EL ENIGMA DE PONCIO PILATOS
Tomás Martín Tamayo
Tecnigraf Editores
Badajoz, 2008
Hace ya algunos años, y en un programa televisado que realizaba el periodista Lucio Poves, escuché la entrevista que le hacía a Tomás Martín Tamayo. Acababa él de concluir una etapa de su acción política y manifestaba el deseo de dedicarse a las letras, señalando que trabajaba en una obra sobre Poncio Pilatos. Un tiempo después le vi retornar a la vida pública y me pregunté con cierto interés ¿qué habrá sido de Poncio Pilatos? Incluso estuve a punto de escribir un artículo con ese título. Pero consideré que tal vez mi curiosidad pudiera ser mal interpretada, y por ello desistí de hacerlo.
Así que la contestación a mi interrogante se ha presentado ahora, mucho tiempo después, servida en letra impresa, en novela histórica y en más de doscientas páginas.
Me gustaría aproximarme en esta crítica literaria lo más posible a lo que quiero decir, pero tal vez no lo logre satisfactoriamente porque la obra de la que me ocupo es rica en contenido, variada, es decir, con diversos planos de consideración.
Los seres humanos somos siempre lo que hemos sido, de tal modo que en cualquier momento de nuestra vida, sea éste el que sea, cargamos siempre con nuestra propia biografía, porque nadie puede huir de su sombra, de los pasos dados. En la película “Primera Plana” donde se cuenta la vida profesional de un periodista de vocación, el director del diario —Walter Matthau— le sentencia a un redactor del periódico —Jack Lemmon— “no se pueden borrar las manchas de un leopardo”. Así sucede con todo aquel que ha practicado un oficio con vocación y entrega, en él deja su huella, sí, pero se queda también la trayectoria recorrida en la esencia de quien la ha protagonizado. Y si se es escritor, aun se plasma más la trayectoria de la vida pasada en quien escribe.
Porque el que escribe no hace otra cosa que airear su interior; hace pasar lo que piensa, imagina o recuerda, por el alambique de su personalidad, de tal modo que algo de ese sello personal queda atrapado en las redes de la escritura.
A fin de poder ofrecer al lector el resultado de mi lectura, quiero me sea permitido enjuiciar la obra que trato compartimentando los distintos aspectos, caras o cualidades del escritor que nos ocupa y que, naturalmente, entresaco de “El enigma de Poncio Pilatos”. Así que la interpretación que yo haga del libro, mi asidero en todo lo que argumente, se apoya en el texto que estudio.
TMT, en lo político:
Aprecio en estas páginas esas maneras del autor que hemos visto antes ejercitarse en la tribuna o en el debate. Tal vez por ello aquí es rompedor muchas veces, con quiebros que se escapan del tono rectilíneo de su narración y que pueden proceder del ejercicio polémico y recio de lo político. Digo ya, de partida, que su novela es, por encima de otras consideraciones, un análisis del poder, de las tramas del poder podríamos decir con más precisión. Ahí aparecen los trucos del saber decir sin que se note demasiado la intención por delatar las no confesables pretensiones del político al uso. Es el lenguaje político, en no pocas veces, el arte del circunloquio, a fin de que de una manera subliminal se alcance lo pretendido. De todo ello hay mucho en estas páginas como consecuencia del “saber político” de Tamayo.
Y, junto a esto, retomo lo que antes decía, y es que en ocasiones el lector se sorprende, es como si los platillos llamaran la atención y rompieran la cadencia de la orquesta armonizada. Así que podemos ver como TMT suelta un palabro, o una frase que bien podría haber escuchado o usado en un mitin, o en una interpelación parlamentaria, pongamos por caso. Veamos alguna muestra:
—“porque yo sé del Nazareno más que todos los charlatanes que ahora brotan como setas, venenosas casi todas” (p. 37).
—“Además, ¿qué tiene que ver el rabí de túnica blanca con todos los buscavidas que a su sombra están sabiendo?” (p. 37).
—“¡Ejército de vividores, malsanos y egoístas, atrincherados en las creencias y superchería de los incautos!” (p. 38).
—“Los gestos, había dicho Tiberio en el Senado, son siempre interpretativos y por tanto todos mis gestos pueden indicar, al mismo tiempo, aceptación y denegación, porque solo yo sé lo que significan. ¡Nadie tiene un código para traducirlos!” (p. 66).
