sábado, 2 de febrero de 2013

ELLOS SE LO GUISAN Y SE LO COMEN



La calma del encinar
         ELLOS SE LO GUISAN Y SE LO COMEN
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

Muchos de los pilares de la transición fueron improvisados y el tiempo, treinta y cinco años mal contados, lo está poniendo en evidencia. Aquel sólido edificio, Constitución incluida, hoy necesita algo más que reparaciones chapuzas, porque no se quiso ver el desgaste y, al no apuntalarlo a tiempo, se ha llegado a la aluminosis que amenaza ruina y casi derribo del sistema. Algo muy peligroso porque por las grietas pueden colarse situaciones indeseables que parecían superadas. La sacralizada transición sirvió como puente entre una dictadura decadente y una democracia ingenua, que dejaba muchas puertas abiertas y se basaba en principios como la solidaridad y la buena voluntad. Las consecuencias de aquel “buenismo” no se hicieron esperar y a base de tirar de la manta, algunos ya quieren descuartizarla.

No hemos estado a la altura de lo exigido, nadie, ni los políticos ni un electorado asentado, indiferente y conformista, que no se ha indignado hasta que la ruina generalizada ha llamado a su puerta. Algunos políticos siguen con sus gestos teatrales, sin dejar de representar, sin bajar del escenario y sin renunciar a un limbo del, si no espabilan, van a salir a gorrazos, porque el horno ya no admite más bollos. Ni más cebollos. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, poniendo trampas por todas partes para poder seguir en la mamandurria y huyendo de cualquier control de sus desmanes. Se reservan la parte del león, a la chita callando, y para que nada ni nadie los importune, ellos mismos se encargan de supervisarse con nombres grandilocuentes como Tribunal de Cuentas del Reino, cuyos miembros son elegidos por ellos mismos y de entre ellos mismos. Dejan que los jueces impartan la justicia, pero sobre ellos interponen al Consejo General del Poder Judicial y al Tribunal Constitucional. Y, por supuesto, al Fiscal General del Estado, a las órdenes del Gobierno de turno. Y no conformes, todavía se reservan la prerrogativa del indulto particular… ¿La separación de poderes? ¡Anda ya!

Casi tres millones de euros anuales pagamos los extremeños para que, desde la Asamblea, diputaciones y ayuntamientos se subvencionen opacamente a los partidos políticos. Con tanta impunidad la corrupción ha sentado mando en plaza y nadie se escandaliza de que España sea uno de los países políticamente menos fiables y más corruptos. Hay 368 políticos imputados, pero el listado se engorda cada día y las cifras del trinque, de lo robado o desviado se disparan en cada nueva aportación. Ya no nos quedan asombros. Esta misma semana un periódico nacional publicaba apuntes contables que señalan directamente al presidente del Gobierno. Verdad o mentira, se da una vuelta más al torniquete de la indignación, en una España con seis millones de parados y cincuenta millones de cabreados. Desde municipios que caben en un campo de futbol a la jefatura del Estado, todo está en cuestión y no hay un sólo estamento que permanezca al margen de este chapapote pegajoso que parece impregnarlo todo.

Algún freno habremos de poner a tanto desmán, que puede acabar con la credibilidad del sistema para contento de posicionamientos ultras.  ¿Se hará algo? No soy optimista.

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