Reivindicación de Poncio Pilatos
Desde el concilio de Nicea (s. IV), viene recitándose en el Credo católico que Jesucristo padeció, fue crucificado, muerto y sepultado bajo Poncio Pilatos. El protagonismo de este gobernador en aquel drama, del que habría pretendido exculparse lavándose las manos, es notorio en los Evangelios. No obstante, es bien poco lo que de esta figura histórica, tan popular e incluso folclórica, se conoce rigurosamente. La lápida que se descubrió (1961) en Cesarea –un gran bloque de piedra caliza– , donde se lee el nombre de (Po)ntius Pilatus, tampoco aclara gran cosa.
Al parecer, Pilatos desempeñó el cargo de prefecto de la provincia romana de Judea desde el año 26 d.C. hasta el 36 o comienzos del 37 d.C. Hasta allí lo envió Tiberio, sucediendo en el cargo a Valerio Grato. A estas alturas, no se sabe si fue un gobernador venal y cruel (Flavio Josefo), un hombre rapaz y tiránico (Filón), un ser arbitrario e inmisericorde (Tácito), un benefactor de Israel o alguien que mezcló la sangre de los galileos con la de los sacrificios (San Lucas 13, 1), una persona buena pero débil (San Justino), el enemigo de Herodes (Lucas 23, 12), un filósofo escéptico («¿qué es la verdad?»), un hombre justo, compasivo e incluso santo (Iglesias copta y etíope), un converso a la fe cristiana (Evangelio de Nicodemo) o, sencillamente, un enigma indescifrable, según Martín Tamayo.
Llevaba mucho el escritor madurando esta novela histórica, que al fin ve la luz y está convirtiéndose en un éxito editorial. Lo merecen la calidad literaria de la obra y el interés que sus personajes suscitan. Ante todo Poncio Pilatos, sin duda, pero también los que son traídos a escena por proximidad con el mismo, reales unos, imaginarios otros, tal ese Amasio Quilio, primer secretario del prefecto, que cuenta en primera persona, como narrador omnisciente, los acontecimientos cercanamente vividos.
El emperador Tiberio es el gran manipulador, amoral y voluble, a quien se le atribuyen las mayores perfidias, responsable último de que sus representantes no se atrevan a obrar en conciencia, siempre temerosos ante las reacciones inesperadas de aquel corrupto. Son muchas las páginas que se dedican. Con él compiten en maldad los miembros del Sanedrín, aunque desde parámetros distintos. Las autoridades judías y el pueblo al que dicen representar, son presentados de forma tan radicalmente denigrante que la novela puede incluirse entre los clásicos del antisemitismo. «No pierdas el tiempo con esta gente infame. Son viles, cobardes, mezquinos y traidores. Es inútil tratarlos con delicadeza y cortesía, porque están siempre acechantes y todo lo interpretan como una ofensa o una prueba de debilidad. Cualquier gesto humanitario se volverá contra ti, porque el único lenguaje que entienden es el del trallazo del látigo», aconseja Valerio a su sucesor (pág. 69).
Poncio es un tribuno de origen samnita, militar heroico, dotado de gran memoria, que se forma bien en leyes y trabaja al servicio de Elio Sejano hasta que lo destinan a Judea. Nunca tendrá el apoyo de Vitelio, su superior, el propretor de Siria. Desde su llegada Cesarea, Pilatos se esfuerza por entender la cultura judía, aprender el arameo y conseguir que a aquella alejada provincia lleguen los beneficios fomentados por Roma: acueductos, vías de comunicación, paz y orden (los zelotes arrecian, con Barrabás al frente), justicia rápida, etc. Si es preciso, se utilizará el tesoro del Tempo, aunque irrite al Sanedrín. Cuenta con magníficos ayudantes, como su propia esposa, la noble Prócula, el médico Rino Galo o el centurión Quinto Cornelio.
Jesús de Nazaret aparece ya bien mediada la novela. Es un hombre honesto y pacífico, formado entre los esenios, que cree en lo que dice. Su lenguaje y conducta son difíciles de interpretar. Hace prodigios maravillosos, similares a los que también ejecuta el mago idumeo Porco de Pella. «Hablaba de forma distinta y de asuntos diferentes. Hablaba de temas novedosos, muy raros, casi incomprensibles, de ideas superiores, de conciencia, de humanidad, del mundo de los pobres, de los oprimidos, esclavos, enfermos, perseguidos…», constata, entre el desconcierto y la admiración, el romano Quilio (pág. 139). A la postre, el rabino de la blanca túnica, en torno a cual va organizándose una multitud de pobres y marginales, se atrae la enemiga acérrima del Sanedrín. Éste no descansa hasta llevarlo a la cruz, contra la voluntad de Pilatos. Lo utilizarán habilidosamente contra éste, a quien desconciertan y consiguen hacerlo volver a Roma. Allí le aguarda un destino que, por fortuna, alcanzará a eludir. Por su indesmayable voluntad de estilo (ausente en tantas del género), rigor histórico, verosimilitud en lo imaginado, penetración psicológica y agilidad narrativa, ‘El enigma de Poncio Pilatos’ es una novela de indudable valor.