Muchos políticos son ignorados por los propios y con frecuencia caen en desgracia entre sus paisanos. TMT ha estado siempre en minoría, y ahí es donde en verdad se piensa, y se aprende:
—“¡Los pueblos no quieren a sus profetas!” (p. 144).
—“…pena que Roma tuviera ese comportamiento con los que estábamos a su servicio” (p. 191).
—“Si Roma tenía o no tenía razón, es algo que ni siquiera nos planteábamos, porque… ¡la razón es el poder y el que lo tiene siempre tiene razón! ¡la razón es mejor ejercerla que tenerla!” (p. 145) (Consideración ésta que bien podríamos haber leído en “El Príncipe”, de Maquiavelo).
—¡Al final, la gran panacea del poder es llevar moscardones encima! (p. 203).
TMT “tamayiza”:
TMT tiende con frecuencia a subrayar más incluso su afán rompedor, inclinación a sonorizar lo escrito, podríamos decir, en esas poses verbales que es, al decir de algunos, cuando el autor “tamayiza” el texto. Véanse algunas muestras:
—“Roma no estaba en esas sutilezas y la desautorización de un gobernador importaba menos que la cagada de una paloma sobre la cabeza de un senador” (p. 118).
—“¡El ejército no está para cascar huevos, ni vender naranjas en el mercado!” (p. 121).
—“¿Se calmó así la ira de Tiberio? La cabeza de Sejano fue hervida y cocinada como sopa, que obligaron a degustar a todos sus seguidores y amigos, antes de decapitarlos” (p. 104).
Este estilo que quiebra el ritmo y es sorpresivo, lo hemos visto ejercitar al autor en el artículo periodístico, y ahora —en la novela— lo retoma, sin duda como despertador para el que lee:
—“Su nombramiento fue para los senadores un escupitajo en los ojos del predico de Tiberio” (p. 53).
—“Aquellos sátrapas, más cerca del oficio del alcahuete que del legislador” (p. 58).
—“¡Roma es posible en cualquier parte del mundo, menos en este rincón, lleno de alacranes rabiosos!” (p. 71).
—“Por qué la guardia del Sanedrín infiltrada en cada familia, era tan eficaz a la hora de detener a un robagallinas y tan cegata, si el que robaba el gallinero entero, era un zelote como Barrabás?” (p. 130).
—“El Sanedrín jamás presentaba un informe o solicitaba un requerimiento al prefecto de Roma sin una abundante dosis de veneno” (p. 136).
—“¿Qué buscáis con esta muerte? Hasta las sanguijuelas se conformarían con la sangre que ha derramado!” (p. 174).
—“Sal del agua, no la contamines con tu suciedad, no dejes en ella las pústulas de tu podredumbre” (p. 142).
—“Que si quiere divertirse despierte a sus bufones o al tronco adúltero que duerme con ella” (p. 142).
Con su pulso periodístico, incisivo y picante, que no puede ni quiere domesticar, vemos en todo el texto, salvo la última parte en la que luego entraré, esos golpes de efecto.
TMT.– Lo erótico:
TMT tiene en sus alforjas la experiencia de haber tratado el ángulo erótico de la literatura. Pues bien, tampoco escapa a esa página de su currículum, y se regocija con acierto en una fraseología liberada y antitímida, ante la que el lector no deja de percibir esas letras que hacen difícil equilibrio en el estrecho margen fronterizo que discurre entre lo creíble y lo impensable:
—“La maledicencia del populacho cambió la venganza por la habilidad de Livia Drusila para lograr sucesivos orgasmos al más desganado de los varones” (p. 62).
—Se decía que en la misma audiencia Livia materializó su agradecimiento con una felación que hizo gritar al triunviro de tal forma que los soldados de su seguridad personal entraron precipitadamente en la sala, creyendo que estaban atentando contra su vida (p. 62).
—“Julia era una ninfómana, con inclinaciones hacia los más depravados delirios sexuales, incluidos los asnos enanos de Batida, que caía en trances epilépticos tras cada apareamiento y había pasado por la cama de la soldadesca…” (p. 65).
—“Por aquellos días ya se le conocía como Claudio Biberius aunque lo común era “Viejo Cabrón”, por la lascivia permanente que mantenía en la isla, a la que se apodó como “la isla de las perversiones” y en la que había construido grutas artificiales en la playa, para practicar desvíos” (p. 102).
