Que un cómico, measalves e hipócrita como Bono deje la política es siempre una buena noticia, porque el populista manchego la trayectoria que ha seguido en el Ministerio de Defensa ha sido la del zigzagueo oportunista y cobarde, ordeñando el accidente aéreo de la etapa de Trillo, enmedallándose sin pudor, arrestando a militares por opinar después de animarlos para que lo hicieran, ocultando datos del accidente del helicóptero que le tocó y pretendiendo vender armas de tecnología norteamericana a Venezuela, además de abusar del cargo, utilizando aviones para trasladar utensilios para una fiesta, eso si, sin perderse un sólo entierro dónde hubiera cámaras y jurando su cargo entre gente de la farándula porque, en definitiva, él se siente artista y es capaz del histrionismo disperso de los que sólo se saben el libreto de la adulación. No seré yo el que, porque se ha ido, caiga en el halago regalón a esta zorra resabiada, que representa lo más infecto y nauseabundo de la clase política.
¿Qué se ha ido por coherencia, por no aceptar el Estatut ni la futura negociación con ETA? Él ha dicho que esas no son sus razones y si lo fueran debería haber manifestado su criterio abiertamente, pero eso es imposible en un personaje de su catadura. Una vez más nada y guarda la ropa, esperando su turno.
De Bono no me creo nada y estoy convencido de que si pudiera haría las mismas tropelías que don Bobo Solemne, pero con el agravante de que, encima, pretendería convencernos de sus beatíficas intenciones y procurando en su cercanía la presencia de algún obispo que diera credibilidad al artificio de su dialéctica de chamarilero. Creo sinceramente que es mentira que se haya ido para estar con su familia y que su separación es estratégica, para esperar agazapado tras algún matorral, turno y ocasión propicia.
Bono es un hipócrita, es un hipócrita, es un hipócrita y, además, es un hipócrita. Incapaz de decir una sola verdad, lo suyo es la mentira ocasional y políticamente correcta, porque él todo lo envuelve en la sonrisa bonachona del compadreo pueblerino, exento de compromiso y firmeza. Su salida del ministerio de Defensa ha sido una deserción en toda regla. Como ministro ha sido una vergüenza, que ha venido a demostrar que ése es un puesto al alcance de cualquier vendedor de corbatas. Y la mejor evidencia es que ahora también es ministro, otra vez, el catedrático de la marrullería, la trampa y el ventajismo, Alfredo Pérez Rubalcaba.
El que dicen que brindó con champán por el éxito electoral que propició el atentado terrorista del 11-M, se ha dedicado con encono a torpedear cualquier iniciativa que pudiera dar luz en la comisión de investigación, impidiendo comparecencias claves y ha sido el pastelero del Estatut. Con la premisa de que "a enemigo que huye puente de plata", fue también el artífice de alejar al alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, situándolo en El Vaticano y para cerrar el círculo del imposible, ahora lo tenemos como ministro del Interior, con lo que Zapatero pretende silenciar todas las dudas que cuelgan desde ése día, tan funesto para España y tan glorioso para él, que se vio catapultado por la explosión de las mochilas a la presidencia del Gobierno.
Algo que no se atrevió a soñar jamás, le llegó de la mano del terrorismo internacional, pero él no le hizo ascos y el que iba para alguacilillo en el festejo, cogió la muleta con la avidez del espontáneo que busca su oportunidad. Las consecuencias de los zapateros, los bonos y los rubalcabas son estas incertidumbres de sabernos pasajeros en un autobús sin frenos, cuesta abajo y con el conductor borracho. Bono se ha bajado en plena marcha, haciendo ascos pero sin atreverse a corregir la trayectoria. ¡Buen ejemplo para los militares!
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