sábado, 17 de junio de 2023

 


La calma del encinar/La ventana indiscreta

LOS NIÑOS DEL CORO

 

                      Tomás Martín Tamayo

 

El 15M, “El Movimiento de los indignados” de 2011, surgió para exigir una democracia más participativa, alejada del bipartidismo de casta, del dominio de bancos y para promover una auténtica división de poderes y mejorar el sistema democrático, bla, bla, bla. Había mucho malestar porque la corrupción política era galopante entre los dos partidos, PSOE y PP, que se alternaban en la liga y que, con los abusos y tropelías de la partitocracia imperante, habían dejado de representar a una parte importante del electorado. Más allá de las intenciones, cargadas de un idealismo con poca base, lo que realmente había era la ambición de unos cuantos, “los niños del coro”, que se apoderaron del 15M para saltar al terreno político con todas las argucias y suciedades de la casta que pretendían arrinconar.

 

El 15M se materializó en Podemos y aquel movimiento, prometedor en sus inicios, lo cabalgó Pablo Iglesias que, en apenas dos años, demostró, por la vía de los hechos, que había venido para ser uno más y para hacer realidad sus sueños burgueses y sus tics autoritarios. La revolución sirvió para revolucionar la vida de unos pocos, “los niños del coro” y la vieja política, que habían venido a desplazar, los acogió en su seno como si hubieran estado ahí toda la vida. ¿Todo cambia cuando abres las primeras ostras y descorchas el primer champán? La diferencia estaba en los aspectos superficiales, en la estética cochambrosa, que era lo único que quedaba de los anticastas del 15M. Hoy ni eso, porque han desaparecido moñitos, pisitos, dentaduras sin dentífrico y han dado paso a viviendas de alto copete, servidumbre, modelitos… A la casta ni la tocaron, pero se hicieron parte de ella. La casta los ha fagocitado y hoy son prescindibles porque no aportan nada nuevo. El bipartidismo, después de unos momentos iniciales de confusión, se ha desperezado y vuelve a galopar con los bríos de siempre. La liga sigue siendo cosa de dos.

 

Pablo Iglesias eligió a las ministras de su cuota y entre ellas, señaló a Yolanda Díaz como vicepresidenta y candidata, que para eso solo necesitó consultar consigo mismo, pero la señora se oyó, se miró, se gustó y decidió caminar erguida y sin su tutelaje. En nada, el director del coro mostró su arrepentimiento por haberla elegido solista principal. Cosas de la dedocracia.

 

Extraña coincidencia que los dos que llegaron casi juntos y con la intención de liquidar el pestilente bipartidismo, Cs y Podemos, desaparezcan al mismo tiempo. El primero no tiene resuellos ni para concurrir a las próximas elecciones y Podemos anda mendigando su incorporación a un proyecto salido de su seno, sin siquiera poder incorporar a la amada compañera, su estrellada estrella. Como gota de mercurio al caer, Podemos se subdividió y hoy, a la gota madre, que llama desesperadamente para ser gotita entre gotitas, no la quieren los expulsados del coro. La piedad es menos reconfortante que pasar facturas guardadas. Mientras tanto, el director del coro y el corifeo de amamantados lloriquean por los rincones de la Alhambra, como el desventurado Boabdil el Chico. Penoso. Lamentable que dos eminencias que tanto han aportado a España, como la gran Pam y la Lilith, dos secretarias de Estado fetén, se queden sin atril.

 

Pablo Echenique, la ministra Montero y el propio Pablo Iglesias, después de haberse desprendido de todas las voces que iniciaron el invento, se encuentran ahora con apenas unas siglas que no pueden ordeñar porque de ellas sale más sangre que leche. Tempus fugit, el carrusel que los elevó los deja en la plataforma de inicio, pero deberían estar satisfechos por haber sido casta y haber visto la feria desde arriba. Enhorabuena, todos los del coro están mejor que cuando llegaron.

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