sábado, 25 de abril de 2020

Tampoco lo verán






              La calma del encinar
              TAMPOCO LO VERÁN

                                                 Tomás Martín Tamayo
                                                    tomasmartintamayo@gmail.com

Parece que hay ganas de superar esta situación, pero no veo mucha prevención sobre las consecuencias que, inevitablemente, llegarán. Si el “antes” fue de cachondeo y el “durante” de perplejidad, el “después” va a ser dramático porque, en unos meses, nuestra economía habrá tocado fondo  y el desempleo alcanzará cotas desconocidas. Nos sorprenderá, tampoco lo verán.

¿Pondremos  cara de sorpresa cuando se materialice la desunión de la Unión Europea, con los ricos del norte y los pobres del sur? Sí. ¿Seguirán luciéndose cuando los nacionalistas y separatistas, vascos y catalanes, se crezcan y aprovechen la debilidad para subir su precio, como las mascarillas? También. ¿Algo sobre la avalancha de in migrantes que, infectados o huyendo de la infección, llegarán antes del otoño? Nada.

A Urkullu y a Quim Torra no les gustó la presencia del Ejército en sus comunidades y, despectivamente, la catalogaron como “prescindible”. El primero dejó que el Ejército se empleara a fondo,  sin inmiscuirse en sus labores, pero señalando lugares. Vamos, lo de siempre, porque son expertos en fijar objetivos y ponerse de perfil. En el PNV saben recoger las nueces que otros, sea ETA o el Covid-19, ponen a su alcance. Pero nos cogerán desprevenidos, porque aquí siguen en la publicidad, ahora visual,  y a paso militar. ¿No tienen el Ejército, Policía Nacional, la Guardia Civil directores generales, subsecretarios, ministros…? ¿Ahora toca enseñar generales? Toca.

 El otro, Torra, permanece instalado en el odio a España y como le sobra el dinero, cuando los soldados llegaban para desinfectar se lo encontraban hecho, porque la Generalitat había contratado a empresas privadas. ¿No pueden atender a los enfermos y desprecian un hospital montado por la Guardia Civil? “El Ejército español también lo paga Cataluña”, dice el memo esclarecido. ¡Pues claro que lo paga Cataluña! Y Ceuta, Campillo de Llerena, Vocento y mi vecino. El Ejército español lo pagamos todos los españoles, como la Sanidad y la Educación. Y lo peor es que también pagamos las embajadas catalanas, los CDR cargados de euros y odio, el asfalto que levantan los cafres y hasta los viajes multitudinarios a Waterloo, para postrarse ante un huido de la Justicia española. Un napoleoncito de juguete al que también le pagamos para que nos ofenda.

No sé si nuestra clase política sabrá aprovechar la situación, pero lo que viene la va a poner a prueba. En 1977 la algarabía política estaba en todos los desayunos y las descalificaciones quedaban en pañales a las de hoy, pero supieron ver el peligro y acordaron  un alto en el camino. ¿Eran, como se dice, otra clase de políticos? Claro, no es lo mismo Adolfo Suárez que Pedro Sánchez  y Abril Martorell  que Pablo Iglesias, el  problema es más de personas que de actitudes y capacidades. El órdago es el convocante, reo de sus propias mentiras porque, mintiendo siempre y a todos, ha engañado a su partido e incluso a su propio electorado. ¿Cómo se le encarga un traje a semejante sastre?

A esa negociación yo llevaría mi propia agua, iría con botiquín de antídotos varios, médico,  salida de urgencia garantizada y  doble chaleco antibalas.  Y en la puerta, claro, el coche en marcha.
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sábado, 18 de abril de 2020

PERROS DE MAJÁ



                                   La calma del encinar
                                   PERROS DE MAJÁ


                                                            Tomás Martín Tamayo
                                                            tomasmartintamayo@gmail.com
 
                                  
Los perros de majá están de guardia permanente e incluso cuando duermen, se levantan ladrando ante cualquier presencia extraña. Ladran para ahuyentar,  corretean los límites de la finca,  avisan a sus amos, y a los intrusos de que han sido localizados y de que corren un peligro inminente si osan acercarse al terreno vallado. La contraprestación que exigen es un mendrugo de pan, unos huesos, algo de agua y, de tarde en tarde, alguna caricia del amo. Ah, para que no se vea discriminación machista, caigo en el despropósito de proclamar que, cuando me refiero a los perros, también incluyo a las perras. A las perras de majá.

Estoy aprovechando el confinamiento para poner orden en papeles y biblioteca, y para bloquear, en la única red social que uso, a unos cuantos perros y perras de majá, que andaban por ella aturdiéndome con sus ladridos. Si no son tiempos para la lírica, tampoco lo son para los plastas, los cansinos, los “jartimbres”, modorros y modorras de piñón fijo, incapaces de un mínimo de criterio personal. ¡Siempre agazapados tras alguna mata para ladrar incluso al silbido del viento! No los soporto, creo que, por necios, los perros y perras de la majá ideológica son todavía más perniciosos que los propios dueños. Y los veo tan rematadamente zoquetes que su empecinamiento cegato me produce  menos conmiseración que desprecio.

