sábado, 11 de febrero de 2017

LIBROS VIEJOS

                               La calma del encinar
                               LIBROS VIEJOS

                                                                                                 Tomás Martín Tamayo
                                                                                                 tomasmartintamayo@gmail.com
                                  Blog Cuentos del Día a Día


         La pasada semana, en la Feria del Libro Viejo y de Ocasión de Badajoz, compré varios ejemplares: “Campo y Pueblo” de Pedro Belloso,  tres Libretillas Jerezanas, que dirigía Feliciano Correa, “Cuentos Extremeños” de Marciano Curiel Merchán y, por dos euros, “Abstracción de la Culpa”, 2ª Edición, un intento fallido de poemario/desahogo, con prólogo de Ángel Sánchez Pascual, que publiqué en 1982. Me emocionó encontrar ese libro, del que  conservaba un par de ejemplares, y me produjo una sensación contradictoria encontrarme allí, en aquel montón confuso, como morrallas apretujadas en el mar impreciso de un mostrador sin etiquetas. Éramos lo más parecido al pescado que se tira por la borda, alimento fácil para las gaviotas.

      Como resto del naufragio de alguna biblioteca o como solitario andarín por un camino que no parece haberle sido muy grato, tornó el blanco de su portada por el amarillo mortecino que ahora tiene. Ha servido incluso como posavasos y la base de alguno dejó un tatuaje circular sobre su piel. Mi libro ha envejecido y vuelve agotado, lleno de cicatrices, vencido como un elefante que sigue la senda de sus antepasados para descansar. Me intriga su peripecia vital, la elipse de su  trayectoria y esa dedicatoria que escribí, en el Hogar Extremeño de Madrid, el 18 de noviembre de 1982: “Para A. Castaño, con el ofrecimiento de mi amistad”. ¿Quién es A. Castaño y cómo ese libro, que le firmé en Madrid, 35 años después arriba a la playa de una caseta en Badajoz? ¿Cuánto tiempo lleva naufragando de feria en feria, esperando que alguien lo rescate? El librero no lo sabía con exactitud,  cree que procede de una biblioteca que compró hace un par de años en Toledo… ¡Ay, si mi libro pudiera hablar!

       Como los libros viejos, como mi libro  -que yo no sé si lo encontré o me encontró-, a todos nos vuelven con frecuencia vivencias que quedaron ensartadas en un rincón apartado de la memoria: un mueble, la puerta herida de lluvia y viento, el chirriar de un postigo, el cadente sonido del afilador callejero, las caras difusas del enlosado, el desconchado de una pared, el olor dulzón de unas perrunillas, con su corteza de clara batida, azúcar y canela. La memoria, como mi libro, se niega a bajar la persiana para siempre y nos devuelve la lejana caricia, el primer desengaño,  la retahíla de los reyes godos, el soniquete cantarín de la tabla de multiplicar, el bullicio en el recreo, el paso firme del maestro, el chirriar de la tiza en la pizarra, el crepitar del brasero... Y en la puerta de la escuela sigue esperando mi perro, moviendo la cola y reclamando una caricia.

      Restos de la memoria y restos de una biblioteca que se vende a ojo de buen cubero, libros y recuerdos que emprenden un viaje hacia ninguna parte y que vuelven derrotados, como el hijo pródigo, buscando un techo o un lecho que no encontraron, porque los libros y los sentimientos que no hallan acomodo, deambulan sin rumbo y vuelven siempre con los pies heridos. Mi libro ya está a salvo, en un estante de libros dedicados, flanqueado por otros que también llevan orgullosos las firmas de sus autores, aunque es el único que lleva mi propia firma y el ofrecimiento de mi amistad a un enigmático A. Castaño, al que espero que le haya ido bien. En todo caso, que encuentre posada y paz, como mi libro.
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