¿Tenemos la televisión que queremos o tenemos la televisión que quieren? La interrogante puede resultar retórica, pero la verdad es que cuesta trabajo aceptar que lo que vierte la pantalla sea lo que demandamos los televidentes. El pozo de la basura parece no tener fondo y con cada programación consiguen una pala telescópica de mayor alcance para ahondar en la ciénaga. Por mucho que creamos que es imposible caer más bajo, siempre consiguen descender más, y más, y más. Si fuera un descenso físico, ya estaríamos contando canguros en las selvas australianas. Parece evidente que, en zapatillas, desprevenidos en la comodidad del sillón, estamos dispuestos a engullir lo que quieran servirnos y que las voces, los escándalos, los gestos soeces y la brutalidad son adictivos para que permanezcamos atentos a la pantalla.
El canal de Berlusconi, el más rentable de España, prácticamente ha restringido su parrilla a un solo programa y, con los mismos protagonistas, ofrece basura a todas horas del día. Directamente o por el subterfugio de los comentarios, en supuestas mesas de debate, los mismos tipos y tipas ocupan el grueso de la programación estelar. Ellos son el centro del universo y el canal, que ha optado por el reduccionismo televisivo, ha encontrado el filón del oro vendiéndonos la vulgaridad de unos personajillos anodinos, cutres y casi selváticos, a los que ha hecho protagonistas estelares. Jugando con sus miserias, juntándolos o separándolos, haciéndolos llorar o reír, relatando sus vergüenzas o enjaulándolos, para que se peleen entre ellos por fruslerías que ellos mismos se han inventado, han conseguido la fidelidad de una audiencia que crece con cada vuelta al torniquete de lo grotesco. No hay hilo conductor, no hay un guión establecido y parece que ni siquiera hay un reparto de papeles. Son actores voluntaristas de una representación interminable de dramas tristes, de gente triste y con un libreto triste sobre vidas tristes, que reescriben o improvisan ellos mismos.
Lo curioso es que los otros canales y muchos medios de comunicación siguen la estela luminosa de los borricos/as y también dedican sesudos debates a analizar las peripecias del que parece ser el canal angular de la televisión en España. Hace unos días, el tipo que Berlusconi nos envió para hacer caja, aclaraba que su canal no está para difundir ciencia, elevar la moral o impartir cultura, que lo que él pretende es exactamente lo que están consiguiendo: ganar mucho dinero, ganar mucho dinero y ganar mucho dinero. Los principios deontológicos, el respeto a la audiencia e incluso las obligadas restricciones del lenguaje por el horario, quedan soslayados por el afán recaudador porque ya tienen comprobado que incluso las sentencias condenatorias por libelo, falsedad, utilización o manipulación de la imagen, son rentables, aunque tengan que indemnizar a los agredidos. En las últimas semanas han tenido que indemnizar a Guti, a Arancha del Sol, a Aznar, a Anna Fournikova… A más escándalo más caja.
Ahora toca debatir sobre un nuevo personaje, Sonia Baby, cuyo mérito consiste en introducirse cinco metros de cadena en la vagina e ir soltándolos eslabón a eslabón. Yo ya hice mi aportación. De nada, don Silvio.
1 comentario:
Buenas tardes Tomás,nada, que, pasaba por aquí, y he leído lo que opinas de la "tele", y me he dicho le voy a confirmar a Tomás que tiene más razón que un santo, con que, eso es lo que he hecho; a mí me cabe el consuelo de que la "dos" es diferente, bueno, la "dos" y algunos canales temáticos y, desde luego, siempre se puede encontrar una solución más radical, la de desconectar el aparato. Un abrazo para ti y para toda tu familia.
Primitivo
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