TMT.- Lo castizo:
Ama el autor el casticismo, y, junto a ello, se refleja su pensamiento ubicado ideológicamente en el centro izquierda. A él le interesa el hombre necesitado:
—“Nunca antes, nadie había liderado el mundo de la miseria, el hambre y la enfermedad” (p. 149).
Pero, junto a esta tensión social, he de subrayar ese apego por lo popular y castizo, por los asuntos de base podríamos decir hoy que, a fin de cuentas, son los verdaderos asuntos de altura. Así que, de cuando en cuando, le aflora esa vena expresada en refranes, frases hechas o conocidos giros del lenguaje:
—“El legendario héroe se había convertido en un barquichuelo que bailaba al son de la ola de una acelerada locura” (p. 49).
—“Pilatos nunca pudo ser Pilatos. No le dejaron, no pasó de ser una marioneta movida por hilos de muchas manos” (p. 60).
—“Pero como las desgracias nunca cabalgan solas” (p. 102).
—“¡Los problemas que tenemos los vamos a resolver con problemas mayores, plantando cara al infortunio!” (p. 107).
—“¡Haz lo que tengas que hacer, pero a la tercera va la vencida!” (p. 121).
—“Pretenden que demos vueltas y vueltas… ¡cómo burro en una noria!” (p. 125).
—“Si Barrabás decidía atacar, picaría como un pez el cebo de la lombriz” (p. 126).
—“¿De dónde las sacaste? —De la manga” (p. 139).
Otros aspectos interesantes de la obra:
Tomás Martín Tamayo sabe presentarnos una sociedad de desigualdades, de gente que busca sin freno una razón para la esperanza. Así se aprecia en su texto cómo es el mundo de los oprimidos, de los necesitados. En su análisis nos muestra la realidad del mundo que narra, sin querer omitir la fatalidad de muchas desgracias. Esta descripción de ambientes lo lleva a cabo con buena pluma, y lo coordina con una lógica sencilla, asequible al lector.
Yo creo que si reescribiera la obra apreciaría que, como consecuencia de su afán por no parecer un espontáneo que se adentra en el mundo de la novela histórica sin experiencia, se excede tal vez en la enumeración de personajes, si bien los presenta adecuadamente arropados por términos propios de la época. Ello le hace meritorio, pues todo aquel que se documenta concienzudamente, como él ha hecho, muestra, además de razones de pundonor y honestidad personal, un respeto al lector, al editor, a su propio trabajo.
A Tamayo, como a otros escritores que se han enfrascado en una biografía, el personaje le puede, es decir, le encandila, le enamora. No tengo espacio para transcribir aquí esos párrafos en los que el autor se siente a gusto, goza del placer literario, al trasladarnos las virtudes de Poncio Pilatos, al que descubre y elogia. Casi podríamos decir que nos lo presenta como un contrapunto frente a otros, en aquella sociedad de tensiones, zafiedad, desconfianza, entrelazada con tramos por venganza, poder o celos. Porque Tamayo ve a Roma como “una gigantesca garrapata, siempre dispuesta para saltar de la oreja del perro muerto al rabo del perro vivo” (p. 201).
Según se avanza en la obra se aprecia un mejor tono de escritura, una mayor calidad literaria, un más atinado modo de decir. Tal vez sea porque el autor se va liberando ya del corsé obligado que supone explicar quiénes son los personajes que trata y el marco en el que los sitúa. Ya la trama está servida y se presta el momento para el pensamiento, para plantear interrogantes, para incitar al lector a la reflexión. Así que se va observando en algunos fragmentos más el texto de un humanista que de un simple narrador de novela (pp. 157 y otras).
TMT se convierte finalmente en filósofo, en afanoso buscador del misterio, con frases que bien podrían encajar en una tragedia griega: “¡Al tiempo ya le llegó su tiempo!” (p. 210).
TMT, finamente, no puede sacar otra conclusión a su trabajo que los interrogantes, porque ni la vida ni la novela lo explican todo. De ahí sus consideraciones últimas que son como un colofón en suspense de su propio libro:
—“El tiempo ensancha el misterio y agranda todo lo que no entendemos” (p. 210).
—“Cuando hago recuento final, veo que, como marionetas, siempre es algo ajeno lo que mueve los hilos invisibles de nuestra existencia” (p. 210).
—“Pasaremos la vida asumiendo sus misterios y nos iremos de ella convertidos en enigmas” (p. 210).
Así que para Tomás Martín Tamayo, Pilatos es en sí mismo un enigma. Alguien que pasó intentando interpretar enigmas y quedo él mismo hecho enigma, atrapado como estatua de sal entre la historia y el Padrenuestro.
Pero, puestos a buscar un poco más allá El enigma de Poncio Pilatos, para que dé consuelo al lector más impaciente, también podríamos convenir que Poncio Pilatos fue el pretexto que buscó el destino para que se descubriera la existencia de Jesús de Nazaret.
Sin la presencia de Poncio Pilatos en aquellos días, sin su forma de ser, sin su supuesta honestidad, el rabí vestido de blanco “no hubiera significado nada para los fanáticos del Sanedrín” (p. 159).
Tal vez por ello la vida pública real de Cayo Poncio Pilatos, como coetáneo de Jesús de Nazaret, sea —esa coincidencia en el tiempo—, el enigma que encierra el libro y la sugerencia más profunda que nos trae, a lo mejor sin quererlo creer, pero siendo honesto —no tiene otro remedio— con la historia y con su propia investigación.
Si la política en el futuro pierde a un escritor, todos ganamos. Porque no hay mejor servicio a la convivencia que las reflexiones y enseñanzas de una buena novela.
Nos falta todavía algo fundamental: que los políticos en activo se aficionen a leer y, al ser más cultos y menos chusqueros, acierten. Si lo hicieran, se notaría en la vida pública.
Al concluir este comentario confieso que no me preocupa lo que pueda pensar de él TMT, pero... ¿qué juicio le merecerá todo lo aquí escrito a un personaje tan buen conocedor de la historia de aquellos años como es Amasio Quilio?
Con un prólogo muy trabajado de Alberto González y una excelente ejecución de Tecnigraf Editores, la obra merece ser leída.
Feliciano Correa
(Publicado en el número 14 de la revista VITELA.
Libros y difusión cultural)
Tomás Martín Tamayo
Tecnigraf Editores
Badajoz, 2008
Hace ya algunos años, y en un programa televisado que realizaba el periodista Lucio Poves, escuché la entrevista que le hacía a Tomás Martín Tamayo. Acababa él de concluir una etapa de su acción política y manifestaba el deseo de dedicarse a las letras, señalando que trabajaba en una obra sobre Poncio Pilatos. Un tiempo después le vi retornar a la vida pública y me pregunté con cierto interés ¿qué habrá sido de Poncio Pilatos? Incluso estuve a punto de escribir un artículo con ese título. Pero consideré que tal vez mi curiosidad pudiera ser mal interpretada, y por ello desistí de hacerlo.
Así que la contestación a mi interrogante se ha presentado ahora, mucho tiempo después, servida en letra impresa, en novela histórica y en más de doscientas páginas.
Me gustaría aproximarme en esta crítica literaria lo más posible a lo que quiero decir, pero tal vez no lo logre satisfactoriamente porque la obra de la que me ocupo es rica en contenido, variada, es decir, con diversos planos de consideración.
Los seres humanos somos siempre lo que hemos sido, de tal modo que en cualquier momento de nuestra vida, sea éste el que sea, cargamos siempre con nuestra propia biografía, porque nadie puede huir de su sombra, de los pasos dados. En la película “Primera Plana” donde se cuenta la vida profesional de un periodista de vocación, el director del diario —Walter Matthau— le sentencia a un redactor del periódico —Jack Lemmon— “no se pueden borrar las manchas de un leopardo”. Así sucede con todo aquel que ha practicado un oficio con vocación y entrega, en él deja su huella, sí, pero se queda también la trayectoria recorrida en la esencia de quien la ha protagonizado. Y si se es escritor, aun se plasma más la trayectoria de la vida pasada en quien escribe.
Porque el que escribe no hace otra cosa que airear su interior; hace pasar lo que piensa, imagina o recuerda, por el alambique de su personalidad, de tal modo que algo de ese sello personal queda atrapado en las redes de la escritura.
A fin de poder ofrecer al lector el resultado de mi lectura, quiero me sea permitido enjuiciar la obra que trato compartimentando los distintos aspectos, caras o cualidades del escritor que nos ocupa y que, naturalmente, entresaco de “El enigma de Poncio Pilatos”. Así que la interpretación que yo haga del libro, mi asidero en todo lo que argumente, se apoya en el texto que estudio.
TMT, en lo político:
Aprecio en estas páginas esas maneras del autor que hemos visto antes ejercitarse en la tribuna o en el debate. Tal vez por ello aquí es rompedor muchas veces, con quiebros que se escapan del tono rectilíneo de su narración y que pueden proceder del ejercicio polémico y recio de lo político. Digo ya, de partida, que su novela es, por encima de otras consideraciones, un análisis del poder, de las tramas del poder podríamos decir con más precisión. Ahí aparecen los trucos del saber decir sin que se note demasiado la intención por delatar las no confesables pretensiones del político al uso. Es el lenguaje político, en no pocas veces, el arte del circunloquio, a fin de que de una manera subliminal se alcance lo pretendido. De todo ello hay mucho en estas páginas como consecuencia del “saber político” de Tamayo.
Y, junto a esto, retomo lo que antes decía, y es que en ocasiones el lector se sorprende, es como si los platillos llamaran la atención y rompieran la cadencia de la orquesta armonizada. Así que podemos ver como TMT suelta un palabro, o una frase que bien podría haber escuchado o usado en un mitin, o en una interpelación parlamentaria, pongamos por caso. Veamos alguna muestra:
—“porque yo sé del Nazareno más que todos los charlatanes que ahora brotan como setas, venenosas casi todas” (p. 37).
—“Además, ¿qué tiene que ver el rabí de túnica blanca con todos los buscavidas que a su sombra están sabiendo?” (p. 37).
—“¡Ejército de vividores, malsanos y egoístas, atrincherados en las creencias y superchería de los incautos!” (p. 38).
—“Los gestos, había dicho Tiberio en el Senado, son siempre interpretativos y por tanto todos mis gestos pueden indicar, al mismo tiempo, aceptación y denegación, porque solo yo sé lo que significan. ¡Nadie tiene un código para traducirlos!” (p. 66).
Muchos políticos son ignorados por los propios y con frecuencia caen en desgracia entre sus paisanos. TMT ha estado siempre en minoría, y ahí es donde en verdad se piensa, y se aprende:
—“¡Los pueblos no quieren a sus profetas!” (p. 144).
—“…pena que Roma tuviera ese comportamiento con los que estábamos a su servicio” (p. 191).
—“Si Roma tenía o no tenía razón, es algo que ni siquiera nos planteábamos, porque… ¡la razón es el poder y el que lo tiene siempre tiene razón! ¡la razón es mejor ejercerla que tenerla!” (p. 145) (Consideración ésta que bien podríamos haber leído en “El Príncipe”, de Maquiavelo).
—¡Al final, la gran panacea del poder es llevar moscardones encima! (p. 203).
TMT “tamayiza”:
TMT tiende con frecuencia a subrayar más incluso su afán rompedor, inclinación a sonorizar lo escrito, podríamos decir, en esas poses verbales que es, al decir de algunos, cuando el autor “tamayiza” el texto. Véanse algunas muestras:
—“Roma no estaba en esas sutilezas y la desautorización de un gobernador importaba menos que la cagada de una paloma sobre la cabeza de un senador” (p. 118).
—“¡El ejército no está para cascar huevos, ni vender naranjas en el mercado!” (p. 121).
—“¿Se calmó así la ira de Tiberio? La cabeza de Sejano fue hervida y cocinada como sopa, que obligaron a degustar a todos sus seguidores y amigos, antes de decapitarlos” (p. 104).
Este estilo que quiebra el ritmo y es sorpresivo, lo hemos visto ejercitar al autor en el artículo periodístico, y ahora —en la novela— lo retoma, sin duda como despertador para el que lee:
—“Su nombramiento fue para los senadores un escupitajo en los ojos del predico de Tiberio” (p. 53).
—“Aquellos sátrapas, más cerca del oficio del alcahuete que del legislador” (p. 58).
—“¡Roma es posible en cualquier parte del mundo, menos en este rincón, lleno de alacranes rabiosos!” (p. 71).
