SUÁREZ EN EXTREMADURA
Tomás Martín
Tamayo
No me es fácil pensar en Adolfo Suárez en pasado, a pesar de que
lleva lejos más de doce años. Su larga enfermedad lo apartó de nosotros, pero no logró arrancarlo de la memoria de los
que tuvimos la fortuna de tratarlo en la
cercanía que supuso
su vuelta al activismo político, con el Centro Democrático y Social (CDS). En la vida pública de Adolfo Suárez existieron dos orillas muy separadas, la
triunfal, como presidente del Gobierno y mullidor incuestionable de la transición, y la de, en expresión
suya, “ponerse las alpargatas
de esparto”,
partiendo de cero, para hacer la travesía del desierto, a la intemperie y contando
con la animadversión
interesada de AP y PSOE, que temían su resurgir como tercero en discordia, impidiendo la cómoda alternancia que por
aquellos días ya se
vislumbraba en España. Felipe González y José María Aznar se pusieron de acuerdo en pocas cosas, pero la de lapidar
cualquier posibilidad del CDS fue una de ellas, contando con la complicidad de
la banca que, de la mano de Rafael Termes, su presidente, nos negó el pan y la sal. Hasta los
partidos testimoniales, que nunca habían logrado representación
parlamentaria, tenía más
facilidad para acceder a créditos bancarios que el CDS. Aunque no lo tuvieran concertado
explícitamente, no lo afirmo ni lo niego, AP y PSOE hicieron del CDS y de
Suárez el enemigo común y no perdían oportunidad para atacarnos. Muchos de
nosotros tuvimos que responder personalmente de lo poco que lográbamos y, en el caso de
Extremadura, algunos afrontamos la hipoteca durante años. Aún así el CDS se situó como tercera fuerza
parlamentaria en España y en casi todas las comunidades. En Extremadura
llegamos a tener ocho parlamentarios.
Momentos muy importantes de mi vida están ligados a Adolfo Suárez y sé que, para siempre, será uno de los ejes importantes de
mi existencia. No es fácil
entrar en el círculo íntimo de una persona tan grande,
que tanto hizo por España y a la que tanto admiraba, desde los tiempos de UCD,
pero en esta segunda etapa del CDS, desde el primer momento, me vi gratificado
con su amistad, lo que descolocaba a muchos porque mi bagaje político era más bien escaso y centrado exclusivamente en el
ámbito de Extremadura. Yo,
según decía José Ramón Caso, secretario general del CDS y persona de su absoluta confianza, era de
las poquísimas
personas que cuando lo llamaba se ponía directamente o me devolvía la llamada. En la etapa del
CDS lo acompañé desde el principio, me llevó al Comité Nacional del partido, me hizo
miembro de su comisión
ejecutiva permanente, órgano
muy reducido, de cinco miembros, y coordinador general de política autonómica. Reclamó mi presencia para estar junto a él en sus dos últimas campañas electorales y en sus viajes al
extranjero, siempre contó conmigo para que lo acompañara. ¡Qué privilegio haber hecho miles de kilómetros junto a él, hablando de todo, incluso de
relojes, y compartiendo hasta momentos de somnolencia en el avión o en el coche!
Recuerdo que en una ocasión
tenía que ir a Lucerna
(Suiza), como presidente de la Internacional Liberal y Progresista, y cuando en
el Comité Nacional
le preguntaron que quien deseaba que lo acompañase, dijo en tono muy serio: “Quiero que venga Tomás, porque habla perfectamente
alemán, inglés e
italiano y nos ahorra tres traductores”. Todos me miraron asombrados porque
ignoraban que yo fuera el políglota que Suárez decía, pero mi asombro aún fue mayor, porque fuera del español apenas me entendía con el sistema onomatopéyico, que era el que utilizaba
con mis alumnos analfabetos de la prisión de Badajoz. Al salir de la reunión,
Suárez se aceró a mi, me cogió del brazo y en voz baja y con evidente ironía, me dijo: “Ya te he puesto tarea y en cinco
días tienes que
aprender alemán,inglés e
italiano, no me falles”.
