La calma del
encinar
DESDE MI
TRINCHERA
Tomás Martín Tamayo
Rozando el mes
de confinamiento, la que peor lo lleva en mi casa es Juanita, una chihuahua
calmosa y de costumbres afianzadas, que no debe entender el cambio que le hemos
dado a nuestra vida y a nuestro aspecto. Para mí que, cuando nos ve con la
mascarilla y los guantes, debe pensar
algo parecido a “a estos dos se les ha ido la bola” porque levanta la cabeza y
nos mira de forma extraña, pero cuando me veo en el espejo del ascensor,
entiendo a mi perrilla.
La vida continúa y se adapta a las nuevas
rutinas. Después de más de 40 años como maestro de prisiones, sé que
la reducción del espacio se asume, hasta caer en la agorafobia. He conocido a
reclusos atemorizados el día que recobraban su libertad, porque el espacio
abierto les intimidaba y uno, jefecillo
incuestionable dentro, me confesaba su
miedo porque “después de diecisiete años, yo no sé andar por la calle”.
El domingo un
vecino me envió un SMS enigmático: “En la puerta”. Al abrir me encontré con una
bandejita cubierta con una servilleta bordada y, debajo, dos copas de vino con
nota manuscrita: “Acabo de descorcharla, es un Jalifa, amontillado, solera
especial, de 30 años. Que aproveche”. El martes, otro me llamó para que
recogiera de la puerta las torrijas que me había dejado… El corazón sigue
latiendo aunque, a veces, tengo la asfixiante sensación de que estamos solos en
un bloque de 41 pisos, porque no vemos a nadie. No los veo, pero los siento y
los oigo a las ocho de la tarde, cuando la calle se cita para el aplauso. Un
aplauso en el que entramos todos. Uno de enfrente se ha hecho “coordinador
general” y diez minutos antes saca sus
altavoces al balcón y pone “Paquito el Chocolatero” y “Resistiré”, a todo
volumen. Después del aplauso, cierra con
“Que viva España”. Cuando pase esto lo localizaré y le daré un abrazo. Si puedo,
si puede y si se puede, claro.
Siento el
latido cercano de la que está a mi lado, siempre crecida en las dificultades.
Me llaman amigos que suelen reservarse
para el 24 de diciembre. Uno de ellos, Julio Saavedra Gutiérrez,
columnista de HOY, pocos días antes de morir, me felicitaba por no hablar del
“puñetero bicho”. ¡Descansa en paz, mi buen amigo! Otro, con responsabilidades,
preocupado por la situación, acaba siempre con un “cuídate mucho, Tomás”. La vida
sigue, aunque no siga igual. Esto ha zarandeado un mundo que ya estaba muy
contaminado y no podemos hacer recuento porque la ola, que apenas ha tocado la
orilla, ha puesto una interrogante en nuestras vidas: ¿Alguien está seguro de
algo? Nuestra apuesta por el futuro se ha encogido, como esos metros que se
achican al enrollarse.
Preocupación por lo que ha
llegado y, más aún, por lo que está por llegar, pero sabiendo que la
Tierra gira y que en una de esas vueltas el “bicho”, que decía Julio Saavedra,
se va a desprender para irse a hacer puñetas. Y para dar paso al siguiente. Me
llaman, ya está ahí “Paquito el Chocolatero”.
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