La calma del encinar
¿DE QUÉ ME SUENA? ( y II)
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
tomasmartintamayo@gmail.com
Heliogábalo llegó
para divertirse, para disfrutar y, como buen manirroto, cada vez que las arcas
del Imperio se reponían, él organizaba un “fiestorro” de varios días
-tipo boda de Farruquito pero a lo bestia-, que dejaba tiritando las
reservas. Para divertirse se rodeó de pillos, como Zótico, otro desalmado y
experto en maldades, comprando y vendiéndolo todo, porque incluso llegó a
prostituirse.
Ajeno a la gobernabilidad del Imperio, acudía
al Senado rodeado de una chusma que lo aplaudía constantemente. Y aburría hasta
el bostezo con sus interminables batallita, mientras que los senadores,
calvorotas y sesudos, escuchaban al pipiolo asintiendo, admirados y complacidos…
¡Esto me suena, me suena, me suena!
Pasaba con sus
amigos semanas de palacio en palacio o costeando en lujosos
barcos, llenos de manjares, vinos, putas
y putos y, como no escuchaba, carecía de ideas y aquello de la unidad del Imperio le sonaba como
esquilones de carneros, nombró coimperator a Hierocles, un esclavo famoso por su larga y ensortijada cabellera rubia. ¿Qué si
Hierocles era un genio? ¡Otro gilipollas como él, pero con melena! ¿De qué me suena?
Heliogábalo era un
exhibicionista y le gustaba travestirse para los actos públicos en los que lucía su figura apolínea
y sus andares marciales. Una vez sorprendió a todos porque, arrodillado, se abrió de nalgas para que unos esclavos negros
lo penetraran. Y obligó a los delegados de provincias a participar en las desviaciones
de la que llamaba “Religión de los Placeres”, en la que él era sumo sacerdote. ¡Uf,
uf, uf, caliente, caliente!
Expropió y usó en su beneficio los bienes del Imperio
y, como según el día, se consideraba hombre o mujer, ordenó que se instituyera
el “Senado de las Mujeres”, con las mismas atribuciones que el tradicional y al
que acudía vestido de mujer. En tres años se casó cinco veces y pretendió hacerlo
una vez más, uniéndose en matrimonio con dos jóvenes esclavos a los que se
había encontrado en un prostíbulo.
En apenas dos años, de Heliogábalo
no se fiaba ni él, porque a todos
prometía y con nadie cumplía. Engañó al Ejército, al pueblo y al Senado. Esquilmó
a las provincias y situó a los
amancebados que le rodeaban en los puestos que quedaban libres por las
decapitaciones… Me sigue sonando.
Tuvo Heliogábalo, justo es reconocérselo, ramalazos teatrales dignos del
mejor autor de la época. Por sugerencia de su madre, que también era
gilipollas, y para congraciarse con la aristocracia, organizó una comida,
invitando a más de quinientos comensales. Allí se dio cita la crema del imperio,
las ellas pintadas y enjoyadas hasta el cogote y los ellos pinchos y con la
capa dorada ocultando la barriga. En la comida que sirvieron había aportaciones
gastronómicas de todas las provincias y el vino corrió como si fuera un
afluente del Tíber. Pero Heliogábalo
quiso demostrarles su afecto y en los postres,
el techo se abrió y comenzaron a caer
tal cantidad de pétalos de rosas, lirios y jazmines que todos quedaron
sepultados. Un centenar de gilipollas
murieron asfixiados. Y perfumados.
Heliogábalo llegó con la mentira, diciendo que era poeta, hijo y heredero
de Caracalla, pero al poco se fue con una verdad incontestable: Le rebanaron el
pescuezo, pronto, pero muy tarde, porque
en cuatro años la ruina que dejó
debilitó al Imperio hasta tener que establecer nuevos tratados con las
provincias, rebajandoles los impuestos, para que no se declararan en rebeldía…
Esto no me suena todavía, pero me sonará.
PD. Lo que no es verdad, me lo
he inventado.