Mi abuela Cornelia, la mujer más sabia que he conocido, decía que las navidades se oxidan y se entristecen con el tiempo y sólo ilusionan a los niños. Así parece, aunque sigamos aferrados a una liturgia que se adentra cada día más en lo pagano y comercial. Las navidades se entristecen porque, en un corre turno imparable, los nietos pasan a padres, los padres a abuelos y los abuelos… Con los años van faltando los soportes familiares de nuestra infancia y es imposible suplir en la memoria los huecos de la mesa. Año a año, las navidades van llenándose de ausencias, de nostalgias y añoranzas que suelen acabar en melancolía. Los niños no tienen la memoria lastrada y al carecer de recuerdos tristes la viven en plenitud, con la fuerza que en ellos perdura de su cercana natalidad.
Internet ha suplido al cartero y sólo unos cuantos amigos permanecen fieles a la tradición del envió de cartas, tarjetones y postales. Todo lo demás es marketing, pamplina y política comercial. Nada. Durante los últimos años he recibido “los mejores deseos” de gente a las que ni siquiera conozco, parlamentos y gobiernos autonómicos, Congreso, Senado, Tribunal Constitucional, bancos y cajas, instituciones que me habían incluido en el listado de su protocolo, asociaciones, federaciones, la práctica totalidad de los ayuntamientos de Extremadura, medios de comunicación... Fuera del bullicio político, este año no ha llegado ni la de HOY. La verdad es que no respondía a ninguna porque sabía que nadie me las enviaba. Llegaban cargadas de vacíos, como las amables misivas que recibimos de los candidatos en vísperas de elecciones. Al recobrar el paisanaje y el peatonaje, me han llegado las de verdad, las de siempre, las que espero. Las otras nunca llegaron. Lastres fuera, ausencias que se agradecen.
La crisis, -ay, la crisis-, nos ha privado de las avanzadillas tradicionales de la televisión y este año se ha quedado en casa la muñeca tonta que lleva toda la vida aproximándose al portal. Mejor. Tampoco ha venido el fulano con la mochila que volvía por Navidad y ha faltado, lógico, el turrón más caro del mundo. ¿Han oído el “queremos turrón, turrón, turrón? ¿Han visto a la buenorra en moto, con la chupa de cuero, que buscaba a Jacq´s? Este año ha sido de “eau de toilettes”, con tipas famélicas y quebradizas que nos salpican con fragancias de nubes parisinas. O sea, con polución. Por faltar incluso ha faltado el cava de las burbujitas, el que se gastaba un montón de pasta para decirnos que se gastaba un montón de pasta. La estrella ha sido una corrala en la que la compañía telefónica de Urdangarin celebra asamblea de vecinos, a cada cual más tonto. Hay uno que lleva todas las navidades con un borrego al hombro…
Que los niños la vivan, que la disfrute el que pueda y que la mala suerte se aparte y de un respiro a los que necesitan un poco de suerte. Sólo pensando en mañana podremos abrigar un poco de esperanza para cinco millones y medio de paisas que no están para muchas celebraciones. Con todo, feliz Navidad y próspero año nuevo. Ya veremos, ojala.
Internet ha suplido al cartero y sólo unos cuantos amigos permanecen fieles a la tradición del envió de cartas, tarjetones y postales. Todo lo demás es marketing, pamplina y política comercial. Nada. Durante los últimos años he recibido “los mejores deseos” de gente a las que ni siquiera conozco, parlamentos y gobiernos autonómicos, Congreso, Senado, Tribunal Constitucional, bancos y cajas, instituciones que me habían incluido en el listado de su protocolo, asociaciones, federaciones, la práctica totalidad de los ayuntamientos de Extremadura, medios de comunicación... Fuera del bullicio político, este año no ha llegado ni la de HOY. La verdad es que no respondía a ninguna porque sabía que nadie me las enviaba. Llegaban cargadas de vacíos, como las amables misivas que recibimos de los candidatos en vísperas de elecciones. Al recobrar el paisanaje y el peatonaje, me han llegado las de verdad, las de siempre, las que espero. Las otras nunca llegaron. Lastres fuera, ausencias que se agradecen.
La crisis, -ay, la crisis-, nos ha privado de las avanzadillas tradicionales de la televisión y este año se ha quedado en casa la muñeca tonta que lleva toda la vida aproximándose al portal. Mejor. Tampoco ha venido el fulano con la mochila que volvía por Navidad y ha faltado, lógico, el turrón más caro del mundo. ¿Han oído el “queremos turrón, turrón, turrón? ¿Han visto a la buenorra en moto, con la chupa de cuero, que buscaba a Jacq´s? Este año ha sido de “eau de toilettes”, con tipas famélicas y quebradizas que nos salpican con fragancias de nubes parisinas. O sea, con polución. Por faltar incluso ha faltado el cava de las burbujitas, el que se gastaba un montón de pasta para decirnos que se gastaba un montón de pasta. La estrella ha sido una corrala en la que la compañía telefónica de Urdangarin celebra asamblea de vecinos, a cada cual más tonto. Hay uno que lleva todas las navidades con un borrego al hombro…
Que los niños la vivan, que la disfrute el que pueda y que la mala suerte se aparte y de un respiro a los que necesitan un poco de suerte. Sólo pensando en mañana podremos abrigar un poco de esperanza para cinco millones y medio de paisas que no están para muchas celebraciones. Con todo, feliz Navidad y próspero año nuevo. Ya veremos, ojala.
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