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Con el consentimiento del Banco de España, que parece el fantasma de la
ópera, se puso en marcha un producto financiero al que llamaron
“participaciones preferentes” y que, por decirlo en grueso, consistía en
quedarse con el dinero del incauto que confiara en el banco que las recomendaba,
durante los próximos ochenta años. Si queremos ajustar un poco más, aunque el
resultado es el mismo, podemos decir que son un producto financiero muy
complejo que aúna características de renta fija y acciones. Dicho de una u otra
forma, el final está fijado por su carácter perpetuo, porque no tienen fecha de
vencimiento. No era, como se ha dicho, un riesgo que emanara de la avaricia del
impositor, sino un riesgo por la buena fe depositada en las entidades en las
que llevamos confiando nuestros ahorros, en algunos casos, como el mío, más de
cuarenta años. Bien es verdad que toda la culpa no es de las entidades
financieras que lograron así 10.000 millones de euros, porque tampoco podía
conocer la quiebra generalizada que iba a venir después, aunque después hemos
sabido que la “caca” que nos vendieron no estaba garantizada por el Fondo de
Garantía de Depósitos, y eso sí que hay apuntarlo en el “debe” del banco que
nos lo aconsejó.
La rentabilidad no era superior a la de otras imposiciones a plazo
fijo, pero como el banco nos tiene contados hasta los latidos, te llamaban ofertándotelo y, sin más, picabas un anzuelo envenenado. En
época de bonanza podías venderlas y recuperar el dinero invertido, pero la
crisis convirtió las “preferentes” en un calvario para muchos impositores que, a
la hora de la verdad, se vieron abandonados por la entidad en la que habían
confiado. Aunque si hemos de ser justos, este comportamiento choricil no ha
sido generalizado, porque todos los bancos no han respondido de la misma manera
a sus clientes. En mi caso concreto, que incluso ignoraba ser uno de los
“trincados” con la “burla preferente” porque estaba convencido de tener un
sencillo “plazo fijo”, fue mi banco, Banesto, el que me informó de la mala
nueva, posibilitándome además una alternativa, muy razonable, para recuperar mi
dinero, liberándome del lastre eterno de ese cenagal financiero en el que me
había metido, con la bendición del tal MAFO, el personaje más inútil y
siniestro que ha pasado por el Banco de España.
Banesto ha comprado mis acciones al precio que yo las había adquirido,
respetando las escasa rentabilidad que me habían producido y sin tener en
cuenta la devaluación de las mismas, que en algunos caso ha superado hasta el
50%. Bien, he de reconocer que los usuarios de algunas entidades financieras no
hemos visto defraudada la confianza que teníamos depositadas en ellas, pero la “basura
preferente” ha llevado a la ruina total a mucha gente, casi siempre pequeños
ahorradores, doscientos mil, que después de toda una vida de carencias habían
logrado juntar un piquito para garantizarse un poco de bienestar en sus últimos
años. ¿Tenemos que leernos la letra pequeña incluso cuando nos sometemos a la
extracción de un molar? Si la redacción está supervisada por el Banco de
España, sí. Es el rey del toco-mocho.
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