miércoles, 20 de abril de 2011

PROTOCOLO DE LA CRUCIFISIÓN


Roma dejaba pocas cosas al azar y para mantener la cohesión del imperio dictaba normas generales que regulaban las relaciones sociales, las siembras, los impuestos, la administración de la justicia o los procedimientos para la ejecución de la pena capital. Las prácticas que se establecieron durante los años de Augusto y Tiberio, quedaron anotadas como protocolos a seguir y así se mantuvieron durante más de doscientos años, hasta Didio Juliano, que logró el imperio en una subasta pública entre los soldados. La crucifixión también tenía su ritual y, salvo las excepciones puntuales que se pudieran establecer, según el lugar y el momento, es de suponer que las normas generales serían respetadas en todas las provincias del Imperio.

Parece que, por la dudosa tradición oral, con Jesucristo se rompieron algunos esquemas y que en su ejecución si hubo excesos notorios, pero todo entra en el terreno de las conjeturas porque en los Evangelios no hay una descripción minuciosa de los sufrimientos de Jesucristo. Séneca, y Plutarco tampoco pormenorizan y los historiadores romanos Cornelio, Tácito, Plinio y Suetonio, en las referencias directas a la crucifixión de Jesús tampoco se detienen en los detalles, por lo que se puede deducir que fue crucificado como se crucificaba, aunque la iconografía, la imaginería y la cinematografía nos hayan dejado una foto fija que, aunque pueda ser exagerada, no altera la crueldad refinada de la práctica, ni el sufrimiento real de los crucificados.

La dificultad para establecer, lejos de la cinematografía, el suplicio de la crucifixión, se acrecienta porque no se puede acudir al socorrido análisis de la comparación, ya que sólo han aparecido los restos de un crucificado. En 1968, un grupo de arqueólogos halló en Giv`at Ha-Mitvar, al noroeste de Jerusalén, la tumba de un hombre llamado Juan, hijo de Haggol, que fue crucificado por los días de Jesús. Las marcas de violencia eran patentes en sus talones, atravesados por un clavo de 18 centímetros, en sus muñecas taladradas, y en sus tibias y peronés intencionadamente rotos a la altura del tercio inferior, y el radio derecho, que presenta una fisura por clavo, pero nada de eso alteraba el protocolo establecido, ya que los soldados, verdaderos expertos, aceleraban o ralentizaban la muerte en función de lo que los familiares o amigos pagaban.

Los crucificados solían morir por asfixia, ya que al estar colgados apenas podían respirar, pero la asfixia podía hacerse más o menos intensa, según acercaran o separaran los brazos del palo central y dependiendo de la altura a la que colocaban la cuña (cipro) sobre la que apoyaban los pies. Si con un mazazo seco rompían la tibia y el peronés, el cuerpo quedaba colgado de los brazos y la muerte por asfixia era prácticamente instantánea ya que el aire no podía llegar a los pulmones. Parece que no fue el caso de Jesucristo, que murió a las pocas horas sin que le partieran las piernas, posiblemente porque cuando lo crucificaron estaba agotado y prácticamente exhausto. Rutinariamente, le dieron un lanzazo para verificar la muerte, antes de entregarlo a los que lo reclamaban.

No hay comentarios: