Podemos entender, pero no disculpar, que después de 23 años de mando en plaza Ibarra ya no distinga entre lo público y lo privado e incluso que haya perdido los perfiles básicos de un sistema democrático, porque si el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, el poder absoluto y sostenido durante 23 años, además, desfigura todas las imágenes convirtiéndolas en espectros fantasmales de la realidad. Lo que está ocurriendo aquí escapa a toda comprensión y tolerancia porque, con tantas vueltas al torniquete del autoritarismo, bien parece que en Extremadura estamos todos en libertad condicional y que en cualquier momento pueden cambiarnos las condiciones y perder la libertad. Por silbar, por gritar, por increpar a un alcalde, por llevar el paso cambiado o por no caerle bien al que manda. ¿De nuevo las dos orillas, los que mandan y los mandados?
¿Hay miedo en Extremadura, tenemos que andar con mucho cuidado, hablando poco y en voz baja? ¿Podemos denunciar abiertamente una situación irregular o de injusticia? ¿Cabe la crítica a la administración autonómica sin que se deriven consecuencias negativas para quien las hace? Si la respuesta es sí, ya comenzamos a acercarnos a un diagnóstico certero sobre la situación particular que vive Extremadura. No es aislado ni casual el hecho de que a un centenar de ciudadanos se les amedrente con sanciones económicas por protestar, «silbar y gritar», que se prohíban concentraciones ciudadanas, que se cercene el derecho constitucional de manifestarse y que para tales fines se utilice a la Delegación del Gobierno.
El uso y el abuso que supone coaccionar a los ciudadanos, para que permanezcan sumisos, silenciosos y resignados ante cualquier decisión de la Junta, no es sino un reflejo del talante autoritario, tribal y caciquil de los que, encima, en su ceguera, se sienten legitimados para dar credenciales de democracia e impartir doctrina sobre 'talante'. La modernísima delegada del Gobierno que nos toca sufrir juzga «primitivo» el recurso de la manifestación un año después de las manifestaciones, incluso en día de reflexión, y el apedreamiento de las sedes del Partido Popular. ¿Aquello era moderno, cumplía todos los requisitos administrativos y llevaba las pólizas correspondientes? ¿Con cuántos euros habría que sancionar a los civilizados que incluso con adoquines atacaron las sedes del PP? ¿Fue muy moderna la manifestación que el PSOE/Junta organizó en Villafranca de los Barros, apenas hace dos meses? ¿Son muy modernos los cortes de calles y carreteras, utilizando a la Guardia Civil para que no puedan pasar los que discrepan?
Resulta grotesco que la delegada del Gobierno en Extremadura, con su trayectoria, caiga en la bajeza de amenazar e insultar a los que no se alinean con los de su entorno afectivo o ideológico. ¿Es normal que esta señora se dirija a los que protestan con un modernísimo «se os va a caer el pelo» y siga vejando el alto puesto institucional de la Delegación del Gobierno? ¿Es normal que se deje utilizar de forma tan desvergonzada y que incluso llegue a calificar de «mala gente» a diputados de la oposición?
Veintitrés años de poder omnímodo han oxidado todas las coordenadas democráticas de Ibarra -si es que alguna vez las tuvo- y hoy sólo acepta la sumisión, el aplauso, la alabanza y el acatamiento ciego, porque se entiende que criticarlo a él es criticar a Extremadura, y eso tiene un alto precio que puede llegar envuelto en una sanción administrativa o en el informe negativo para acceder a una subvención, a una concesión administrativa, o a la jugosa tarta de la publicidad institucional. En Extremadura, el 'talante' significa vencer en lugar de convencer e imponer la razón de la fuerza, porque es más rápido y efectivo ordenar que dialogar, dar razones y conversar. ¿Un nuevo «todo para el pueblo pero sin el pueblo»? Las decisiones se toman manu militari y, más que nunca, el que se mueve no sale en la foto. En veintitrés años de ordeno y mando no han sabido dar respuesta a ninguno de nuestros problemas reales, pero sí han sabido dividir, enfrentar y desunir. Aplastar y machacar también.
Después de veintitrés años, Ibarra ve normal el trueque de inversiones a cambio de silencio, como lo ha pretendido con Cáceres o Azuaga. ¿Es normal el «si os calláis os doy y si incordiais no os doy nada»? ¿Es normal amenazar a los medios de comunicación con el vasallaje de la publicidad institucional o con las licencias y concesiones de nuevos canales de televisión...? ¿Aquí hace falta talante, mucho talante! Y no precisamente el de Zapatero.
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