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La calma del encinar
EL BATALLÓN DE LA
SOTANA
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día

Sin la “bendición” de
una parte importante del clero vasco, el terrorismo de ETA habría bajado muchos
decibelios su barbarie y nunca hubiera logrado la complicidad que tuvo en los núcleos rurales, porque en la
tolerancia de aquella Iglesia que encabezaba el obispo Setién, muchos veían una
justificación para validar a los violentos: “¡Pero si hasta el obispo está con
ellos!”, decían. Y era verdad, lo
estaba. El obispo y miles de curas. En uno de los pasajes más escalofriantes de “Patria”, Fernando Aramburu describe la
conversación entre la viuda de una víctima asesinada por ETA y el cura del
pueblo, que consideraba que era una
provocación que ella volviera a su casa para rehacer su vida. El cura fue a verla, en misión apostólica, porque
creía que su presencia alteraría la pacífica convivencia del vecindario…
Superada aquella etapa sangrienta, que dejó 829 víctimas
mortales y más de 5000 heridos y mutilados, todos deberíamos hacer una
reflexión profunda para que los nacionalismos violentos, excluyentes y fanáticos, no puedan nunca más enraizar en nuestras
orillas pero, de oca a oca, hemos pasado del País Vasco a Cataluña, con una
enorme distancia entre ellos, pero que puede achicarse sino se cercenan sus
raíces desde los inicios en los que ahora nos encontramos. Soplar las velas de
las masas es más fácil que recogerlas después. Y la Iglesia, tan proclive a
pedir perdón en estos días, todavía no ha pedido perdón por lo que hizo ni por
lo que dejó de hacer en el País Vasco. ¿Volver a empezar, ahora en Cataluña?
Camino llevan.

Que yo sepa, ningún juez ha llamado a declarar a los curas
que guardaron las urnas y permitieron que se votara en las iglesias. ¿Por qué
será? Ay, lo mismo me condeno por preguntar.
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