tiempo a 'personajes de tercera' (sic): los políticos. Si a Umbral le dijo eso, a Martín Tamayo le habría negado el saludo. Hombre, ya se sabe que a la política se tiene que dedicar alguien. Pero fíjense ustedes que los mejores arquitectos no se dedican a la cosa, ni los mejores médicos, ni los mejores científicos, ni los pintores, ni los músicos, ..., ni los buenos escritores, en fin. No sé si me van entendiendo. De ahí el enigma de Martín Tamayo: que teniendo hechuras de escritor, vamos, de lo que se dice escritor, haya incurrido en otra actividad, la política, en detrimento de la creación literaria. Dicho de otra manera: no se entiende que a estas alturas de la liga Martín Tamayo no lleve publicadas media docena de obras de la categoría de "El enigma de Poncio Pilatos", que así se titula su última y magnífica novela.
De lo que yo no tenía ni idea es de que Martín Tamayo hubiese vivido varios años en la Roma de Tiberio y que, asimismo, hubiese pasado una larga temporada en Judea. Algún día me lo explicarás, Tomás. A mí no engañas: si no se han vivido en primera fila, no hay forma de contar de modo tan fehaciente las cosas que narras en tu libro. Ah, y el conocimiento que tienes sobre la forma de ser del personal de cuando entonces, mayormente de los emperadores y demás compañeros mártires. Eso no hay forma de saberlo, si no se ha convivido con ellos. La novela, qué digo novela, la crónica a mí me atrapó desde el primer instante, pero la narración tiene un 'crescendo' que hace que te quedes pegado al asiento, libro en mano, como cuando el avión empieza a tomar altura. Hasta llegar al momento culminante: el encuentro entre el prefecto romano, Pilatos, y un pobre hombre, cabizbajo, maltrecho, sucio, malherido, conocido como el predicador de la túnica blanca. Una de las escenas más emotivas que uno ha leído en su vida (casi se me caen las lágrimas).
"Esa frase pide mármol", acostumbra a decir Carlos Herrera. El enigma de Martín Tamayo, quiero decir "El enigma de Poncio Pilatos", pide a gritos una cámara. Y un buen director. Lo que yo te diga.
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