El libro
- Título: ‘El enigma de Poncio Pilatos’- Autor: Tomás Martín Tamayo- Editorial: Tecnigraf. Badajoz, 2008
Desde el concilio de Nicea (s. IV), viene recitándose en el Credo católico que Jesucristo padeció, fue crucificado, muerto y sepultado bajo Poncio Pilatos. El protagonismo de este gobernador en aquel drama, del que habría pretendido exculparse lavándose las manos, es notorio en los Evangelios. No obstante, es bien poco lo que de esta figura histórica, tan popular e incluso folclórica, se conoce rigurosamente. La lápida que se descubrió (1961) en Cesarea –un gran bloque de piedra caliza– , donde se lee el nombre de (Po)ntius Pilatus, tampoco aclara gran cosa.
Al parecer, Pilatos desempeñó el cargo de prefecto de la provincia romana de Judea desde el año 26 d.C. hasta el 36 o comienzos del 37 d.C. Hasta allí lo envió Tiberio, sucediendo en el cargo a Valerio Grato. A estas alturas, no se sabe si fue un gobernador venal y cruel (Flavio Josefo), un hombre rapaz y tiránico (Filón), un ser arbitrario e inmisericorde (Tácito), un benefactor de Israel o alguien que mezcló la sangre de los galileos con la de los sacrificios (San Lucas 13, 1), una persona buena pero débil (San Justino), el enemigo de Herodes (Lucas 23, 12), un filósofo escéptico («¿qué es la verdad?»), un hombre justo, compasivo e incluso santo (Iglesias copta y etíope), un converso a la fe cristiana (Evangelio de Nicodemo) o, sencillamente, un enigma indescifrable, según Martín Tamayo.
Llevaba mucho el escritor madurando esta novela histórica, que al fin ve la luz y está convirtiéndose en un éxito editorial. Lo merecen la calidad literaria de la obra y el interés que sus personajes suscitan. Ante todo Poncio Pilatos, sin duda, pero también los que son traídos a escena por proximidad con el mismo, reales unos, imaginarios otros, tal ese Amasio Quilio, primer secretario del prefecto, que cuenta en primera persona, como narrador omnisciente, los acontecimientos cercanamente vividos.
El emperador Tiberio es el gran manipulador, amoral y voluble, a quien se le atribuyen las mayores perfidias, responsable último de que sus representantes no se atrevan a obrar en conciencia, siempre temerosos ante las reacciones inesperadas de aquel corrupto. Son muchas las páginas que se dedican. Con él compiten en maldad los miembros del Sanedrín, aunque desde parámetros distintos. Las autoridades judías y el pueblo al que dicen representar, son presentados de forma tan radicalmente denigrante que la novela puede incluirse entre los clásicos del antisemitismo. «No pierdas el tiempo con esta gente infame. Son viles, cobardes, mezquinos y traidores. Es inútil tratarlos con delicadeza y cortesía, porque están siempre acechantes y todo lo interpretan como una ofensa o una prueba de debilidad. Cualquier gesto humanitario se volverá contra ti, porque el único lenguaje que entienden es el del trallazo del látigo», aconseja Valerio a su sucesor (pág. 69).
Poncio es un tribuno de origen samnita, militar heroico, dotado de gran memoria, que se forma bien en leyes y trabaja al servicio de Elio Sejano hasta que lo destinan a Judea. Nunca tendrá el apoyo de Vitelio, su superior, el propretor de Siria. Desde su llegada Cesarea, Pilatos se esfuerza por entender la cultura judía, aprender el arameo y conseguir que a aquella alejada provincia lleguen los beneficios fomentados por Roma: acueductos, vías de comunicación, paz y orden (los zelotes arrecian, con Barrabás al frente), justicia rápida, etc. Si es preciso, se utilizará el tesoro del Tempo, aunque irrite al Sanedrín. Cuenta con magníficos ayudantes, como su propia esposa, la noble Prócula, el médico Rino Galo o el centurión Quinto Cornelio.
Jesús de Nazaret aparece ya bien mediada la novela. Es un hombre honesto y pacífico, formado entre los esenios, que cree en lo que dice. Su lenguaje y conducta son difíciles de interpretar. Hace prodigios maravillosos, similares a los que también ejecuta el mago idumeo Porco de Pella. «Hablaba de forma distinta y de asuntos diferentes. Hablaba de temas novedosos, muy raros, casi incomprensibles, de ideas superiores, de conciencia, de humanidad, del mundo de los pobres, de los oprimidos, esclavos, enfermos, perseguidos…», constata, entre el desconcierto y la admiración, el romano Quilio (pág. 139). A la postre, el rabino de la blanca túnica, en torno a cual va organizándose una multitud de pobres y marginales, se atrae la enemiga acérrima del Sanedrín. Éste no descansa hasta llevarlo a la cruz, contra la voluntad de Pilatos. Lo utilizarán habilidosamente contra éste, a quien desconciertan y consiguen hacerlo volver a Roma. Allí le aguarda un destino que, por fortuna, alcanzará a eludir. Por su indesmayable voluntad de estilo (ausente en tantas del género), rigor histórico, verosimilitud en lo imaginado, penetración psicológica y agilidad narrativa, ‘El enigma de Poncio Pilatos’ es una novela de indudable valor.
El libro
- Título: ‘El enigma de Poncio Pilatos’- Autor: Tomás Martín Tamayo- Editorial: Tecnigraf. Badajoz, 2008
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