Decía Madariaga que “en política el complejo de Edipo suele cumplirse siempre, porque si el hijo no mata al padre, es el padre el que mata al hijo”. Sófocles lo apuntó en su “Edipo, rey”, donde se recordará que la agresión inicial partió del padre contra el hijo, al que mandó degollar al poco de nacer. Finalmente fue el hijo el que acabó con la vida del padre y esto es lo que ha quedado en la memoria del espectador. La recreación del drama se hace a diario en múltiples escenarios y en Extremadura -al margen del Teatro Romano, donde ya aburre por reiterativa-, sube al escenario nuevamente, ahora con la interpretación estelar de Rodríguez Ibarra, empeñado en “degollar” a Vara, su hijo. Veremos como transcurre la segunda parte del drama, porque si sigue el libreto de Sófocles, el Oráculo acabará imponiendo su vaticinio.
Creo que Vara lo debe estar pasando muy mal porque su sentido de la lealtad, su fidelidad y el reconocimiento hacia su mentor y padre político, le impiden levantar el brazo contra él, pero cuando falla la reciprocidad en los afectos, estos suelen deteriorarse en las dos direcciones. Ibarra, que se conoce poco, ignoró su instinto depredador cuando dijo aquella tontería, una más, de querer ir sentando en la parte trasera del autobús. Tarea imposible para alguien como él, acostumbrado durante veinticinco años a caminar bajo palio y recibiendo el aplauso tornadizo de una plebe que las mismas velas que a dios se las pone al diablo. Los que conocemos a Ibarra sabíamos que los buenos propósitos tenían fecha de caducidad, porque él no soporta la condición de actor secundario y es capaz de romper las vidrieras de Gaudí para seguir acaparando la atención en el centro del escenario
Empeñado en la tarea de dirigir el mundo, jamás soportó que Vara le ofertara lealtad, pero sin hacer seguimiento de su descaro, demagogia, impudicia, grosería y oportunismo. No quiso ver que Zapatero había cavado la tumba del PSOE y que el electorado esperaba, con la navaja entre los dientes, la primera oportunidad para pasarle factura. Y tampoco quiso ver que, pese a todo, Vara salvó en Extremadura los muebles del partido. Mientras en casi todas las comunidades el PP lograba mayorías absolutas, aquí sólo consiguió dos escaños de diferencia, necesitando la complicidad de IU para poder gobernar. ¡Ay si en aquella ocasión se hubiera presentado Ibarra!
Ahora Ibarra vuelve por sus fueros, salta del asiento trasero en marcha y da un volantazo, pretendiendo que el coche se estrelle con Vara dentro, porque no soporta que en el seno del PSOE se le respete, se le escuche y se valore su moderación de cara a una renovación en la que él no cabe. A Edipo nuevamente le busca la yugular su padre.
A la postre y después de tanto cuento y tantos humos, Ibarra se descubre como un puñetero “rompecristales”. Especie muy necesaria para los cristaleros.
Creo que Vara lo debe estar pasando muy mal porque su sentido de la lealtad, su fidelidad y el reconocimiento hacia su mentor y padre político, le impiden levantar el brazo contra él, pero cuando falla la reciprocidad en los afectos, estos suelen deteriorarse en las dos direcciones. Ibarra, que se conoce poco, ignoró su instinto depredador cuando dijo aquella tontería, una más, de querer ir sentando en la parte trasera del autobús. Tarea imposible para alguien como él, acostumbrado durante veinticinco años a caminar bajo palio y recibiendo el aplauso tornadizo de una plebe que las mismas velas que a dios se las pone al diablo. Los que conocemos a Ibarra sabíamos que los buenos propósitos tenían fecha de caducidad, porque él no soporta la condición de actor secundario y es capaz de romper las vidrieras de Gaudí para seguir acaparando la atención en el centro del escenario
Empeñado en la tarea de dirigir el mundo, jamás soportó que Vara le ofertara lealtad, pero sin hacer seguimiento de su descaro, demagogia, impudicia, grosería y oportunismo. No quiso ver que Zapatero había cavado la tumba del PSOE y que el electorado esperaba, con la navaja entre los dientes, la primera oportunidad para pasarle factura. Y tampoco quiso ver que, pese a todo, Vara salvó en Extremadura los muebles del partido. Mientras en casi todas las comunidades el PP lograba mayorías absolutas, aquí sólo consiguió dos escaños de diferencia, necesitando la complicidad de IU para poder gobernar. ¡Ay si en aquella ocasión se hubiera presentado Ibarra!
Ahora Ibarra vuelve por sus fueros, salta del asiento trasero en marcha y da un volantazo, pretendiendo que el coche se estrelle con Vara dentro, porque no soporta que en el seno del PSOE se le respete, se le escuche y se valore su moderación de cara a una renovación en la que él no cabe. A Edipo nuevamente le busca la yugular su padre.
A la postre y después de tanto cuento y tantos humos, Ibarra se descubre como un puñetero “rompecristales”. Especie muy necesaria para los cristaleros.
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