—“Por qué la guardia del Sanedrín infiltrada en cada familia, era tan eficaz a la hora de detener a un robagallinas y tan cegata, si el que robaba el gallinero entero, era un zelote como Barrabás?” (p. 130).
—“El Sanedrín jamás presentaba un informe o solicitaba un requerimiento al prefecto de Roma sin una abundante dosis de veneno” (p. 136).
—“¿Qué buscáis con esta muerte? Hasta las sanguijuelas se conformarían con la sangre que ha derramado!” (p. 174).
—“Sal del agua, no la contamines con tu suciedad, no dejes en ella las pústulas de tu podredumbre” (p. 142).
—“Que si quiere divertirse despierte a sus bufones o al tronco adúltero que duerme con ella” (p. 142).
Con su pulso periodístico, incisivo y picante, que no puede ni quiere domesticar, vemos en todo el texto, salvo la última parte en la que luego entraré, esos golpes de efecto.
TMT.– Lo erótico:
TMT tiene en sus alforjas la experiencia de haber tratado el ángulo erótico de la literatura. Pues bien, tampoco escapa a esa página de su currículum, y se regocija con acierto en una fraseología liberada y antitímida, ante la que el lector no deja de percibir esas letras que hacen difícil equilibrio en el estrecho margen fronterizo que discurre entre lo creíble y lo impensable:
—“La maledicencia del populacho cambió la venganza por la habilidad de Livia Drusila para lograr sucesivos orgasmos al más desganado de los varones” (p. 62).
—Se decía que en la misma audiencia Livia materializó su agradecimiento con una felación que hizo gritar al triunviro de tal forma que los soldados de su seguridad personal entraron precipitadamente en la sala, creyendo que estaban atentando contra su vida (p. 62).
—“Julia era una ninfómana, con inclinaciones hacia los más depravados delirios sexuales, incluidos los asnos enanos de Batida, que caía en trances epilépticos tras cada apareamiento y había pasado por la cama de la soldadesca…” (p. 65).
—“Por aquellos días ya se le conocía como Claudio Biberius aunque lo común era “Viejo Cabrón”, por la lascivia permanente que mantenía en la isla, a la que se apodó como “la isla de las perversiones” y en la que había construido grutas artificiales en la playa, para practicar desvíos” (p. 102).
TMT.- Lo castizo:
Ama el autor el casticismo, y, junto a ello, se refleja su pensamiento ubicado ideológicamente en el centro izquierda. A él le interesa el hombre necesitado:
—“Nunca antes, nadie había liderado el mundo de la miseria, el hambre y la enfermedad” (p. 149).
Pero, junto a esta tensión social, he de subrayar ese apego por lo popular y castizo, por los asuntos de base podríamos decir hoy que, a fin de cuentas, son los verdaderos asuntos de altura. Así que, de cuando en cuando, le aflora esa vena expresada en refranes, frases hechas o conocidos giros del lenguaje:
—“El legendario héroe se había convertido en un barquichuelo que bailaba al son de la ola de una acelerada locura” (p. 49).
—“Pilatos nunca pudo ser Pilatos. No le dejaron, no pasó de ser una marioneta movida por hilos de muchas manos” (p. 60).
—“Pero como las desgracias nunca cabalgan solas” (p. 102).
—“¡Los problemas que tenemos los vamos a resolver con problemas mayores, plantando cara al infortunio!” (p. 107).
—“¡Haz lo que tengas que hacer, pero a la tercera va la vencida!” (p. 121).
—“Pretenden que demos vueltas y vueltas… ¡cómo burro en una noria!” (p. 125).
—“Si Barrabás decidía atacar, picaría como un pez el cebo de la lombriz” (p. 126).
—“¿De dónde las sacaste? —De la manga” (p. 139).
Otros aspectos interesantes de la obra:
Tomás Martín Tamayo sabe presentarnos una sociedad de desigualdades, de gente que busca sin freno una razón para la esperanza. Así se aprecia en su texto cómo es el mundo de los oprimidos, de los necesitados. En su análisis nos muestra la realidad del mundo que narra, sin querer omitir la fatalidad de muchas desgracias. Esta descripción de ambientes lo lleva a cabo con buena pluma, y lo coordina con una lógica sencilla, asequible al lector.
