El TBO fue una revista de historietas cómicas, que se publicó durante
casi setenta años, superando en ocasiones tiradas de cien mil ejemplares. Como
referente del comic español tuvo tanta importancia que la RAE consagró el
término “tebeo” para designar con carácter general a las publicaciones de su
estilo. La revista contaba en tono de humor las hazañas de personajes que se
hicieron muy célebres y tenía varios apartados, uno de ellos, tal vez el más
seguido, fue el de “Los grandes inventos del TBO”, un prodigio de imaginación
que recurría a la más sofisticada tecnología del momento para hacer inventos absurdos,
como una máquina que ocupaba una enorme nave, llena de motores, canalizaciones
y poleas, atendida por un centenar de obreros, pero que sólo servía para pelar
una manzana.
Me he acordado del TBO y de sus inventos al leer la gran idea de la
Consejería de Educación y Cultura que, al mismo tiempo que estudia prescindir
de casi 700 interinos y mide las aulas –el tamaño sí importa- para meter en
ellas a más alumnos, pretende que los jubilados retornen a los colegios como
“profesores eméritos”, abriendo la puerta a la colaboración voluntaria del
personal docente jubilado, para asesorar a los futuros maestros y mediar en los
conflictos que puedan surgir en los
centros. Se aclara que la Secretaría General lleva desde el mes de enero
trabajando para montar la gran maquinaria del invento. Lo extraño es que la
Junta no desarrolle la idea con carácter general, porque igual que el “profesor
emérito”, podían crear la figura del “emérito” entre los periodistas, administrativos,
peluqueros, médicos, bomberos, políticos, abogados, secretarios generales…
¡Incluso la del “necio emérito”, para la que habría mucha competencia!
Lo paradójico es que César Diez,
que ocupa la Secretaría General donde se ha desarrollado la novelería, está
jubilado desde hace dos años, pero no tiene vocación alguna de “emérito” y,
salvo que demuestre lo contrario, cada mes cobra unos emolumentos que duplican
largamente la nómina de los eméritos jubilados que retornen a las aulas “gratis
et amore”. Vamos, lo del fraile perezoso: “Que dice el prior que bajéis a
trabajar en el huerto que después tenemos que subir para almorzar” ¿Piensa el
secretario general, maestro jubilado, alcanzar la condición de “emérito”
conformándose con la nómina de su jubilación? Su renuncia posibilitaría la
estabilidad laboral de algunos de los 700 interinos que van a ser despedidos. No
cabe duda de que su dilatada experiencia fuera de las aulas serviría de guía a
los maestros que quisieran iniciar una carrera profesional en la política. ¡Incluso
al margen de las aulas!
Como ocurrencia está bien, una más, y hasta es posible que algún jubilado
se preste a ser “emérrito” en el invento, ejerciendo de abuelo cebolleta o
mediador entre partes, para finalmente alcanzar la condición de “estorbo
emérito” antes de recreo, pero esto no deja de ser una enorme maquinaria, como
las del TBO, salvo que al final no servirá ni para pelar una manzana. Como
decía mi abuela Cornelia: “Anda hijo, deja que jueguen los niños, que mientras
van y vienen se entretienen”.
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