viernes, 7 de octubre de 2011

COSAS QUE PASAN


Explican los que tienen ganas de dar explicaciones, que "la subida de los delitos y de la violencia juvenil, tiene un fuerte componente de frustración y que la situación económica es uno de sus desencadenantes porque desestructura a las familias y anula cualquier visión de futuro". Bien, no es cuestión de llevar la contraria a los que se dedican a analizar estas cosas, pero yo creo que más que investigar las causan que las motivan, lo que conviene es encontrar el remedio para evitarlas, y parece evidente que las terapias que se están aplicando dan poco fruto. No estaría mal que se probaran otros métodos menos sofisticados y más primitivos, como el de alternar la charla con una buena estaca. Parece que la permisividad de unas leyes tan garantistas para los sufridos delincuentes no resulta efectiva. Ahí seguimos teniendo el vergonzoso caso de Marta del Castillo, prácticamente cerrado, sin que se haya podido encontrar su cadáver porque los nenes, sus asesinos, tal vez "tengan un componente de frustración..."

¿Por qué lo hacen, por qué se consiente? Preguntas impertinentes. "Nos gusta ponernos, estar al límite y perdernos sin que nadie se meta en nuestra vida" es la respuesta más repetida entre los jóvenes delincuentes ¡Qué suerte tienen¡ Yo llevo toda mi vida con el eterno deseo de romper un escaparate a pedradas y en algún rincón del subconsciente debo tener colgado el lastre de semejante frustración. Cada vez que paso cerca de una de esas lunas tentadoras miro hacia el suelo, buscando una piedra, pero los años pasan y o me hago de Jarrai o me iré sin el deleite musical del estruendo de los cristales rotos. ¿Y si mi personalidad sufre una mutación síquica? ¿Y si de la continencia se deriva algún proceso patológico irreversible? ¿Y si mi ego se resiente por la apetencia inalcanzable?

Hace unos días, en Barcelona, después de una bacanal, cuatro tíos y dos tías, decidieron darle gusto al cuerpo apaleando a un mendigo que dormitaba entre cartones debajo de un banco. No lo conocían de nada, nunca antes lo habían visto y no había mediado discusión alguna, simplemente lo vieron y al grito de "hijo de puta, hijo de puta" lo apalearon hasta romperle una pierna y tres costillas. Lo hicieron finamente, a patadas. En una cadena de televisión le preguntaron a un mediático psicólogo: ¿Por que lo hacen? El buen señor no lo dudó: Lo hacen porque les gusta, porque les apetece, porque satisfacen así un deseo primario que los impulsa. ¡Acabáramos!. Yo creo que a esos tipos/as hay que tratarlos, o cambiarles las pastillas, pero no me parecería descartado que, como terapia educacional complementaria, se les aplicara un poco de la misma medicina que ellos regalan con tanta generosidad.

Ya sé que no es muy progresista, pero, a veces, los sociólogos, sicólogos, siquiatras, educadores y terapeutas en general tienen poco margen con esta gente, porque el que mejor podía entenderlos es el encargado de la perrera. Una jaula, duchas frías y pan y agua, pueden obrar el milagro de la rehabilitación. Por probar...

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