Yo creo que si reescribiera la obra apreciaría que, como consecuencia de su afán por no parecer un espontáneo que se adentra en el mundo de la novela histórica sin experiencia, se excede tal vez en la enumeración de personajes, si bien los presenta adecuadamente arropados por términos propios de la época. Ello le hace meritorio, pues todo aquel que se documenta concienzudamente, como él ha hecho, muestra, además de razones de pundonor y honestidad personal, un respeto al lector, al editor, a su propio trabajo.
A Tamayo, como a otros escritores que se han enfrascado en una biografía, el personaje le puede, es decir, le encandila, le enamora. No tengo espacio para transcribir aquí esos párrafos en los que el autor se siente a gusto, goza del placer literario, al trasladarnos las virtudes de Poncio Pilatos, al que descubre y elogia. Casi podríamos decir que nos lo presenta como un contrapunto frente a otros, en aquella sociedad de tensiones, zafiedad, desconfianza, entrelazada con tramos por venganza, poder o celos. Porque Tamayo ve a Roma como “una gigantesca garrapata, siempre dispuesta para saltar de la oreja del perro muerto al rabo del perro vivo” (p. 201).
Según se avanza en la obra se aprecia un mejor tono de escritura, una mayor calidad literaria, un más atinado modo de decir. Tal vez sea porque el autor se va liberando ya del corsé obligado que supone explicar quiénes son los personajes que trata y el marco en el que los sitúa. Ya la trama está servida y se presta el momento para el pensamiento, para plantear interrogantes, para incitar al lector a la reflexión. Así que se va observando en algunos fragmentos más el texto de un humanista que de un simple narrador de novela (pp. 157 y otras).
TMT se convierte finalmente en filósofo, en afanoso buscador del misterio, con frases que bien podrían encajar en una tragedia griega: “¡Al tiempo ya le llegó su tiempo!” (p. 210).
TMT, finamente, no puede sacar otra conclusión a su trabajo que los interrogantes, porque ni la vida ni la novela lo explican todo. De ahí sus consideraciones últimas que son como un colofón en suspense de su propio libro:
—“El tiempo ensancha el misterio y agranda todo lo que no entendemos” (p. 210).
—“Cuando hago recuento final, veo que, como marionetas, siempre es algo ajeno lo que mueve los hilos invisibles de nuestra existencia” (p. 210).
—“Pasaremos la vida asumiendo sus misterios y nos iremos de ella convertidos en enigmas” (p. 210).
Así que para Tomás Martín Tamayo, Pilatos es en sí mismo un enigma. Alguien que pasó intentando interpretar enigmas y quedo él mismo hecho enigma, atrapado como estatua de sal entre la historia y el Padrenuestro.
Pero, puestos a buscar un poco más allá El enigma de Poncio Pilatos, para que dé consuelo al lector más impaciente, también podríamos convenir que Poncio Pilatos fue el pretexto que buscó el destino para que se descubriera la existencia de Jesús de Nazaret.
Sin la presencia de Poncio Pilatos en aquellos días, sin su forma de ser, sin su supuesta honestidad, el rabí vestido de blanco “no hubiera significado nada para los fanáticos del Sanedrín” (p. 159).
Tal vez por ello la vida pública real de Cayo Poncio Pilatos, como coetáneo de Jesús de Nazaret, sea —esa coincidencia en el tiempo—, el enigma que encierra el libro y la sugerencia más profunda que nos trae, a lo mejor sin quererlo creer, pero siendo honesto —no tiene otro remedio— con la historia y con su propia investigación.
Si la política en el futuro pierde a un escritor, todos ganamos. Porque no hay mejor servicio a la convivencia que las reflexiones y enseñanzas de una buena novela.
Nos falta todavía algo fundamental: que los políticos en activo se aficionen a leer y, al ser más cultos y menos chusqueros, acierten. Si lo hicieran, se notaría en la vida pública.
Al concluir este comentario confieso que no me preocupa lo que pueda pensar de él TMT, pero... ¿qué juicio le merecerá todo lo aquí escrito a un personaje tan buen conocedor de la historia de aquellos años como es Amasio Quilio?
Con un prólogo muy trabajado de Alberto González y una excelente ejecución de Tecnigraf Editores, la obra merece ser leída.
Feliciano Correa
(Publicado en el número 14 de la revista VITELA.
Libros y difusión cultural)
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