domingo, 11 de septiembre de 2011

UNA MULA Y UN CARRO


A plazo fijo, soportando lo que el cielo quiera escupir sobre ellos, lluvias, tormentas o un sol de achicharre, llegan unos centenares de temporeros portugueses, mayoritariamente de raza gitana, para ofertarse en la recogida de lo que sea. Para ellos no hay crisis, porque en años de bonanza o en épocas de estrecheces, llegan como siempre, con todo lo que tienen, sartenes, pucheros, mantas, colchones, ropas y churumbeles, padres e hijos, formando un revoltijo en el hueco del carro que mueve con parsimonia una mula. No tienen prisa y van a su paso, cubriendo las mismas etapas. Acampan bajo el mismo árbol, en las afueras de los mismos pueblos y seguidos con la misma desconfianza, porque gente sin nada, que no quiere nada y que se conforma con nada, es siempre sospechosa. Incluso si llaman a una puerta para que le llenen una cántara de agua, son mirados con recelos. Y además, que asco, huelen a humo, a rocío y a yerbajos. ¡Cuidado, cuidado!

Como estamos persuadidos de que gente así, con esa pinta, ese desarraigo, esa rebeldía y esa eterna negación para echar raíces, no pueden llevar nada bueno a ningún sitio, los seguimos con ojeriza, estableciendo una distancia de seguridad y deseando que desaparezcan, porque su presencia es incómoda para la estética y para la empanada mental que tenemos establecida. Soportamos que nos roben en nuestra cara, que nos atropellen sin una disculpa, que se rían de nuestros derechos, que se burlen de nuestra necesidad y que arruinen nuestras vidas, pero exigimos, eso sí, que nos respeten con apariencia de honestidad y que el que meta la mano en nuestro bolsillo vaya bien vestido, limpio perfumado y con la sonrisa colgada de oreja a oreja. Nada que ver con esos desarropados que llegan como un bulto, encima de un carro tirado por una mula.

Ni en las películas de humor negro se ha visto nunca a un bandido, con la familia colgada entre mantas y pucheros y dejando sitio para que dormite el perro. ¿Alguien se imagina a un atracador con la mula y el carro aparcado en la puerta del banco para huir a toda prisa? Ni a Berlanga se le ocurrió semejante disparate. Estos temporeros, por temporeros, por portugueses, por gitanos y por gitanos portugueses, tienen otra forma de entender la vida y la viven como la entienden, pero vienen a trabajar, a juntar unos euros para soportar el invierno. Y vienen y van porque les gusta ir y venir, sin detenerse, sin asentarse, sin colocar mojones de propiedad ni soportar el ruido de una cisterna. En ellos podemos encontrar muchas cosas, pero es difícil que en esas almas y con esa vida, aniden malhechores y delincuentes.

La última caravana, llegaba desde Elvas a Badajoz la semana pasada. Pasaron de largo del hospital Infanta Cristina, pero al salir la ciudad, tuvieron que acampar en un lugar improvisado porque una niña de quince años había tenido el capricho de romper aguas en el peor de los sitios. En un solar lleno de matojos, entre dos edificios, la niña tuvo a su niño y al día siguiente, con uno más, la mula siguió sus pasos hacia Talavera. 2011 años después, la niña, el niño, la luna. los matojos, la mula… ¿Dónde estaría el buey?


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