sábado, 14 de noviembre de 2020

La calma del encinar

 

                     La calma del encinar

            

                    SINFONÍA DE LAS MANOS

 

                                                   Tomás Martín Tamayo

 

 

Mírense las manos, cierren los ojos e intenten recordarlas. Más allá de alguna cicatriz, una vena prominente o una uña estriada es difícil memorizarlas  porque  las manos cambian constantemente. Si ponemos las dos sobre una mesa comprobaremos que no se parecen, ni los  dedos, ni los pliegues, el color, el tamaño… Fotografiándolas sobre la misma base, en la misma postura, con  la misma luz y desde el mismo ángulo, de un día para otro las manos se muestran diferentes, como si se prepararan para un baile de disfraces. ¿Creen que podrían reconocer las propias entre cien pares de manos? Esa prueba ya se ha hecho y solo dos lograron identificar las suyas. Y si complicado es reconocerlas por el anverso, todavía resulta más difícil por el reverso, porque los pliegues de palmas y dedos aparecen y desaparecen en horas, complicando la identificación… ¿Y todo esto?

 

Tras el último trasplante de manos, leo que para los cirujanos la intervención no presenta excesivas complicaciones médico/mecánicas, pero hay factores que no pueden controlar porque las manos, aunque el trasplante haya sido un éxito, dan respuestas dispares. Por eso, algunos implantados han pedido que se las retiren, porque no obedecían, ni respondían a las órdenes del cerebro. Los cirujanos son reticentes a los trasplantes de manos porque saben que, al margen de los problemas que se derivan del rechazo, las manos  son “rebeldes”, no aprenden y se resisten a obedecer las órdenes de un cerebro que desconocen. Cavadas hizo el primer trasplante doble de manos, a Alba Lucia,  y se considera un éxito que, después de años, sus nuevas manos aceptaran levantar una copa para brindar por el éxito.

 

¿Son nuestras las manos o somos de ellas? En las manos está escrita nuestra biografía más completa: raza, edad, trabajo, clima, alimentación, placeres, enfermedades, sufrimientos… Son  únicas e irrepetibles y, entre los 7.500 millones que poblamos la Tierra, ninguna mano es igual a otra.  Tiberio, en los juicios que presidía, estaba muy atento al lenguaje de las manos, “que dicen lo que la lengua calla”.  Las manos delatan nuestro estado, en ellas están la verdad, la duda, la mentira, el miedo, la ansiedad, el disimulo, la añoranza, la desilusión, el odio, el amor, la añoranza... Se mueven mientras dormimos, trasmiten el placer del tacto, sudan, participan de los sueños e incluso van a su aire cuando estamos despiertos, porque son nuestras abanderadas. Nos delatan y nos dejan desnudos ante el que sabe mirarlas y hemos aprendido a trasplantarlas antes que a someterlas. Rompen nuestras estrategias y mientras fingimos calma ellas se agitan, se entrecruzan, interpretan su particular sinfonía, dibujan arabescos en el aire o levantan el vuelo, como un bando de gorriones asustados.

 

La mano acaricia y estrangula, mece la cuna y aprieta el gatillo, blande la espada, ejecuta, perdona, da seguridad y señala la duda. El llanto de las manos es más sincero que el de los ojos, porque en  las manos está el temor, el odio, la alegría y la desesperación. Shakespeare las llevaba siempre escondidas y a Cervantes le dolía la que había perdido.

 

Podemos burlar su resistencia y lograr que acepten un latido que desconocen, pero parece que permanecen al margen. O acechantes.  Si  un día perdiera mis manos, me decantaría por unas prótesis  mecánicas de las que pudiera fiarme.

 

 

 

 

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