sábado, 1 de septiembre de 2018

                       La calma del encinar
                       SONRÍA (LO NECESARIO), POR FAVOR

                                                   Tomás Martín Tamayo
                                                   Blog Cuentos del Día a Día
                                                   tomasmartintamayo@gmail.com


Dicen que “la sonrisa es una línea curva que lo endereza todo”, pero deberían añadir “sin pasarse”, porque una sonrisa permanente es peor que oír el mismo chiste cien veces. Hizo fortuna aquella frase de “sonría por favor”, que me parece tan acertada como la de “Hacienda somos todos”. Dos idioteces. La sonrisa está sobrevalorada y la experiencia me pone en guardia contra el que, por frivolidad, hipocresía  o ignorancia lleva la sonrisa cincelada. Y detesto, como las flores de plástico, las sonrisas comerciales que nos regalan cuando nos acercamos a un mostrador. La sonrisa refleja alegría, cordialidad, simpatía, felicidad, nada…, pero si es permanente se convierte en un rictus esperpéntico, próximo a lo que Juan Valera definía como “sonrisa de necio”.

 El último ejecutado por guillotina en Francia, Hamida Djandoubi -¡el 10 de septiembre de 1977!-,  mantuvo la sonrisa incluso cuando sacaron su cabeza del cesto de mimbre tras ser decapitado. “¿De qué se ríe este botarate?”-dijo el juez al verlo. Y otro francés, George Blind, destacado dirigente de la resistencia francesa, hizo dudar con su carcajada al pelotón de ejecución que lo fusiló en 1944. Estremecen las fotos colgadas en Google.
  



¿Una forma de venganza?  “La mejor arma que uno puede portar frente a sus enemigos es una simple sonrisa”, proclamó Lionel Suggs. Si es así, reconozco que las sonrisas postreras del guillotinado y del fusilado fueron como un escupitajo al sistema, pero ¿de qué se ríen los que están siempre riendo?

Hace unos días, al salir de un establecimiento de Badajoz, saltó la alarma y me detuve esperando que algún responsable de la seguridad acudiera. Llegaron dos, pero pasaron de mí y corrieron a la calle, buscando al que había salido antes que yo. “Puede  marcharse -me dijo una amable dependienta-, la alarma no ha saltado por usted, sino por el tipo que cada dos o tres días viene para robar”. Minutos después los guardias de seguridad volvían con uno que parecía disfrutar del  momento, con una sonrisa de felicidad orgásmica. Me acordé del juez y  yo también me pregunté: ¿De qué se ríe este botarate? ¿De quién se vengaba y por qué aquella sonrisa pringosa, si lo acababan de detener por mangante y por idiota? Al pasar, incluso hizo una inclinación de cabeza a la dependienta a la que había robado un bolso de marca. Sin dejar de sonreír.

Todos conocemos sonrisas que son puñales que se abren camino en el costillar, portazos que suenan a sentencias de muerte, abismos en los que se precipita cualquier esperanza. Hay sonrisas que cortan como tijeras que entran abiertas y salen cerradas. O al revés. ¿Qué puso Leonardo da Vinci en la sonrisa, apenas esbozada, de la Gioconda? ¿Y Goya en sus “Viejos comiendo sopa”? ¿Sonríe el perro de las Meninas? ¿Ríen el caballo y el toro del Guernica? ¿Bernini dejó sonrisa o pánico en “El rapto de Proserpina? ¿De qué se reía el elefante que el rey abatió en Botsuana? Venganza.

 Berlanga vio otra perspectiva con “La sonrisa vertical” y Asimov nos llevó hasta la  “Sonrisa del Cyborg”, porque hay más clases de sonrisas que de lágrimas. Pero puede que las más dañinas sean la eterna sonrisa del necio y la del hipócrita.  Todavía me pregunto dónde acaba la sonrisa beatífica de Bono, qué ocultaba Rajoy en sus “guis, guis” parpadeantes y de qué se reía Zapatero. Tres interrogantes. Las tres sonrisas me llenaban de inquietud.

No hay comentarios: