La calma del encinar
ESCRIBIR A CIEGAS
Tomás
Martín Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
Opinar en un medio, prensa, radio o televisión, es tarea
diferente a la de informar, que es propio de profesionales de la información,
sean o no periodistas titulados. Los que opinamos, es mi caso, ofertamos una
visión propia, que no tiene obligatoriamente que ser objetiva, porque no
estamos comprometidos con la verdad, sino con nuestra verdad, aunque
confundiendo churras con merinas, a los que escribimos en un periódico se nos
exija profundizar en los temas que tratamos porque, de alguna manera, se nos
considera informadores. Y no lo somos. Alguna vez he hecho información, pero lo
mío es la opinión. Un periodista es un profesional, se supone que capacitado, capaz
de indagar en una información y comunicarla. Y puede opinar, en las páginas de
HOY hay muestras sobradas, pero incluso en ellos hay que saber diferenciar al
periodista que informa, del periodista que opina, porque la opinión es libre y
personal, pero la información tiene unos cauces que la dirigen y encorsetan.
¿Que eso es muy purista y relativo, porque hay informaciones falsas e
interesadas? Ese es otro cantar.
Días atrás tuve que denunciar la pérdida de un documento
para poder renovarlo y el policía, que me conocía por el periódico, después de
tomar nota de mi filiación, por su cuenta, la complementó con “periodista”. Le
advertí que soy maestro y que aunque escribo en un periódico no soy periodista,
pero no corrigió su aportación porque, encogiéndose de hombros, según él “es lo mismo”. “Pos fueno, pos fale,
pos malegro”, que diría Maki Navaja.
Sentado lo anterior, creo que es apasionante la aventura de
escribir en un periódico, porque cuando lo hacemos escribimos a ciegas y no
imaginamos hasta dónde llegará nuestra opinión. Un día escribí contra la
campaña propagandística de una multinacional tabaquera y poco después recibí de
la misma una larga información, desde Illinois (EE.UU), corrigiendo alguna de
las cosas que había escrito. En otra ocasión dediqué un artículo a la Aspirina,
con motivo de su centenario y desde Alemania me llegó una invitación para
asistir en Paris a las celebraciones por su descubrimiento. Critiqué los actos
organizados para los abueletes que combatieron en el frente republicano de
nuestra Guerra Civil y uno de ellos, desde Marsella, se dirigió a HOY para
rebatir mis argumentos, contando sus penalidades. Cuando el gobierno belga -¡Ay
Bélgica, Bélgica!- denegó a España la extradición de un etarra, publiqué un
artículo criticando su postura y desde la embajada, me enviaron una amplia
documentación, con las razones jurídicas que, según ellos, justificaban la
negativa…
Da un poco de vértigo, porque uno escribe pensando en el
ámbito geográfico de Extremadura, casi para el vecino, pero lo que escribimos
se expande y el eco es incontrolable. Nunca se sabe cómo y por qué una opinión
pasa fronteras y llega. La “aldea
global” comienza a tener algo de sentido, pero todo esto, al mismo tiempo que
gratificante, resulta restrictivo porque, de alguna forma, nos obliga a
escribir pensando también en la línea del horizonte.
¿Y la importancia que algunos nos dan? Los hay que creen que
escribir en un periódico da poder de resolución
y facilidad para acceder a sitios cerrados y reservados a unos pocos
privilegiados. Algo así como entrar en el exclusivo “club de los afortunados”.
Y nos cuentan injusticias de todo calibre, para que las comentemos, confiados
en que eso servirá para frenar o resolver… Desmitifiquemos, una opinión es solo
eso. Y a veces ni eso.
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