sábado, 7 de junio de 2014

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                       El son de los asombros
                       CAJA RURALios
                                               Tomás Martín Tamayo
                                               Blog: Cuentos del día a día
                                               tomasmartintamayo@gmail.com

La Caja Rural de Extremadura parece sentenciada  a la injerencia política que, sin cuidarla ni protegerla, la tiene como un juguete al que poder manipular a su antojo. Así fue, así es y así será si los saludables brotes de rebeldía no erradican definitivamente el mangoneo habitual. No hemos avanzado nada y si antes el manigero era Manuel Amigo, ahora pretende serlo Antonio Fernández, dos caras de la misma y despreciada moneda, empeñados en un “juego de tronos” pueblerino. El último presidentes de largo recorrido que tuvo, Mariano Señorón, el único mérito que tenía acreditado  para ocupar el  cargo era, además de saber mucho de cochinos, ser amigo de Rodríguez Ibarra, algo equivalente a una macro titulación, superior a másteres, doctorados y cátedras, porque Ibarra dotaba a sus protegidos ciencia infusa. La misma que él tiene. Digamos suavemente que tuvo que irse y hasta ahí puedo leer. Y más de lo mismo le ocurrió al siguiente, hasta la llegada de Román Prieto. Desde la Junta mangoneaban la Caja Badajoz, la Caja Extremadura y la Caja Rural, salvándose de la quema la Caja de Almendralejo que, consecuentemente, es la que pervive en solitario y con acreditada solvencia.

Hubo un tiempo en el que estuve muy involucrado en la Caja Rural de Extremadura, pero después de dejarme trabajar libremente durante unos meses, compatibilizando mi trabajo con la publicación de mis artículos, siempre críticos al poder, en la Junta se cansaron y dieron a la directiva de la entidad un ultimátum que me trasmitieron literalmente: “O Tomás se calla o Tomás se va”. Tomás se fue. No necesitaron señalarme la puerta porque yo sabía dónde estaba y, una vez más -como sucedió años antes en Caja Badajoz y por las mismas razones-, recogí un transistor de pilas, que es la única propiedad que me acompaña desde los lejanos días de la mili y salí de allí con menos dinero, pero contento y liberado porque el tufillo ya había pasado por debajo de la puerta de mi despacho.  Mi transistor y yo nos fuimos y allí quedó aquello, en la agonía permanente de una gestión errática y sometida a la ingerencia política que se cocinaba en la consejería de Economía. Yo me fui con la cabeza alta, otros… Poco antes se había ido también Román Prieto,  su secretario general y, sin duda, la persona más ética y capacitada de la Caja Rural. Perdió el pulso frente a la Junta y si yo salí con un transistor, él se fue con una carpeta. Amén.

La Rural ha ido de mal en peor, hasta el punto de que, cuestionada su viabilidad por el Banco de España, entró en una SIP en la que prácticamente se entregaba sin dote, en una operación vergonzante para sus directivos, que demostraron desconocimiento, egotismo, precipitación y ganas de salir por pies pero llevándose el riñón bien cubierto. Alguno con casi dos millones de euros como premio a la entrega y rendición incondicional. ¡Ay, cuantos voluntarios para servir en bandeja de plata la cabeza del Bautista! Es curioso, pero los que ahora se desgañitan por permanecer en el Consejo Rector, son los mismos que ayer votaron fervorosos por su una SIP que regalaba La Rural envuelta en papel de celofán y con un lazo muy vistoso. ¿Qué es lo que pretenden, que quieren salvaguardar con ese numantinismo ridículo que puede estrangular el desarrollo de la entidad?

Y en esa situación vuelven a acordarse de Román Prieto que, con una generosidad que no se estila ni se valora, ha necesitado quince meses para recuperar la Caja y devolverla a sus verdaderos propietarios. Misión cumplida por su parte, porque desde el principio dijo que llegaba para resolver pero no para quedarse, aunque finalmente se haya ido sin lograr la esterilización interior.  La Rural es una entidad privada en la que mandan sus socios, sus empleados, su consejo rector, pero la Junta de Extremadura, responsablemente, debería evitar el enrocamiento de un Consejo Rector a todas luces incapacitado para afrontar los retos del futuro. Román Prieto se ha ido y lo ha hecho a su forma, como un señor. A mi transistor y a mí nos parece muy bien.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues nada a ficharle por Tomix(Tomates de Miajadas) haber si se la devueve a los socios tomateros y no al ya monopolio del tomate(conesa)