La calma del encinar/ La ventana indiscreta
EXTRAÑA SENSACIÓN
Tomás Martín Tamayo
Muy temprano, el Covid comenzó a elegir
víctimas en mi entorno y en pocos meses se llevó a nueve, llenándome de temor
porque entre las bajas estaban tres amigos con los que solía juntarme una vez a
la semana. Éramos siete y en zarpazos sucesivos, achicó el equipo a cuatro,
destrozando el grupo porque no hemos vuelto a reunirnos. No era broma, llevarse
a tres de siete suponía dejar ululando una sirena en nuestras cabezas porque,
además, sus acometidas eran retransmitidas casi en directo. Fueron días raros,
de confinamientos y convivencias inéditas, en las que, con una información no contrastada,
nos enfrentábamos a un enemigo invisible, que no tenía nada que ver con el que los
llamados expertos pretendían presentarnos. ¿Se propaga por los estornudos, la
tos, la sudoración? ¡Cuidado con las mascotas exóticas! ¿Queda larvado en la
madera, espera paciente en los metales, barandillas y botones de los
ascensores? ¿Es necesario usar guantes y abrir las puertas con un artilugio en
forma de llave con palanqueta y del que se vendieron 500.000 en una semana? ¿Mascarillas
con el complemento de parasoles, geles, lejías, detergente con específicos
desinfectantes?
Confinaron sin saber por qué y
desconfinaron sin saber para qué, porque al carecer de una información
autorizada, la que nos llegaba la poníamos en cuarentena, como si también
estuviera contaminada. Alfombras de lucimiento para ministros, tribunas para
supuestos expertos, el parte diario de una comisión (¿?) inexistente y el
trampolín elegido por el presidente del Gobierno para saltar a nuestras casas
con un bla, bla, bla cansino, con el que no se entendía nada porque lo que
único que se vendía era imagen, jeta y oportunismo.
Resulta imposible cuantificar la letalidad
del virus, porque eso se ha impedido incluso en España, pero algunos estudios
la sitúan en 25 millones de víctimas mortales hasta diciembre del pasado año. Y
sigue matando. Después de una vacunación masiva, de una, dos, tres, cuatro…
dosis sigue eligiendo al azar, preferentemente entre un tramo de edad de 60
años en adelante y, como se sabía y se sabe, la “normalización” de puertas
abiertas y mascarillas fuera, no solo sostiene su contagio, sino que lo
aumenta. No debemos andar muy lejos de la añorada “inmunidad rebaño”, pero sus
coletazos siguen siendo potentes.
Parece que a mí me estaba esperando y,
después de casi tres años de renuncias, al primer descuido me cogió. Nos cogió
a toda la familia, pero sin consecuencias mayores. Un catarro algo intenso
durante unos días y vuelta a la normalidad. Mi nieto Tomás lo resume muy bien:
“A mí no me duele el Covid, a mi lo que me duele es la garganta de tanto toser”.
¿En qué situación nos encontramos los
“postcovid”? Solo puedo hablar por la mía, porque parece que hay tantos covid
como víctimas y cada uno, como de la feria, cuenta según le ha ido. Yo, después
de tanto huir de él, de tanto protegerme, de tanto correr para que no me
alcanzara y aun sabiendo que no inmuniza y que puede llegar otras veces y con
más virulencia, creo que es una suerte haberlo pasado así, porque pasarlo me
temo que va a ser inevitable. Nunca podré recuperar las renuncias de estos tres
años, lejos de amigos, hijos, nietos…, pero, al menos el que a mí me ha tocado
en suerte, ha sido condescendiente. Hasta ahora mismo, claro. Sensaciones
extrañas para el momento más extraño.
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