sábado, 19 de octubre de 2019

ENERGÚMENOS Y SOPLAGAITAS


La calma del encinar.
ENERGÚMENOS Y SOPLAGAITAS

                        Tomás Martín Tamayo
                        Blog Cuentos del Día a Día
                        tomasmartintamayo@gmail.com



El médico, responsable del centro  ambulatorio de Les Corts, de Barcelona, lucía para la ocasión un jersey a rayas que recordaba… Mantenía sus manos en la espalda, en actitud sumisa, mientras escuchaba paciente la arenga de una especie de “kapo” que, mientras le abroncaba, gesticulaba ante su cara de forma amenazadora: "Que esto no se vuelva a repetir aquí ¿me oíste?” El médico mira al frente, como si intentara no provocar al orangután nacionalista que le increpa de cerca. En un momento, mientras otros miembros de la manada jalean al “espalda plateada”, este, crecido, se acerca más y parece que la agresión va a ser inmediata. El médico  lleva sus manos al pecho, se mantiene firme, con los pies juntos, posiblemente intuyendo el tortazo que parece inminente.  “¿Han echado ya a la doctora?” “Solo faltaría”, responde el médico en tono pausado. “No consentiremos más humillaciones en nuestra propia casa, en  este país no te puedes morir en catalán, es una puñetera colonia…”

El incidente, retransmitido hasta el hartazgo, podía resultar anecdótico porque su protagonista -no seré yo quien escriba su nombre-,  es un tipillo, de mediocre a menos, considerado “botarate” incluso entre los propios separatistas, que han mirado para otra parte ante el bochorno de las imágenes. Es un radical extremo y furibundo, con un solo mandamiento como ideario político: el odio a España. En eso basa su presencia mediática, jaleado siempre por un reducido grupo. Ahora la ocasión la brindaba una pediatra, que atendió a una niña en español, ante la indignación de su… santa madre, que se sintió humillada porque tuvo que traducirle a su hija, discapacitada psíquica, lo que la doctora decía… ¡Pobre niña! Doblemente, pobre niña.

¿Un hecho aislado? Durante las algarabías callejeras, tras la sentencia condenatoria de los golpistas separatistas y jaleados desde las instituciones públicas, una mujer se atrevió a manifestar su opinión, entrando, en una selva cuajada de banderas independentistas, con una bandera española. Qué desfachatez, visto y no visto, un fulano, demócrata al más puro estilo independentista, se la arrebató y cuando intentó recuperarla le dio un zarpazo que la hizo caer al suelo. “Actitud comprensible ante una provocación”, justificó un separatista muy educado, mientras dos “mossos” retiraban a la “provocadora”, para evitar que la pisotearan. La bandera española la desgarraron allí mismo, a tirones, como hacen los cocodrilos en manada con una cebra capturada. Todo civilizado, muy lúdico y democrático.

Finalmente, como pasó con las urnas que “¡jamás se pondrán!”, según afirmaba don Tancredo Cagalera, pese a todas las previsiones y la capacidad de anticipación de Marlaska -¡Qué bueno como juez y qué patata como ministro!- la jauría humana desbordó a las fuerzas de seguridad, que apenas amagan con repeler los empujones y pedradas. Cortan con escolares las principales carreteras de acceso en toda Cataluña y ponen sus banderas en las pistas de despegue del aeropuerto de El Prat. Y se burlan de los “esbirros uniformados” que atentan contra sus derechos democráticos, dando una imagen desastrosa de España y de Cataluña, una de las comunidades más punteras y visibles. Lo de la mujer con la bandera española fue, además de una injerencia intolerable, una provocación que recibió una respuesta proporcionada, pero la participación de Torra en el corte de una carretera obedeció a una actitud noble y de solidaria, por las agresiones de España al pueblo de Cataluña. Amen.

Y ahora se abre el capítulo de las judicializaciones, porque todos los retirados en volandas por la policía denuncian agresiones, después de haber pasado por las urgencias hospitalarias donde, supongo, omitirán el español en los certificados de las agresiones… ¡Qué poca dignidad! Y no me refiero a la de los energúmenos de Cataluña.
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