La calma del encinar
SINFONÍA DE LAS MANOS
Tomás Martín Tamayo
Mírense las
manos, cierren los ojos e intenten recordarlas. Más allá de alguna cicatriz,
una vena prominente o una uña estriada es difícil memorizarlas porque las manos cambian constantemente. Si ponemos
las dos sobre una mesa comprobaremos que no se parecen, ni los dedos, ni los pliegues, el color, el tamaño… Fotografiándolas
sobre la misma base, en la misma postura, con
la misma luz y desde el mismo ángulo, de un día para otro las manos se
muestran diferentes, como si se prepararan para un baile de disfraces. ¿Creen
que podrían reconocer las propias entre cien pares de manos? Esa prueba ya se
ha hecho y solo dos lograron identificar las suyas. Y si complicado es
reconocerlas por el anverso, todavía resulta más difícil por el reverso, porque
los pliegues de palmas y dedos aparecen y desaparecen en horas, complicando la identificación…
¿Y todo esto?
Tras el
último trasplante de manos, leo que para los cirujanos la intervención no
presenta excesivas complicaciones médico/mecánicas, pero hay factores que no
pueden controlar porque las manos, aunque el trasplante haya sido un éxito, dan
respuestas dispares. Por eso, algunos implantados han pedido que se las retiren,
porque no obedecían, ni respondían a las órdenes del cerebro. Los cirujanos son
reticentes a los trasplantes de manos porque saben que, al margen de los
problemas que se derivan del rechazo, las manos
son “rebeldes”, no aprenden y se resisten a obedecer las órdenes de un
cerebro que desconocen. Cavadas hizo el primer trasplante doble de manos, a
Alba Lucia, y se considera un éxito que,
después de años, sus nuevas manos aceptaran levantar una copa para brindar por
el éxito.
¿Son nuestras
las manos o somos de ellas? En las manos está escrita nuestra biografía más
completa: raza, edad, trabajo, clima, alimentación, placeres, enfermedades,
sufrimientos… Son únicas e irrepetibles
y, entre los 7.500 millones que poblamos la Tierra, ninguna mano es igual a
otra. Tiberio, en los juicios que
presidía, estaba muy atento al lenguaje de las manos, “que dicen lo que la
lengua calla”. Las manos delatan nuestro
estado, en ellas están la verdad, la duda, la mentira, el miedo, la ansiedad,
el disimulo, la añoranza, la desilusión, el odio, el amor, la añoranza... Se
mueven mientras dormimos, trasmiten el placer del tacto, sudan, participan de
los sueños e incluso van a su aire cuando estamos despiertos, porque son
nuestras abanderadas. Nos delatan y nos dejan desnudos ante el que sabe
mirarlas y hemos aprendido a trasplantarlas antes que a someterlas. Rompen
nuestras estrategias y mientras fingimos calma ellas se agitan, se entrecruzan,
interpretan su particular sinfonía, dibujan arabescos en el aire o levantan el
vuelo, como un bando de gorriones asustados.
La mano
acaricia y estrangula, mece la cuna y aprieta el gatillo, blande la espada, ejecuta,
perdona, da seguridad y señala la duda. El llanto de las manos es más sincero
que el de los ojos, porque en las manos
está el temor, el odio, la alegría y la desesperación. Shakespeare las llevaba
siempre escondidas y a Cervantes le dolía la que había perdido.
Podemos burlar su resistencia y lograr que acepten
un latido que desconocen, pero parece que permanecen al margen. O acechantes. Si un
día perdiera mis manos, me decantaría por unas prótesis mecánicas de las que pudiera fiarme.
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