La calma del encinar
SI
ME NECESITAS, SILBA
Tomás Martín Tamayo
He visionado muchas veces la película “Casablanca”, en incluso he
escrito, he participado en coloquios y hasta he dado algunas charlas sobre
ella, destacando siempre sus garrafales fallos de producción y montaje y sus
enormes aciertos literarios, dejándonos fragmentos aislados de diálogos que
perduran en la memoria colectiva, incluso de los que no la han visto. Así, la frase más recordada de Bogart en
“Casablanca” es curiosamente una que jamás pronunció: “tócala otra vez, Sam”. A
Bogart le aburría que en cada una de sus presentaciones se recurriera a
semejante invento y en alguna ocasión, visiblemente alterado, lo desmintió
inútilmente, porque el “tócala otra vez, Sam” se había acuñado en la
fraseología popular y era imposible borrarlo. “¡Tócala otra vez, Sam, tócala
otra vez, Sam!” dicen que repetía asqueado cada vez que se emborrachaba. Lo más
cercano lo dijo Ingrid Bergman y fue “tócala una vez, Sam, por los viejos
tiempos.
Pero es que de Lauren Bacall, con la que estuvo casado, también ha
trascendido un “si me necesitas silba”, que tampoco dijo nunca en “Tener o no
tener”. El error estaba tan asentado que cuando se casaron, Humphrey Bogart le
regalón un silbato de oro, que la Bacall lucía como colgante, aceptándolo como
irremediable. Bacall, que a sus 89 años
sigue participando en algunas películas, confiesa que no pasa un solo día sin
que alguien le silbe, rememorando una frase que ella nunca pronunció en la
película. Como Bogart con el “tócala otra vez, Sam” ella soporta con estoicismo
el “si me necesitas, silba” y recuerda que en una ocasión, al entrar en un restaurante
de Roma, todos los comensales se pusieron en pie, aplaudiendo y silbando. Una
marca de refrescos llegó a ofrecerle tres millones de dólares si decía en un
anuncio la puñetera frase que lleva 70 años persiguiéndola.
¿Cuántas veces hemos oído “sayonara baby” o “no siento las piernas”?
Pues puros inventos que se han transmitido en un boca a boca sin retroceso.
Schwarzenegger, dice “hasta la vista baby” y fue Constantino Romero el que
introdujo un estrafalario “sayonara” que no venía a cuento y que cuando
trascendió cabreo al guionista, al productor y al protagonista. Sylvester Stallone tampoco puso en boca de su
exitoso “Rambo”, “no siento las piernas”.
Esa frase, que como todas las demás son “ficción en la ficción”, fue inventada
por Santiago Urrialde para una
caricatura que hacía del personaje. En una ocasión se la espetaron al propio
Stallone: “Eso debe pertenecer a otra película y a otro personaje”.
¿Y el “elemental, querido Watson”? Conan Doyle no puso nunca en boca
Sherlock Holmes una frase que va contra la idiosincrasia de su personaje,
enemigo de reflexionar en voz alta. Después se introdujo en algunas revisiones
porque el público lo requería. Con “Houston, tenemos un problema” ocurre lo
mismo, algo que ha trascendido y se ha asentado, pero que nunca se dijo en la
película. A Karl Marx no hay quien le quite su falsa pero famosa afirmación “la
religión es el opio del pueblo,” y a Don Quijote no se le puede apear de “con
la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”.
Lo mejor que podían hacer todos ellos es aceptarlas. O sea, una especie
del “relájate y goza”, que tampoco lo dijo David Niven.
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