Como yo sabía que le gustaban
los desplantes toreros, no me achiqué: “¿Que tengo que aprender inglés, alemán e italiano? ¿Es que crees que no los hablo? A esos tres súmale portugués, francés y algo de ruso”. Me
miró muy sorprendido,
hasta que mi risotada lo alertó del farol. Al concluir el viaje, ya en Barajas, cuando nos despedíamos, me regaló su reloj: "Toma, para tu
colección". La verdad es que las razones por las que demostraba tan
indisimulada preferencia hacia mi humilde persona, es algo que nunca entendí
y supongo que los demás tampoco, porque más
allá de una lealtad
sincera, o aportaciones muy concretas para alguna intervención suya en
Extremadura, era poco o nada lo que yo podía ofertarle, sobre todo si se miraba la trayectoria
política y
profesional de los que le rodeaban. Alguno de ellos sí sabían tres idiomas.
Yo
tenía mucho interés en que Suarez viniera a
Extremadura, a Almendralejo, donde celebrábamos el I Congreso en el que,
previsiblemente, como así fue, me iban a elegir presidente regional. Había en torno a él un muro que apenas se podía franquear y mi requerimiento
estaba abocado al fracaso, porque, según me decían, Suárez estaba reservado sólo para los grandes
acontecimientos y, obviamente, un congreso en Extremadura no entraba entre
ellos. Como último
recurso, le envié una
carta certificada, no a la sede de CDS, sino a su despacho de la calle Antonio
Maura. Al día
siguiente, nada más
recibirla, telefoneó a mi domicilio particular: “¿Tomás? Buenas tardes, soy Adolfo Suárez” Recuerdo lo que él dijo pero no los seguros
balbuceos que yo emití ante
la sorpresa, que él
conocía y
administraba con evidente maestría: “¿Quieres o no quieres que esté mañana contigo? ¡Hombre, Tomás, no te quedes callado!”. De inmediato todos los muros
se derrumbaron y los mismos que antes habían dado por imposible mi petición, se apresuraron a venderme que
Suárez iba a venir
a Almendralejo por su intercesión, bla, bla, bla. A todos les di la gracias, pero aprendí
que en política la linea recta es también la distancia más corta. No volví a usar
intermediarios y a partir de aquel momento, cuando quería algo de Suárez se lo pedía directamente. Nunca me negó
nada y esa disposición la aproveché para que visitara en nueve
ocasiones Extremadura, a veces en detrimento de algunas comunidades más punteras y con muchísimos más habitantes. Suárez
visitó Villanueva de la
Serena, Don Benito, Almendralejo, Mérida, Cáceres,
Plasencia, Trujillo, Badajoz. En los Santos de Maimona, el alcalde, Cipriano
Tinoco, organizó el
acto haciéndolo ir
a pie desde el centro del pueblo hasta el local donde se iba a celebrar el
encuentro. La gente comenzó a seguirlo y en un momento determinado Suárez se dio la vuelta: “Vaya la que habéis organizado, pero si viene
medio pueblo detrás
de nosotros”. Así fue,
más de 500 personas
nos seguían
Suárez recordaba, y lo comentaba,
que durante un mitin en Badajoz alguien lo increpó de forma agria y maleducada y que todo el
auditorio (fue en el teatro Menacho) puesto en pié le regaló uno de los aplausos más grandes que había recibido en su vida. Nada que
ver con aquel otro episodio en el que, siendo presidente del Gobierno, vino a
Badajoz y, en la plaza de Minayo, un grupo de cafres intentó agredirlo con un palo... Años
después, me lo
comentó y yo le
recordé que el
antebrazo que recibió uno
de aquellos palos fue el mío. Y que la horas después, en el salón
en el que se celebraba el acto, él reclamó mi
presencia para darme las gracias. Se acordaba: “¿Tú fuiste?” “Sí,
presidente”. Suárez me dio
un abrazo.
Ha muerto Suárez, pero doña Herminía, su madre (Soy hijo de
Herminia, dijo en su pueblo) se sentirá muy satisfecha por haber parido a uno de los
hombres más
importantes de la historia de España. Y los que lo conocimos y por él nos sentimos reconocidos,
también. ¿Ha muerto
Suárez? Sí, ha muerto Suárez y con él una parte importante de alguno de
nosotros. Sin dramas, la vida sigue. DEP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario