sábado, 26 de septiembre de 2020

Irresponsables de garrafón

 


IRRESPONSABLES DE GARRAFÓN

                                                                            Tomás Martín Tamayo

 

 

En Extremadura no podemos ir de listillos y adelantados porque la letalidad y la mortalidad  por la Covid-19 nos sitúan en segundo lugar, después de Castilla la Mancha. Aragón es la tercera y, pese a la propaganda de acoso y derribo, Madrid queda fuera del cajón, en cuarto lugar.   “Hay dos maneras de medir la incidencia mortal del virus en un territorio:  A): Comparando el número de fallecidos con el número total de contagiados, que es la tasa de letalidad y B): Comparando el número de fallecidos con el número total de habitantes, que es la tasa de mortalidad”. (Alsina, dixit). Aunque el PSOE y comparsas mediáticas se empeñen en torcer el brazo a la realidad, las tres comunidades más afectadas, están gobernadas por socialistas. 

 ¿Y? Y nada. E n ninguna comunidad disponen de un arma secreta para combatir al bichito y el color político afecta poco/nada en su incidencia, pese a la torticera dispersión de bulos, distribuidos desde un Gobierno que ha ordeñado la pandemia como si de un éxito político se tratara y, en el peor de los momentos, cobardes, se ha puesto al margen. En esta situación, con un repunte creciente, resulta esperpéntico que el “vicemoñito” diga que “Se fija como tarea fundamental acabar con la Monarquía en España”. Este tipo incluso a los republicanos nos hará monárquicos.

  Creo que algún día la mano negra que dirige todo esto, el maquiavelín Redondo, será políticamente cercenada y enterrada sin cruz ni oraciones, porque ese tipillo es un moco descolgado de los sistemas totalitarios. ¿Hemos de recordar que, cuando mandaba en Extremadura, intentó algo peor que invalidar políticamente a Fernández Vara?

 Los listos de siempre  ayudarían mucho si difundieran sus fórmulas magistrales, pero en Extremadura, pese a ser los segundos en  letalidad y  mortalidad, se están esforzando por controlarlo. ¿”Seamos realistas y pidamos lo imposible”? Vale, porque es bueno mantener la tensión para que no se relajen, pero sinceramente creo que la mayor catástrofe que hemos conocido  no está administrada por los peores. Ni por los menos cualificados. ¿Imaginan esta situación en manos del “ideólogo” y su mariachi correcaminos, abriéndose la camisa para desafiar  a la Covid: "Si ten collons, sal y contágiame"?

 En el inicio del curso universitario, Badajoz ha sufrido un repunte de contagios porque se han duplicado las fiestas y reuniones sin los controles exigidos, pero sería desmesurado señalar a los universitarios, solo un factor más, porque mucho antes, nada más concluir el confinamiento las manadas de “ñues” salieron en estampida para celebrarlo. Contagiándose y contagiándonos.

 Llevamos tres meses viendo, impasibles, la cara más irresponsable e insolidaria en bares, terrazas, ocio nocturno, parques, casas de campo, fiestas, celebraciones familiares… Todos los viernes, bolsas de plástico en ristre, manadas de “ñues” dirigiéndose a un lugar “secreto” para ejercer de irresponsables de garrafón. Las medidas post confinamiento no sirvieron de nada y de ahí volvimos a la obligada mascarilla, el cierre de barras, la limitación de aforos…Los del garrafón lo están cerrando todo y acabarán encerrándonos a todos. Les da igual. Consentir viene a ser sinónimo de permitir, pero no parece justo exigir a los gobernantes más de lo que damos como gobernados. Primus inter pares.

 

sábado, 19 de septiembre de 2020

Los inventos del TBO

 LOS INVENTOS DEL TBO

 

                                                             Tomás Martín Tamayo

 

En mi casa teníamos una radio que mi madre, controlando el volumen, compartía con toda la calle. ¡Qué bien cantaba aquella “arradio”! Después llegó la lavadora eléctrica, “Otsein Rubi” o parecido. Medio pueblo pasó a ver el prodigioso invento, que no pasaba de ser una cuba blanca con patas y una hélice cerrada en el fondo, que hacía girar la ropa hasta que se desenchufaba. El detergente era de fabricación casera y consistía en rallar unas cuantas pastillas de jabón verde… ¡Qué invento!

 En 1967 pudimos seguir por televisión el primer trasplante de corazón: ¡Christian Barnard, cómo lo admiraba mi padre! Unos meses antes

 -Sorpresa, sorpresa-, desde Zafra llegó una camioneta con el milagro en una caja de madera,  una Telefunken que mi padre pagó “a dita” durante dos años. Los operarios que la trajeron emplearon todo el día para instalarla. Cuando empezaron a sintonizarla y vimos las primeras imágenes, borrosas, rayadas y en blanco y negro, no salíamos de nuestro asombro. Nadie podía tocarla, excepto mi padre y, en su ausencia, mi hermano Antonio que, además de ser el mayor, era un “manitas”.

 Y dos años después, todos reunidos, expectantes y en silencio, incluidos unos vecinos y mi abuela Cornelia, que nunca se lo creyó, vimos a Neil  Armstrong pisar la luna. La capacidad del hombre parecía imparable. ¿Más? Una nevera a la que había que echarle hielo, pero que lo mantenía muchas horas.

  Hemos crecido y nos lo hemos creído tanto que casi necesitábamos que un tsunami, un terremoto o el socorrido meteorito nos recordaran que somos mierdecillas pedantes  que podemos desaparecer por el zarpazo silencioso de un bichito invisible.

 Para compensar nuestra “insoportable levedad”, se nos recuerda que los científicos han descubierto que puede haber vida en Venus, un planeta a 40 millones de km  de la Tierra y al que tardaríamos en llegar 50 años… ¿Vamos a ir, van a venir? Para mí esto es tan útil como los inventos del TBO. La verdad es que Venus me importa menos que el tipo que acaba de echarme humo en plena mascarilla, porque al virus lo siento más cerca.

 Tanta ciencia, tanto adelanto, tanta luna, trasplante, velocidad supersónica,  Internet… y resulta que un bichito tiene acojonado a todo el planeta. Llegó sin avisar y, aunque no lo vemos ni oímos, tiene capacidad para modificar las relaciones sociales, costumbres, fronteras, la economía, la política, la medicina… Ya ha matado a un millón y, convirtiéndose en el mayor terrorista de la historia de la Humanidad, nos tiene a todos embozados, aislados, abobados, acojonados y huidos de nosotros mismos. No ha dado la cara, no ha hecho declaraciones ni ha salido en ningún programa de televisión pero, en apenas unos meses, se ha instalado en el centro de nuestras vidas y nos dirige, convirtiéndose en el HDLGP más grande que se recuerda. A su lado Calígula, Lenin, Hitler, Stalin, Pol Pot y demás camaradas del averno, son aprendices que jamás superarán la condición de utileros.

 Y la respuesta que estamos dando, siempre a rueda de su rueda y esperando el próximo zarpazo… Creo que esto lo resolverían mejor los dos  “científicos” que nos instalaron la vieja Telefunken en mi casa. Ellos consiguieron encenderla.

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sábado, 12 de septiembre de 2020

30 AÑOS DE PUERTOP HURRACO

 

                    30 AÑOS DE PUERTO HURRACO

          

                                           Tomás Martín Tamayo

                                            tomasmartintamayo@gmail.com

 “El séptimo día”, película dirigida por Carlos Saura e interpretada por Juan Diego y José Luis Gómez, está inspirada en la masacre de Puerto Hurraco, hace ahora 30 años. Ray Loriga escribió un guion muy ajustado y durante el rodaje me llamaron de la productora por si quería colaborar en la “fidelización de los personajes”, los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo, a los que tenía como alumnos en el Centro  Penitenciario de Badajoz. Recomendable para los que quieran aproximarse a los hechos,  pero la mejor película, la mejor definición y el mejor relato lo hizo Brígido Fernández, fotógrafo de HOY, en una instantánea desgarradora que dio la vuelta al mundo.

 Puerto Hurraco figura en nuestra memoria como sinónimo de visceralidad, cerrilismo y odio ancestral porque un mal día dos hermanos, con el alma corroída por el odio, decidieron  verter sobre sus vecinos toda la irracionalidad que llevaban dentro. Desde entonces el nombre de Puerto Hurraco tiene resonancias que no merece y, tal vez para siempre, su suerte quedará ligada a la masacre que por sus calles protagonizaron los hermanos Izquierdo, azuzados por el resentimiento de Ángela y Luciana, sus hermanas.

 Un día negro de agosto de 1990, los dos hermanos decidieron consumar la venganza que los cegaba y a tiros de escopeta mataron a nueve de sus vecinos, de forma indiscriminada, porque su odio alcanzaba a todo el pueblo, resucitando a la Extremadura profunda que sólo existe en las testas anquilosadas de muchos desinformados, porque el síndrome de «los Izquierdo» no tiene cuna definida y dormita en cada pueblo.