¿Tienen los perros de majá que justificar cualquier parida del Gobierno/amo, barnizar sus torpezas, sus pedos, sus eructos, contradicciones y mentiras? Lo hacen y lo hacen sin pudor, sin parpadear, poniéndose al servicio del disparate que llegue desde arriba porque lo suyo es ladrar. Y en el caso de algunos medios y emisarios, cobrar.

¿Recuerdan cuando Ivancito Rasputín Maquiavelillo inventó para Monago  el bochorno de  “Curro de Camas” y “Paco de Zafra”? Pues siguiendo el mismo manual, porque todo lo que está haciendo es lo que aquí hizo y todas las memeces que pone en la boca de Pedro Sánchez ya la puso en la de Monago,  ahora ha rescatado al “Capitán A Posteriori”, que pretende poner en evidencia a los que  critican la gestión del coronavirus. Los perros y perras de majá, acogieron la “genialidad” con entusiasmo y, para difundirla, ladraron hasta a las piedras del camino. ¡Pobres y pobras, porque no se les ha hecho ni puñetero caso!

El cierre de filas, sin un mínimo de raciocinio, y  tragárselo todo como manjar exquisito, es propio de mentes endebles, de brutos, de gente servil y vacía, adoctrinada para el  vasallaje e incapaces  de elaborar una idea propia. Vienen a ser la subespecie, la carne que vaticinaba Aldous Huxley en “Un mundo feliz”.

¿Adónde van con esa idiotez de que a los discrepantes nos mueve el odio? ¿Y de llamarnos fascistas y de extrema derecha a todos los que tenemos un criterio propio? Precisamente uno de los postulados más aborrecibles del fascismo es el alineamiento, la verticalidad en el mando, la obediencia jerárquica, la sumisión,  la pleitesía y la incapacidad de pensar. El fascista más cercano que tienen los perros y perras de la majá ideológica es el que llevan encima. En el “Chavo del 8” lo resumirían: ¡Chusma!

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sábado, 4 de abril de 2020

Desde mi trinchera






                              La calma del encinar
                              DESDE MI TRINCHERA

                                                        Tomás Martín Tamayo

Rozando el mes de confinamiento, la que peor lo lleva en mi casa es Juanita, una chihuahua calmosa y de costumbres afianzadas, que no debe entender el cambio que le hemos dado a nuestra vida y a nuestro aspecto. Para mí que, cuando nos ve con la mascarilla y los guantes,  debe pensar algo parecido a “a estos dos se les ha ido la bola” porque levanta la cabeza y nos mira de forma extraña, pero cuando me veo en el espejo del ascensor, entiendo a mi perrilla.

 La vida continúa y se adapta a las nuevas rutinas. Después de  más  de 40 años como maestro de prisiones, sé que la reducción del espacio se asume, hasta caer en la agorafobia. He conocido a reclusos atemorizados el día que recobraban su libertad, porque el espacio abierto  les intimidaba y uno, jefecillo incuestionable dentro, me confesaba  su miedo porque “después de diecisiete años, yo no sé andar por la calle”.

El domingo un vecino me envió un SMS enigmático: “En la puerta”. Al abrir me encontré con una bandejita cubierta con una servilleta bordada y, debajo, dos copas de vino con nota manuscrita: “Acabo de descorcharla, es un Jalifa, amontillado, solera especial, de 30 años. Que aproveche”. El martes, otro me llamó para que recogiera de la puerta las torrijas que me había dejado… El corazón sigue latiendo aunque, a veces, tengo la asfixiante sensación de que estamos solos en un bloque de 41 pisos, porque no vemos a nadie. No los veo, pero los siento y los oigo a las ocho de la tarde, cuando la calle se cita para el aplauso. Un aplauso en el que entramos todos. Uno de enfrente se ha hecho “coordinador general”  y diez minutos antes saca sus altavoces al balcón y pone “Paquito el Chocolatero” y “Resistiré”, a todo volumen. Después del aplauso,  cierra con “Que viva España”. Cuando pase esto lo localizaré y le daré un abrazo. Si puedo, si puede  y si se puede, claro.
 
Siento el latido cercano de la que está a mi lado, siempre crecida en las dificultades. Me llaman amigos que suelen reservarse  para el 24 de diciembre. Uno de ellos, Julio Saavedra Gutiérrez, columnista de HOY, pocos días antes de morir, me felicitaba por no hablar del “puñetero bicho”. ¡Descansa en paz, mi buen amigo! Otro, con responsabilidades, preocupado por la situación, acaba siempre con un “cuídate mucho, Tomás”. La vida sigue, aunque no siga igual. Esto ha zarandeado un mundo que ya estaba muy contaminado y no podemos hacer recuento porque la ola, que apenas ha tocado la orilla, ha puesto una interrogante en nuestras vidas: ¿Alguien está seguro de algo? Nuestra apuesta por el futuro se ha encogido, como esos metros que se achican al enrollarse.

Preocupación por lo que ha  llegado y, más aún, por lo que está por llegar, pero sabiendo que la Tierra gira y que en una de esas vueltas el “bicho”, que decía Julio Saavedra, se va a desprender para irse a hacer puñetas. Y para dar paso al siguiente. Me llaman, ya está ahí “Paquito el Chocolatero”.

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