sábado, 10 de octubre de 2020

LECCIONES RÁPIDAS Y SENCILLAS

 

                 
LECCIONES RÁPIDAS Y SENCILLAS

 

                                                                    Tomás Martín Tamayo

 

Hace muchos años, en plena euforia monárquica, con un Juan Carlos I al que se reverenciaba en toda España, escribí un artículo -¡pecado de juventud!- cuestionando su legitimidad de origen porque había sido señalado por Franco, del que había “heredado” la Jefatura del Estado… Además de no publicarme el artículo, recibí una atenta llamada de la secretaria del director  de HOY, para invitarme a tomar un café “con el jefe”, en su despacho.

 

Yo barruntaba un “despido” inmediato, pero el “jefe”, hombre inteligente y de autoridad sin titubeos, eligió el registro de la tolerancia: “Llevas varios artículos dando puntaditas contra la monarquía, yo sé de tus veleidades republicanas, pero este periódico no las comparte, te sugiero que no me pongas nunca más a prueba y que no vuelvas a enviar artículos en esa dirección”. No hubo café  pero sí mucha claridad y con pocas palabras, en unos minutos, me enseñó lo que es un periódico, una línea editorial, un director y un columnista. Nunca mais.

 

En Badajoz, horas antes de embarcar para el acuartelamiento cordobés  de Ovejo, donde teníamos que hacer el “campamento” del servicio militar, nos entregaron el petate con los útiles personales. Como soy “tipo medio”, toda la ropa me venía bien, excepto las botas, que eran del 45. Reclamé y me dijeron que intentara cambiarlas o que al llegar a  Ovejo se lo dijera al cabo furriel. En el tren, entre más de 200 aspirantes a reclutas,  ninguno aceptó el trueque y  al día siguiente, con mis botas de “siete leguas”, me dirigí al cabo furriel, que me dijo que eso tenía que autorizarlo el sargento Basilio: ¿Y dónde está? Siempre en la cantina de suboficiales.

 

Con mis botas al hombro y mi ignorancia sobre las “clases” militares, entré en la cantina de suboficiales, de la que un cabo me echó casi a empujones porque “¿dónde coño vas, recluta?”. Se lo expliqué y me dijo que esperara en las escaleras hasta que saliera el sargento Basilio. Mes de Julio, en Córdoba, a pleno sol y sentado en unas escaleras de granito, en las que se podía freír un huevo. Una hora después, el cabo salió para señalarme con gestos al sargento, que bajaba las escaleras con poca seguridad. Resopló al final de ellas, se puso la gorra de plato, sacó pecho y comenzó a caminar sin siquiera mirarme. Yo me acerqué y me puse a su altura. Era muy alto y me miró desde arriba, evidentemente achispado y oliendo a vino recocido:

 

-¿Qué te traes?

-Que ayer en Badajoz me dieron unas botas del 45 y las necesito del 41.

-¿Y a mí qué coño de dices?

-Es que el cabo furriel me ha dicho que solo usted puede cambiármelas.

-¿Yo? Mira chaval, el cabo furriel y tú os podéis ir a tomar por culo. ¡Largo, búscate la vida!

 

Lección aprendida, en un minuto el sargento Basilio me enseñó lo que era la mili. Como lo aprendí todo de golpe, me “busqué la vida” y al día siguiente  calcé unas del 41, mientras que el de la litera de al lado vociferaba, acordándose de la madre del cabronazo que le había cambiado sus botas… Lo vi tan apurado que me dio pena: ¡No te preocupes, eso te lo resuelve el sargento Basilio!

 

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