La calma del encinar
GENTE RARA, SITUACIONES EXTRAÑAS
Tomás Martín Tamayo
Hace tiempo que, como una hormiga, voy recolectando lo que
mañana pudiera ser “un memorial de gente rara y situaciones extrañas”.
Curiosidades vistas desde otro ángulo con las que, si detectara interés, podía
seguir muchos sábados. Tres muy simples, muy reales:
En Cádiz, frente a la Playa de la Victoria, hay una
cafetería atendida por un camarero
inteligente y empático, que se impone la disciplina de recordar el nombre de
sus clientes para darles los buenos días de forma personalizada. Dice que ese
pequeño esfuerzo obra milagros, porque
la gente, cuando se siente reconocida, es capaz de tomarse el café frío y dejar
propina. Él acepta lo que llega con toda naturalidad, aunque sea un espécimen
extraño. Una mañana oí el intercambio que tuvo con un cliente.-
-Buenos días don Isidoro.
-Buenos días.
-¿Su café corto, con unas gotitas de leche fría?
-Sí, gracias.
-En una taza con el asa a la izquierda, claro.
-Sí, gracias.
Al día siguiente le pregunté: “¿Una taza con el asa a la
izquierda?”. Y me lo aclaró sin añadir
un solo comentario: “Ah, sí, es que es zurdo y prefiere la taza con el asa a la izquierda”.
***
Llegaba cada primero de mes al banco para supervisar el
ingreso de su paga.
-Buenos días. ¿Me ingresaron ya?
-Buenos días. Sí, doña Amparo, ya la tiene usted aquí.
-¿Los 476 euros?
-Sí, doña Amparo, los 476 euros.
- ¿Los han contado?
-Sí, doña Amparo. Los quiere contar ¿verdad?
Le rellenaban el impreso correspondiente, que ella firmaba,
y sacaban de su cartilla 476 euros que la tesorería de la Seguridad Social le
había transferido. Se lo daban en un sobre cerrado que ella abría con delicadeza
y lo contaba dos veces.
-Pues sí, está todo bien, 476 euros justos. Por favor,
quiero ingresarlos en mi cartilla.
Recogían el dinero, lo contaban como ella exigía, y
rellenaban el impreso de ingreso, que leía y firmaba.
- ¿Bien todo, entonces?
-Sí, todo bien, doña Amparo.
- ¿Hasta el próximo mes?
-Hasta el próximo mes, doña Amparo.
***
Tenía la nariz aguileña, labios estrechos, el cabello en
retroceso y usaba gafas redondas que le daban un aspecto entre intelectual a lo
Quevedo, cantante a lo Lennon y mago a lo Harry Potter. No aceptaba familiaridades
de los otros reclusos y sus dos
fijaciones eran la biblioteca y algún rincón del patio, para sacar extraños
acordes de su guitarra. Era diferente porque él se creía diferente. Alguna vez
entró en mi aula, siempre para pedirme mapas y atlas geográficos y cuando le di
una esfera que giraba, la impulsaba y solía frenarla con un dedo, buscando
lugares a los que, quién sabe, viajar en sus sueños. Era de natural pacífico,
pero estaba en la prisión por haber golpeado a un vecino de Zafra
con una llave inglesa de gran tamaño
Una mañana, mientras se entretenía con el globo terráqueo, otro
recluso pisoteó su guitarra y al verla destrozada se le saltaron las lágrimas,
mientras recogía los pedazos asidos a las cuerdas. Puso los restos de la
guitarra muerta sobre un banco, sacó una cuchara afilada de la cintura y en la
barbería, sin mediar palabra, le cortó el cuello a uno al que estaban
afeitando. Murió a medio afeitar.
Después lo explicó: “Esa guitarra me acompañó en todas las
giras, con ella compuse “Eleanor Rigby” y “Peace”. Fue un regalo de
George Harrison… Ante el juez, en perfecto inglés, se identificó como John
Lennon, nacido el Liverpool…
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