 Los tuve como alumnos -es un decir- en el Centro Penitenciario de Badajoz y en ellos identifico al eslabón perdido, al humano al que le falta un hervor para llegar a serlo plenamente y al hombre a medio camino entre lo que somos y lo que parecemos. No caeré en la exageración de señalarlos como irracionales, pero ambos tenían un pellizco que los separaba de la normalidad. A los dos, inseparables, encorvados y en contacto permanente, les gustaba dibujar arabescos con bolígrafos de colores, que cogían como si fueran puñales. Los dos pasaban horas rellenando cuadernos de caligrafía, los dos me pedían interminables sumas, restas, multiplicaciones y los dos dibujaban círculos engarzados, ayudándose con botones de diferentes tamaños. Siempre recelosos y acechantes, lo hacían todo tan juntos que parecían un sólo hombre con dos cabezas, aunque las dos pensaban lo mismo y a la misma hora. No se relacionaban con nadie, eran monosilábicos y creo que en sus años de reclusión jamás salieron de ellos mismos y nunca tuvieron curiosidad por ver lo que había fuera de sus cabezas. Nada pedían y nada daban. Por no dar, no daban ni la lata.

 Los dos murieron en prisión, a los 72 años, los dos gozaban de la misma indefinición que los situaba a medio camino entre el hombre y la alimaña rabiosa, los dos encerrados en la modorra común que los unía. En alguna ocasión intenté asomarme al alma, posiblemente insondable de los dos hermanos, para mirar lo que bullía allí dentro, pero nunca logré entrar en ellos. Imposible, hasta la mirada la tenían huidiza. Ni el tiempo ni la enfermedad doblegaron el odio acumulado y no había llave para abrir las puertas en aquellas pobres cabezas. Después de tantos años, para mí siguen anclados en el círculo de los misterios.

 

             

 

 

 

 

sábado, 5 de septiembre de 2020

U N A D E Ñ U S

 

                      La calma del encinar

                         UNA DE ÑUS

 

                                                        Tomás Martín Tamayo

                                                        tomasmartintamayo@gmail.com

                                                        

 

 

Está claro que del Covid-19 sabemos lo que él nos enseña, eso sí, a un alto precio. Los especialistas, estudiosos, ocurrentes y cantamañanas que, desde el primer momento, salieron para trazar su particular “hoja de ruta”, han quedado con sus ignorancias al aire y las conclusiones de los expertos en meras paridas. La evolución temporal del Covid-19 ha sido tan sencilla, simple y previsible que no supimos verla: Si evitamos contagiarnos no nos contagiamos. Sí, lo sé, de Perogrullo.

 La predicción más socorrida para los sabios de opereta era que con la llegada del calor el virus dormitaría hasta el otoño, pero la altísima temperatura no lo ha aletargado y cuando hemos salido como manadas de “ñus” atolondrados, empeñados en atravesar un regato lleno de cocodrilos hambrientos, allí estaba esperando. Otra perogrullada que no supimos ver: Cuando no evitamos el contagio, nos contagiamos.

 El Covid-19 infecta en todos los idiomas, no es racista, clasista ni respeta fronteras, pero a los “ñus” gilipollas, ciegos, sordos, cojos, temerarios y sin guías los coge mejor que a los prudentes y espabilados. Es nuestro caso, porque algo no estamos haciendo en España para, incluso mintiendo y negando 20.000 muertos,  ser proporcionalmente uno de los países más afectados del mundo. ¿Nos tiene tirria el virus? Aquí hemos apostado por los comités de expertos inexistentes, las fantasmadas televisivas, el lucimiento y el afán idiota de rentabilizar la pandemia.

 ¡Somos tan sensibles, dulces y correctos que incluso hemos evitado que los “ñus” alocados vieran la realidad de la morgue improvisada en el Palacio de Hielo!  Mientras los demás tomaban medidas, España, además de inflarse como un pez globo, salió de estampida con la coña de la “nueva normalidad”, el presidente del Gobierno de vacaciones y el vicepresidente lloriqueando  un poco por Asturias. Felicidades, lo estáis bordando.

 El lunes comienza el curso escolar -¿en bicicletas?-, y el 21 el universitario, todos con la respiración contenida, como si camináramos por un campo de minas, pero dispuestos a recorrerlo, porque la opción de espera, o salirse de la manada, los “ñus” no la contemplan. España vuelve a dar la campanada, una vez ordeñada la vaca y cuando de la teta sale más sangre que leche, el de los pantalones pitillo se pone al margen para no contaminarse, porque donde no cabe lucimiento personal todo es mohína para la marioneta del maquiavelito Redondo, que sigue experimentando  su ingeniería social con los “ñus”.

 

¿Qué va a ocurrir? Nada diferente a lo que ha ocurrido porque el virus no es veleidoso y va de frente. Se multiplicarán los contagios, aumentará el número de víctimas, gastos cuantiosos e inútiles, más ruina, cierre de aulas y facultades… Si para salvar la economía es necesario hundirla aún más,  pero empujados por miles de  muertos, mañana no le echemos la culpa al virus. Pacheco dejó escrito que “Para curar el cáncer no sirven las libélulas”…Tampoco los cobardes que hacen dejación de sus funciones, ni los llorones,  ensimismados y prepotentes, pero como somos “ñus”…

 

 

 

 

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