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La calma del
encinar
NO JUGUÉIS CON
VILLAFRANCO
Tomás Martín Tamayo
(martintamayo.com)
Creo que, con
algo de razón, puedo considerarme casi vecino de Villafranco del Guadiana,
porque en esa pedanía tengo casa desde hace treinta y cinco años y allí he
pasado, paso y pasaré muchos días de mi vida. Villafranco es un pueblo que
crece, con recursos agrícolas e industriales, de gente tranquila y hospitalaria,
donde se vive y se deja vivir. Bien situado, en la línea imaginaria que une
Talavera y Badajoz, es como un barrio de la capital, pero sin abandonar el sesgo
propio y definido de los poblados de colonización que, aunque duela, se
levantaron durante el franquismo, mire usted qué pena. La alusión al dictador
en su designación no ha quitado ni puesto nada, ni para Franco ni para
Villafranco, que suele votar mayoritariamente a la izquierda, aunque ni la
política ni las ideologías han llevado conflicto a su vecindario.
Ahora, por un
exceso interpretativo de la llamada Ley de Memoria Histórica, quieren cambiar
su nombre, cercenando sus casi sesenta años de historia con un “ordeno y mando”
estrafalario que parece salido de la mano del dictador al que se pretende
erradicar. ¿Tiene esto algún sentido, más allá de un revanchismo tan añejo como
inútil? La Ley de Memoria Histórica no se promulgó para sembrar odios ni
venganzas, ni para buscar revanchismos y enfrentamientos. En su espíritu hay
mucho afán de reconciliación y, cuando se promulgó hace diez años, en su fondo
nos pareció algo justo y necesario porque en la España de hoy no son tolerables
el olvido de las víctimas ni sus tumbas diseminadas por las cunetas de España,
pero en la forma, en la redacción, se colaron muchas imprecisiones que son las
que ahora dan pie para un revisionismo sin sentido.
El fleco de una
ley general, con lagunas en su redacción y ajena al espíritu del legislador, no
puede arrebatar el sentimiento ni la propiedad de un pueblo que está al margen
del guerracivilismo en el que algunos permanecen. La práctica totalidad de los
vecinos de Villafranco, de todos los signos políticos, no quieren que se cambie
un nombre que está asentado en su memoria colectiva, en sus familias, en sus
vivos y en sus muertos, porque su pequeña memoria histórica también merece
consideración y respeto. Un vecino, Joaquín Franco, que llegó al pueblo con
siete años, decía para HOY: “Nosotros somos los Franco de Villafranco, ¿también
tenemos que quitarnos el apellido?” Ni en el nombre ni en el pueblo hay
enaltecimiento alguno a la penosa
dictadura del general Franco, pero si se quiere conocer el criterio de cada uno
de sus vecinos, que les pregunten, gastando en la consultas un dinero que bien
le vendría al pueblo para aliviar muchas de las necesidades que tiene.
Que se cumpla la
Ley de Memoria Histórica para lo que se hizo, sin descender a añagazas,
florituras ni a trampas interpretativas del texto. Flaco favor le hacen a la
Ley de Memoria Histórica, enarbolando a su amparo tonterías que demuestran
mucha ignorancia de la idiosincrasia de un pueblo, pretendiendo por el
democrático método de “esto son lentejas”, doblarle el brazo quitándoles algo
muy suyo, como es el nombre de su pueblo. Al
final, me temo que será un juez el que diga a algunos que hagan como el diablo
y si no tienen nada que hacer, que maten moscas con el rabo.
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