Ya no es necesario decir aquello de “cariño esto no es lo que parece”. Ahora lo moderno es acudir a la ciencia y si nos pillan en un trance de difícil explicación, lo mejor es echarle directamente la culpa al “alelo 334”, una hormona que condiciona nuestros impulsos sexuales. En esos trances es complicado recordar tanta palabreja, pero podemos resumirlo diciendo “cariño, te juro que yo no quería, la culpa de todo la tiene el “alelo” que me empuja y si no me crees, llama al Instituto Karolininska de Estocolmo”. El tal “alelo” no anida en todos los hombres por igual, porque es una variante genética muy específica, pero no es muy probable que después de cogerte con la vecina, tu mujer sea tan calmosa y civilizada como para llevarte a Estocolmo para que te extirpen el “alelo”. Lo más probable es que ella quiera extirparte otra cosa.
Estudios recientes sobre sexualidad indican que los españoles somos en Europa los ases de la infidelidad. Lo de los italianos es un mito, lo de los franceses una fantasía y lo de los griegos una exageración, porque a la hora de las “canitas al aire” los españoles les sacamos muchos cuerpos –ajenos- a todos demás, aunque el estudio también dice que somos tan rápidos como los leones y que nuestro semen este hecho una piltrafa. O sea, que vamos a lo nuestro y que lo que queremos es acabar pronto y dejar más margen para la siesta. ¡Y todo por culpa del puñetero “alelo”, que lo tenemos metido en el cerebro y nos obliga a hacer lo que no queremos! Si hay eximentes para estos casos, el “alelo” es la principal.
En España cuatro de cada diez encuestados dice haber sido infiel en alguna ocasión, con lo que se viene a demostrar que seis de cada diez son infieles y mentirosos, porque aquí el “alelo” lo dispensa natura sin receta médica y el propio estudio establece que un 60% de los que dicen que no, es que sí. Gallegos y vascos son los que más “alelo” tienen y catalanes, andaluces y valencianos resultan los más fieles, es decir, los más mentirosos a la hora de responder a la encuesta. De los extremeños no se dice nada, con lo que al menos en esto debemos andar con la media de los “alelados”.
¿Y las ellas? Las ellas van como motos y si nosotros tenemos muy subido el “alelo” ellas, que para no ofender a doña Bibiana Aido, deben tener su correspondiente “alela”, están escalando a toda velocidad y llevan tal aceleración que en un par de años acabarán dándonos lecciones de calidad y cantidad y los cuernos lucirán menos que las cuernas. En sólo diez años han subido del 23 al 40%, las que declaran tener en su cuerpo de jota una “alela” subidita de tono y, por tanto están exentas de responsabilidad a la hora de ser infieles, porque el puñetero gen, la “alela”, también las obliga a hacer lo que no quieren. ¡Pobrecillas!
Lo que han hecho los del Instituto Karoliniska es facilitarnos a todos/as una coartada científica, porque antes, cuando no se había descubierto el “alelo” la cosa se llamaba “cuernos”, pero ahora es “una tendencia innata a la promiscuidad, motivada por el gen “A-334”. ¡La diferencia es abismal!
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