Nos han impuesto como cláusula de civismo democrático votar y mañana es el día. Parece que todo está hecho, pero las urnas están para algo y ningún vaticinio sirve hasta que el recuento efectivo determina el único resultado que vale. Antes del 11-M también se daba mayoría absoluta a Rajoy y después ya se sabe lo que ocurrió… El que gane las elecciones se encontrará con una patata caliente, muy difícil de pelar, porque España es observada desde fuera como un funambulita borracho, sobre una cuerda floja y sin la barra de equilibrio. Abajo aguarda el precipicio del paro, la voracidad de los especuladores, la morosidad de la banca, la ausencia patológica de créditos, la desconfianza de Europa y las reticencias de los inversores hacia una España que lleva dos años en caída libre.
Si la UE nos ha dado un respiro ha sido por la proximidad de las elecciones y por la posibilidad, remota, de que con los restos del naufragio podamos anudar una balsa que pueda mantenerse a flote, sin que tengan que lanzarnos salvavidas como a Grecia, Irlanda, Portugal, ¿Italia?... España está en rampa de caída y nos quedan años de “sangre, sudor y lágrimas”. Difícil lo tenemos, porque si desde fuera se nos mira con desconfianza, desde dentro tampoco vamos sobrados de fe en un futuro que nadie cree que comience pasado mañana. No es cosa de chasquear los dedos.
Ha concluido la campaña como suele, sin que nos enteremos de nada, pero a falta de concreciones programáticas, Twister ha sido el gran catalizador de las preocupaciones de la calle y, después del “gran debate”, los tuiteros se desconectaron de la campaña hasta el punto de que en esta última semana, ni Rajoy ni Rubalcaba han logrado despertar a un electorado a medio camino entre el aburrimiento y la resignación. El tema central de esta última semana ha sido la nueva parida de Durán i Lleida, lamentando que Cataluña “tenga más Mohameds que Jordis”, la catalogación de Bertin Osborne de “gilipollez” a los del 15-M y, sobre todo, la portada de una revista, mostrando las carnosidades de Terelu Campos.
Para bien o para mal, incluso las vacas sagradas del columnismo patrio mojaron sus plumas en menta para referirse a las tocinetas que lucia la presentadora de televisión, mientras que Rajoy, Rubalcaba, Rosa Diez, Cayo Lara… se desgañitaban buscando una atención que nadie les prestaba y adquirían la condición de secundarios, desplazados al rincón de las anécdotas. Con cinco millones de parados, con lo que tenemos encima y con lo que va a caer encima de lo que ya tenemos, el desinterés de las redes sociales es un reflejo del desinterés de la calle. Al margen de lo que ocurra mañana, esta desconexión entre la política y el electorado debería ser otro motivo para la reflexión. Si con problemas reales el electorado percibe que los políticos son el problema o que sólo aportan soluciones ficticias, aquí tenemos otro motivo de preocupación. Mal asunto es que Terelu, con sólo insinuar sus atributos, barra a los políticos como hojarascas y que la gente quiera más mamas y menos mamones.
Si la UE nos ha dado un respiro ha sido por la proximidad de las elecciones y por la posibilidad, remota, de que con los restos del naufragio podamos anudar una balsa que pueda mantenerse a flote, sin que tengan que lanzarnos salvavidas como a Grecia, Irlanda, Portugal, ¿Italia?... España está en rampa de caída y nos quedan años de “sangre, sudor y lágrimas”. Difícil lo tenemos, porque si desde fuera se nos mira con desconfianza, desde dentro tampoco vamos sobrados de fe en un futuro que nadie cree que comience pasado mañana. No es cosa de chasquear los dedos.
Ha concluido la campaña como suele, sin que nos enteremos de nada, pero a falta de concreciones programáticas, Twister ha sido el gran catalizador de las preocupaciones de la calle y, después del “gran debate”, los tuiteros se desconectaron de la campaña hasta el punto de que en esta última semana, ni Rajoy ni Rubalcaba han logrado despertar a un electorado a medio camino entre el aburrimiento y la resignación. El tema central de esta última semana ha sido la nueva parida de Durán i Lleida, lamentando que Cataluña “tenga más Mohameds que Jordis”, la catalogación de Bertin Osborne de “gilipollez” a los del 15-M y, sobre todo, la portada de una revista, mostrando las carnosidades de Terelu Campos.
Para bien o para mal, incluso las vacas sagradas del columnismo patrio mojaron sus plumas en menta para referirse a las tocinetas que lucia la presentadora de televisión, mientras que Rajoy, Rubalcaba, Rosa Diez, Cayo Lara… se desgañitaban buscando una atención que nadie les prestaba y adquirían la condición de secundarios, desplazados al rincón de las anécdotas. Con cinco millones de parados, con lo que tenemos encima y con lo que va a caer encima de lo que ya tenemos, el desinterés de las redes sociales es un reflejo del desinterés de la calle. Al margen de lo que ocurra mañana, esta desconexión entre la política y el electorado debería ser otro motivo para la reflexión. Si con problemas reales el electorado percibe que los políticos son el problema o que sólo aportan soluciones ficticias, aquí tenemos otro motivo de preocupación. Mal asunto es que Terelu, con sólo insinuar sus atributos, barra a los políticos como hojarascas y que la gente quiera más mamas y menos mamones.
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