La calma del encinar
EXTREMADURA: COBAYA EXPERIMENTAL
Tomás
Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
tomasmartintamayo@gmail.com
Como no uso el ferrocarril estoy al margen de las penurias
que sufren los aventureros que se
empeñan, como mosquitos contra parabrisas, en llegar a Madrid desde Badajoz, o
al revés, porque esa voluntad es digna de mejor causa. El Gallo les gritaría
desde el centro del ruedo lo de “lo que no puede ser, no puede ser y además es
imposible”, pero el caso es que la imagen de viajeros, bajo el sol o la lluvia,
con calor, con frío o contra calma siestera de chicharras, maleta en ristre, es
tan repetitiva que ya no es noticia. ¿Qué diferencia existe entre la fotografía
de ayer, de hoy o mañana? Confieso que hace mucho que he dejado de leer esas
incidencias porque vistas y leídas las cien primeras pocas novedades caben en
las restantes.
Pero estuve en la manifestación del año pasado, que dejó en
Madrid la evidencia de que Extremadura tiene capacidad de movilización y que,
en todo lo relativo al tren, estamos algo más que aburridos del cachondeo que
unos y otros, estos y aquellos, se traen con nosotros. 40.000 extremeños, llegados desde todos
los pueblos, nos dimos cita en la
estación de Atocha para, por primera vez en nuestra historia, demostrar una
unión sin fisuras. Algunos, no sé si por sarcasmo o masoquismo, hasta fueron a
visitar el Museo del Ferrocarril, comprobando que parte de lo allí expuesto lo
tenemos en Extremadura y sin necesidad de pagar entrada, incluidas traviesas
del siglo XIX y máquinas diésel que dejaron su chachachá hace más de 20 años.
¿Y desde aquel 18 de
octubre del pasado año qué? El cachondeo ha subido de decibelios porque, además
de lo vetusto de un tren de museo, se han añadido justificaciones tan
pintorescas como que el maquinista no se ha presentado o que el tren se ha
quedado sin combustible… Y encima, para rizar el rizo, los altísimos
mandatarios de Renfe cesan a dos pobres técnicos por los estropicios de los
últimos días. ¡Acabáramos, dos chivos expiatorios que nos echan a la arena del
circo para que, como leones hambrientos, nos entretengamos en descuartizarlos!
Antes deberían haber dimitido los ministros de anteayer, de
ayer, de hoy… y todas sus camarillas de fantasmones, a los que -¡sufre mamón!-,
yo obligaría a viajar en nuestro tren hasta el fin de sus días. Ni para ir al
médico los bajaría. Deberían haber dimitido los tres mandamases que por la
Junta han pasado, aunque ahora escenifiquen cierta irritación porque la indignación está en la calle y se
suben a ella como antes se subieron al entretenimiento del “pacto por el
ferrocarril”. A ellos, a ninguno de los tres, les entra carbonilla en los ojos
porque tuvieron, tienen y tendrán coches, conductores y hasta vuelos gratis,
que también pagan los que se bajan del tren para cargar con las maletas por los
sembrados.
Si ponemos encima de la mesa las
incidencias tragicómicas por las que ha pasado el tren extremeño, resultan tan
inquietantes que hasta se podría pensar que estamos siendo analizados, que un “gran hermano” nos mira, que servimos
de cobayas experimentales y que unos tipos
ocultos estudian nuestra capacidad de aguante y, hasta dónde y hasta
cuándo, puede soportar un pueblo manso que le pisoteen los cataplines, sin más
rebeldía que la balada resignada de un cordero al que ya han situado en la cinta
para degollarlo. Somos la última cobaya ferroviaria, aceptémoslo con
resignación, que ese es pasaporte para ir al cielo. Pero no a Madrid.
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