Considero a estas páginas como un habitáculo más de mi propia casa y no es fácil salir de lo que uno quiere, pero la vida es movimiento y a mi me gusta caer para poder levantarme. Siempre ha sido así. Creo que es conveniente empezar a cada trecho y, en ocasiones, puede ser hasta bueno desandar lo andado y volver a pisar nuestras propias pisadas. Viene esto a cuento porque por una temporada, no sé si corta o larga, me ausentaré de este espacio, aunque seguiré su pulso y el latido de todos los que aquí escriben y se desperezan. No olvidaré que aquí se me brindó posada cuando me vinieron mal dadas y tampoco me sentiré ajeno a nada de lo que aquí pueda ocurrir.
Tengo una oferta para retornar al periódico impreso de mis orígenes y, de momento, me satisface volver y hacerlo con la visión, nada conformista, que me ha aportado unos años de ausencia. Allí voy, allí vuelvo, con mi atillo de opiniones y la esperanza de que se me acoja con la misma generosidad que aquí. Me gustaría simultanear mi presencia, pero se impone el criterio empresarial del medio, que exige exclusividad, y no podré hacerlo. Dicho queda, me voy pero me quedo y me quedo pero me voy. Al fin y al cabo casi es lo mismo, la vida sigue. el tiempo no para su latido por quiebros insignificantes y, la verdad, yo me sé poca cosa.
Me voy en plena trifulca entre la Conferencia Episcopal y el Gobierno/PSOE/Zapatero. Me voy comprobando, otra vez, como los libertarios acaban en liberticidas que quieren silenciar la voz de un colectivo como la Iglesia que, si acaso, ha estado callado demasiado tiempo. ¿No pueden la Iglesia manifestar su criterio? ¿Tiene que comulgar con el cambalache, la entrega y la mentira?
Me voy cuando los precios van sin freno y el Gobierno, con el guiño electoral más vergonzoso de la historia democrática de España, pretende comprar votos a precios de saldo, ingresándonos 400 euros a cada contribuyente. 400 euros que cobrará la Duquesa de Alba, Botín o el dueño de Zara, pero que no llegará a los más necesitados. A todos aquellos que por no superar el mínimo, están exentos de la declaración de la renta.
Me voy cuando los últimos datos sobre la población activa denuncian que España es el país de la Unión Europea donde más aumentó el paro el año pasado. Y si España es el país con más crecimiento de paro de la UE, Extremadura es la Comunidad con la peor tasa de España.
Me voy cuando el sector de la industria alimentaría alerta con cierres y despidos masivos por la subida de los precios y la consiguiente bajada en la demanda por parte de los consumidores. Y cuando la Asociación Internacional del Transporte aéreo pronostica el mayor descenso en la EU del tráfico aéreo, por la incertidumbre económica que se cierne sobre España.
Me voy, pero si vuelvo me gustaría hacer un guiño a la esperanza y no acordarme de que España, un mal día de pesadilla, tuvo un presidente que se llamaba Zapatero.
Tengo una oferta para retornar al periódico impreso de mis orígenes y, de momento, me satisface volver y hacerlo con la visión, nada conformista, que me ha aportado unos años de ausencia. Allí voy, allí vuelvo, con mi atillo de opiniones y la esperanza de que se me acoja con la misma generosidad que aquí. Me gustaría simultanear mi presencia, pero se impone el criterio empresarial del medio, que exige exclusividad, y no podré hacerlo. Dicho queda, me voy pero me quedo y me quedo pero me voy. Al fin y al cabo casi es lo mismo, la vida sigue. el tiempo no para su latido por quiebros insignificantes y, la verdad, yo me sé poca cosa.
Me voy en plena trifulca entre la Conferencia Episcopal y el Gobierno/PSOE/Zapatero. Me voy comprobando, otra vez, como los libertarios acaban en liberticidas que quieren silenciar la voz de un colectivo como la Iglesia que, si acaso, ha estado callado demasiado tiempo. ¿No pueden la Iglesia manifestar su criterio? ¿Tiene que comulgar con el cambalache, la entrega y la mentira?
Me voy cuando los precios van sin freno y el Gobierno, con el guiño electoral más vergonzoso de la historia democrática de España, pretende comprar votos a precios de saldo, ingresándonos 400 euros a cada contribuyente. 400 euros que cobrará la Duquesa de Alba, Botín o el dueño de Zara, pero que no llegará a los más necesitados. A todos aquellos que por no superar el mínimo, están exentos de la declaración de la renta.
Me voy cuando los últimos datos sobre la población activa denuncian que España es el país de la Unión Europea donde más aumentó el paro el año pasado. Y si España es el país con más crecimiento de paro de la UE, Extremadura es la Comunidad con la peor tasa de España.
Me voy cuando el sector de la industria alimentaría alerta con cierres y despidos masivos por la subida de los precios y la consiguiente bajada en la demanda por parte de los consumidores. Y cuando la Asociación Internacional del Transporte aéreo pronostica el mayor descenso en la EU del tráfico aéreo, por la incertidumbre económica que se cierne sobre España.
Me voy, pero si vuelvo me gustaría hacer un guiño a la esperanza y no acordarme de que España, un mal día de pesadilla, tuvo un presidente que se llamaba Zapatero.
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